Exocerebro y capitalismo
Exocerebro y capitalismo
Por:
Roger Bartra
Tomado
de: Letras Libres
Cada día se discute más la función de las redes exocerebrales
en las nuevas modalidades del capitalismo. El exocerebro es un conjunto de
prótesis con un alto contenido simbólico que expanden la mente y la conciencia
más allá de los límites del sistema nervioso central. El ejemplo paradigmático
de la expansión actual del cerebro es el poderío de Silicon Valley, ese
conjunto de empresas ligadas a la más sofisticada tecnología digital. Ante esta
formidable expansión de las nuevas formas económicas basadas en complejas
tecnologías electrónicas ha habido muchas reacciones. Paul Mason, por ejemplo,
en su libro Postcapitalism. A guide to our future (2015), considera que las
nuevas tecnologías informáticas son el embrión de una economía poscapitalista
que corroe por dentro al viejo sistema. El dominio de la tecnología
informática, dice Mason, desordena el proceso de formación de precios, pues el
mercado responde a la escasez en tanto que la información, en contraste, es
abundante. Las máquinas inteligentes abaten el precio de la mercancía y con
ello erosionan la base en que se apoya el sistema capitalista.
Esta es la versión optimista. Pero hay otras
interpretaciones, como la de Jaron Lanier, un científico que ha trabajado en
informática, quien en su libro ¿Quién controla el futuro? (2014) considera que
en Silicon Valley hay una secta de millonarios sociópatas que tienen una
relación tangencial con la realidad. En el mundo automatizado típico del
capitalismo tardío, según Lanier, la información es más importante y valiosa
que el trabajo manual. Pero las grandes empresas se apropian gratuitamente de
la información y con ello se enriquecen. Lanier considera que las empresas
deben pagar por los datos que acumulan y usan, pues la información no es un
recurso neutral que alguien pueda apropiarse libremente, sino que se encuentra
profundamente inscrita en la vida humana que la genera.
El problema radica, en consecuencia, en el hecho de
que una parte de las prótesis que extienden nuestra conciencia es apropiada por
grandes empresas. Podría decirse que una parte de nuestro exocerebro está
privatizada. Ya Nicholas Carr había llamado la atención sobre el excesivo poder
que sobre nuestras mentes adquieren las grandes empresas tecnológicas e
informáticas. Carr está convencido de que internet contribuye a profundizar las
desigualdades sociales y económicas. Además, propicia una maligna
homogeneización de la cultura e impulsa su trivialización (véase su libro ¿Qué
está haciendo internet con nuestras mentes? Superficiales, 2010).
Otro analista de internet, Evgeny Morozov, ha criticado
con fuerza el nuevo orden económico que parece imponerse desde Silicon Valley.
En su libro La locura del solucionismo tecnológico (2015) explora el lado
oscuro de internet y sostiene que el utopismo cibernético, que exalta a las
redes electrónicas como una fuerza democratizadora, está muy equivocado. No
cree que las nuevas tecnologías hayan abierto una brecha poscapitalista en el
sistema económico, como cree Paul Mason, ni que esté creciendo un radicalismo
potencialmente letal para los grandes empresarios. Por el contrario, opina que
el nuevo orden digital propio del capitalismo cognitivo está acabando con los
avances que logró imponer la socialdemocracia y que cristalizaron en el Estado
de bienestar. No hay un poscapitalismo, sostiene Morozov, sino más bien un
extraño precapitalismo, en el que internet aparece como la nueva religión, que
recorta conquistas sociales importantes y hace reposar en los individuos las
responsabilidades que antes atendían los gobiernos.
La psicóloga Sherry Turkle también se lanza contra los
artilugios digitales que, según ella, están matando la intimidad y los
beneficios de la conversación. En su libro Reclaiming conversation. The power
of talk in a digital age (2015) exalta las virtudes del contacto personal y
sostiene que los aparatos digitales inteligentes, que mantienen a la gente
permanentemente entretenida, han marginado las antiguas virtudes del tedio;
cree que el aburrimiento, cuna de la paciencia y la imaginación, es necesario y
positivo. Internet, con su cauda de dispositivos móviles inteligentes, invade y
aniquila la necesaria soledad. Y también margina las conversaciones cara a cara
y los contactos cercanos que impulsan la empatía.
La desconfianza en los poderes cibernéticos e
informáticos se ha extendido junto con la crítica a un capitalismo cognitivo
que extiende sus tentáculos por todo el globo. Se ha observado con razón que
las virtudes de internet no la convierten en una panacea capaz de resolver los
males y el malestar que provocan las nuevas formas de operación del capitalismo
tardío. Pero hay que recordar que las redes exocerebrales son las que nos hacen
humanos y que por lo tanto no es sensato despreciar radicalmente sus formas más
sofisticadas –como las complejas prótesis digitales– por el hecho de que el capitalismo
penetra en ellas, como penetra en todos los poros de la cultura.
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