El Fin de la Globalización Comenzó Ayer



Donald Trump lo llamó el “Día de la Liberación”. Un buen eslogan, diseñado para resonar con su base, pero más estridente que real. Suena a título de película de Hollywood, como aquella donde Will Smith salva al mundo en Día de la Independencia. Pero aquí no hay alienígenas ni explosiones, solo tarifas arancelarias y una fractura inminente del orden económico global.

Lo de ayer no fue una liberación, sino un disparo directo al corazón de la globalización. Con la entrada en vigor de las nuevas tarifas impuestas por Estados Unidos, presenciamos quizá el principio del fin de un sistema que ha definido la economía en las últimas cuatro décadas. Esto no es frenar el colapso; es darse un balazo en el pie.

Para algunos, como Vladimir Putin, es motivo de celebración. La globalización se construyó sobre las ruinas de la Unión Soviética, dejando a Rusia en desventaja en los mercados abiertos. Mientras el mundo se integraba, Moscú apostaba por la fuerza y la geopolítica. El neoliberalismo se convirtió en la doctrina dominante. La historia sigue, señor Fukuyama. Y sí, Marx, se repite.

Pero esto va más allá de Rusia. Trump, con su estilo grandilocuente, presentó las tarifas con sus infames tablas en mano, como si estuviera entregando los nuevos mandamientos económicos. Una imagen más cercana a Moisés descendiendo con las tablas de la ley, pero versión arancelaria. ¿El cálculo? Puro populismo: déficit comercial dividido entre exportaciones… y multiplicado por paranoia.

Los principales afectados son los países asiáticos: China, Japón, Vietnam y Camboya, economías que han prosperado con la globalización gracias a su mano de obra barata y su rápida adopción—o copia—de tecnologías. Un caso emblemático es DeepSeek, el modelo de inteligencia artificial chino que, sin acceso a chips avanzados de EE.UU. o Europa, compite con ChatGPT y Claude a menor costo. Sin embargo, esto parece un escupitajo contra el viento. Las grandes tecnológicas, dependientes de la producción asiática, han visto cómo su valor de mercado se pulveriza en cuestión de horas.

Trump y su base conservadora ven en la globalización la raíz de la decadencia económica estadounidense. Argumentan que trasladar la producción a Asia destruyó empleos y debilitó a la clase trabajadora. Irónicamente, muchos de los arquitectos de la globalización fueron conservadores, incluidos los Bush. Ahora, Trump no solo rompe con los demócratas, sino con su propio partido. Pero fabricar en EE.UU. todo lo que ahora tiene tarifas no será ni rápido ni barato.

El verdadero problema es que estas tarifas encarecerán productos esenciales, afectando directamente el bolsillo de los estadounidenses y acercando el fantasma de una recesión. ¿Es esto un plan estratégico para frenar el ascenso de Asia? ¿O solo una apuesta nostálgica por un EE.UU. manufacturero que ya no existe? Probablemente ambas cosas. Lo que es seguro es que el ascenso asiático es inevitable, mientras que un regreso a la economía de los años 50 en EE.UU. es pura fantasía.

Mientras China, Japón y Corea del Sur exploran formar su propio bloque económico—uno que podría volverse imparable—Trump parece estar dibujando su propia versión del regionalismo. Curiosamente, en su primera lista de tarifas faltan tres nombres clave: México, Canadá… y Rusia. ¿Coincidencia? ¿Está preparando el terreno para fortalecer lazos con sus vecinos? ¿Estamos viendo el nacimiento de un mundo dividido en tres bloques: asiático, euro-ruso y americano?

Lo que sí está claro es que nos dirigimos a una era de bloques económicos autosuficientes. Pero la gran pregunta sigue en el aire: ¿podrán estos nuevos sistemas garantizar el mismo bienestar que la globalización? Nos guste o no, la transformación ya comenzó. Lo de ayer puede parecer el fin, pero es solo el primer acto de una historia que apenas empieza.



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