La Última Despedida: Controlando Nuestro Adiós Final
En ocasiones la muerte llega cuando uno menos lo espera y nos toma por sorpresa. ¿Podría ser al revés?
Fue en el 2002, un Día de las Madres. Compré a mi madre una imagen de la Virgen, un regalo cargado de esperanza. En sus últimos meses de vida, mi madre se había acercado profundamente a la religión, dejando atrás la fría lógica de la ciencia que solo le había ofrecido temor ante el cáncer terminal que la consumía. El 10 de mayo, le llevé la imagen al hospital, pero ella no quiso que la dejara allí. Todavía hoy, esa decisión me parece un rechazo tácito. La imagen permanece en la sala de la casa de mis padres, un testimonio silencioso de esos días oscuros. Salí del hospital a las 11 de la noche, con las calles desoladas y peligrosas, abrazando la imagen con fuerza. Mi madre falleció cuatro días después.
El viernes pasado llevé a mi padre al hospital. Apenas podía caminar, así que lo llevé en una silla de ruedas. En el hospital, me pidieron que lo subiera a una cama y luego lo pusiera en una silla. Yo vigilaba la silla de ruedas como un tesoro, siguiendo el consejo de un enfermero que me advirtió: "Llévesela, si la deja, se la pueden llevar". Salí del hospital hacia el estacionamiento público, empujando la silla por calles oscuras, llenas de migrantes durmiendo en las aceras o vomitando alcohol barato. Era un lugar sombrío y peligroso. A mitad de camino, me di cuenta del riesgo que corría, pero logré llegar al auto sin incidentes. Guardé la silla y regresé a ver a mi padre. Espero que las similitudes con mi experiencia anterior terminen ahí.
La idea de pasar los últimos días de mi vida en un hospital me resulta insoportable. No quiero esconderme de la muerte; quiero enfrentarla, mirarla directamente a los ojos y hacer que huya de mí. Aunque no tuve control sobre mi nacimiento, anhelo tenerlo sobre mi muerte. Morir en buenas condiciones, antes del deterioro irreversible, es mi deseo. Quiero elegir mi propia fecha de caducidad y cumplirla sin dejar problemas a mis seres queridos. "Este día me voy, amigos. Todos están invitados a mi gran despedida, he decidido salir de este mundo por la puerta grande".
La muerte es una certeza ineludible, pero el cómo llegamos a ella puede ser una elección. Prefiero una despedida digna, una que no deje a mis seres queridos lidiando con el dolor de una larga agonía. La ciencia puede explicar mucho, pero no ofrece consuelo en los momentos finales. La religión, en cambio, puede brindar paz, una paz que mi madre buscó y encontró en sus últimos días.
Enfrentar la muerte no es un acto de valentía sino de preparación y aceptación. Quiero vivir mis últimos momentos en mis propios términos, rodeado de aquellos que amo, sin el frío resplandor de las luces del hospital. Quiero que mi partida sea un evento significativo, no solo un último suspiro en un entorno deshumanizado.
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