El gigante y la historia
El gigante y la historia
Por:
Jesús Silva-Herzog Márquez
Tomado
de: El Norte
Gigante, sin duda. Nadie marcó la segunda mitad del
siglo 20 como él. Pocos como él han demostrado el impacto de una voluntad sobre
el mundo. Nadie contradijo como él la doctrina que abrazó al tomar el poder.
Contra el dictado marxista, Fidel Castro demostró que
el individuo no es el efecto de la historia, es también su causa. La Revolución
no estaba escrita en la prehistoria cubana; Cuba no tenía asegurado el espacio
que ocupó en la Guerra Fría. Sin este hombre, el cuento del siglo 20 habría
sido otro.
La voluntad de poder llega a ser el desaire de todos
los supuestos. Su genio -¿alguien podría negar su excepcional talento?- no sólo
fue capaz de hacerse del poder absoluto, sino rehacer su mundo, el mundo.
Hay personajes que pueden cortar el tiempo y apartarse
radicalmente del pasado. Existen hombres que logran inaugurar una era que nada
tiene que ver con los recuerdos. Cuba, Hispanoamérica, el mundo fueron
transformados profundamente por él. Fue el más poderoso imán político que haya
generado la América Latina.
Ningún hablante del español ha pesado tanto en la
historia contemporánea como él. No solamente sujetó a su país en la mano, sino
que sedujo la imaginación del mundo. Lo seguirá haciendo después de muerto.
Una cosa es cierta: los cubanos no podrán leer el día
de hoy más que alabanzas. En el periódico único volverán a leer los cuentos que
han escuchado desde niños. El heroísmo infinito, la epopeya de la sierra, la
resistencia frente al imperialismo, las conquistas de la Revolución.
Tal vez aparezca alguna referencia a sus críticos,
pero en los medios oficiales -los únicos autorizados en la isla- recibirán el
trato de siempre. Quienes dudan de las hazañas, quienes hablan de sus costos,
quienes denuncian la tiranía no son personas: son gusanos. Animales blandos y
repugnantes que se enroscan bajo tierra alimentándose de los despojos.
Imposible ser humano y ser contrarrevolucionario.
El dictador ha muerto, pero la seducción del mito
sigue en pie. La Revolución es la mayúscula que todo lo permite. La Revolución
es la absolución definitiva.
Hay quienes aceptan con entusiasmo el papel que les
corresponde en la historia. Los otros van al basurero. La épica revolucionaria
prende sus últimos cerillos en honor al comandante. Tal vez sean simples
reflejos de la nostalgia, lealtad a otros tiempos, inofensiva añoranza de la
utopía.
Dudo sinceramente que quienes elogian en México a
Fidel Castro se atreverían a recomendar una sola de sus recetas. Pero, vale
preguntar, ¿no escuchamos en estas voces, los bríos del nuevo antiliberalismo?
¿Escuchamos el reciclaje de una pulsión autoritaria que, al pintar la Gran
Causa, sigue bendiciendo el atropello?
En el elogio al comandante sale a flote una convicción
que suele esconderse: la idea de que hay dictaduras buenas. Las dictaduras no
son malas en sí mismas. Son malas si eligen mal a su enemigo. La perversidad
del contrincante (la dictadura de Batista, el imperialismo yanqui, el
capitalismo) legitima la represión más atroz.
Las conquistas sociales justifican la esclavitud política.
La dignidad de un pueblo (tal y como es concebida desde el Estado) puede estar
muy por encima de la dignidad de los individuos concretos que integran ese
pueblo.
La Revolución, dijo Castro en el 61, tiene derechos.
Más que un evento, una deidad. Frente al valor supremo de la Revolución, la
vida misma es poco. El culto a la muerte, la veneración del sacrificio son
componentes esenciales de esa retórica de la pasión.
"Frente al derecho de la Revolución de ser y de
existir, nadie -por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo,
por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera- nadie
puede alegar con razón un derecho contra ella".
La Revolución, por supuesto, tenía una sola voz, la de
su caudillo; los intereses del pueblo, los intereses de la nación tenían una
sola fuente: su garganta. Contra la Revolución, es decir, contra él, nada.
La crítica liberal a la dictadura castrista no es
defensa de la oligarquía. Es expresión de convicciones muy sencillas. No hay
idea incuestionable; todo poder irrestricto es detestable. No hay personas que
sobren ni humanos que merezcan culto.
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