El Actor que se Perdió en sus Personajes

Val Kilmer fue todo un personaje. La primera vez que supe de su existencia fue con la alucinante comedia Top Secret! (1984), una sátira demoledora del cine de espías en plena Guerra Fría. Su personaje, Nick Rivers, era una parodia de Elvis Presley, y el estilo de humor absurdo era algo completamente nuevo para mí. Recuerdo haber hablado sin parar de esta película con mis amigos. ¿Cómo era posible que alguien se atreviera a hacer algo tan desafiante? Ya no se hacen comedias así.

Se dice que muchos descubrieron en esta cinta que Kilmer realmente podía cantar. Luego llegó Top Gun, y otra vez nos dejó impactados. ¿Cómo pasó de ser el caricaturesco Nick Rivers al imponente Thomas "Iceman" Kazansky? ¿Cómo demonios logró transitar de un extremo a otro de la psique humana? Top Gun fue una de las grandes películas de los 80, y junto con la épica de fantasía Willow, convirtió a Kilmer en la estrella del momento. Pero la gran cereza del pastel fue su papel como Jim Morrison en The Doors.

Aquí Kilmer ya no era solo un actor con talento, era un verdadero camaleón. Se sumergió en la mente de Morrison con una obsesión enfermiza. No solo interpretó, cantó las canciones del filme con tanta precisión que se dice que ni los propios The Doors podían distinguir entre su voz y la del cantante original. La película, con el siempre polémico toque de Oliver Stone, nos marcó a muchos. Para mí y mis amigos, fans de The Doors, fue una experiencia que selló nuestra transición de la niñez a la adolescencia.

En 1993 llegó Tombstone, y para muchos, este fue su papel definitivo. Como Doc Holliday, Kilmer llevó su método al extremo. No salía del personaje ni fuera del set, lo que generó incomodidad entre sus compañeros y el director. Se dice que fue una injusticia que no lo nominaran al Oscar. Pero ese fue su año. Por un momento, Val Kilmer fue el actor mejor pagado de Hollywood.

Sin embargo, no todo sería perfecto. Warner Bros. quería una nueva entrega de Batman, más comercial y menos oscura que las de Tim Burton. Joel Schumacher, impresionado por Kilmer en Tombstone, lo eligió sin dudar. Todo apuntaba a que el actor más grande del momento protagonizaría el blockbuster del año. Pero hasta los mejores planes fallan.

El choque entre Kilmer y Schumacher fue inevitable. Su intensidad en el método de actuación chocó con la visión más ligera del director. Además, el set fue un campo de batalla: Tommy Lee Jones, Jim Carrey y Kilmer no se soportaban. Aunque la película fue un éxito en taquilla, la crítica la destrozó. Kilmer salió raspado y Schumacher nunca se recuperó del golpe.

Luego llegó Heat (1995). Aquí, Kilmer ya no era el centro de atención. Frente a Robert De Niro y Al Pacino, cualquier actor palidece. Aun así, estar en una película legendaria como Heat no es poca cosa. Pero después de esto, le perdí la pista. No fue hasta Bad Lieutenant: Port of Call New Orleans (2009) que volví a verlo. Sin embargo, otra vez quedó eclipsado, esta vez por la desquiciada actuación de Nicolas Cage.

A partir de ahí, su carrera se diluyó. Sus conflictos con los estudios y su obsesión con el método lo volvieron una apuesta riesgosa para los directores. Luego, llegó el golpe más duro: el cáncer de garganta. Se dice que sus creencias religiosas lo llevaron a retrasar el tratamiento, lo que afectó gravemente su salud.

Kilmer fue una figura clave de los 90. Sus trabajos en Top Gun, The Doors, Tombstone y Batman Forever dejaron una marca imborrable. Y aunque en Heat no fuera el centro, compartir pantalla con De Niro y Pacino es un logro en sí mismo. Pero lo más fascinante de Kilmer no fue su fama, sino su obsesión con desaparecer dentro de sus personajes. Muchos dicen que nunca conocieron a Val Kilmer, pero sí a Iceman, a Morrison, a Holliday y a Bruce Wayne. Y tal vez, ese fue siempre su verdadero secreto.