Melvins: Demasiado Extraños para Morir
Aunque muchos aún piensan en el mito de Seattle como el epicentro del grunge, lo cierto es que aquel "gran show" fue, en gran medida, una maniobra artificial para eclipsar la poderosa escena de Los Ángeles. Sin embargo, los Melvins nunca se dejaron atrapar por etiquetas prefabricadas. Su actitud punk y su espíritu inquebrantable los mantuvieron fuera del molde, y de Seattle. Y gracias a eso, hoy siguen en pie, convertidos en auténticos monstruos del norte de Estados Unidos.
Ahora, parte de la banda regresa con Thunderball, un nuevo álbum que, si sumamos todas las grabaciones oficiales, se acerca de forma asombrosa al número 30 en su discografía. Una cifra que no solo impone respeto, sino que confirma su inagotable capacidad de reinvención.
Buzz Osborne y Mike Dillard son los responsables de este nuevo capítulo. La ausencia de Dale Crover puede preocupar a algunos fanáticos, pero es bien sabido que actualmente está enfocado en otros proyectos. Dillard, por su parte, no es un reemplazo improvisado: es un viejo amigo de Osborne y miembro original de la formación de 1983. Su regreso se debe más a la camaradería y al deseo de mantener una energía cruda y espontánea, esa misma que la banda también canaliza en vivo junto a Steven McDonald, Coady Willis y, ocasionalmente, el propio Crover.
Para Thunderball, Osborne y Dillard se aliaron con dos figuras de la escena electrónica experimental: el británico Ni Maitres y el estadounidense Void Manes. El resultado es tan brutal como inesperado.
Sí, la ausencia de Crover puede ser un detalle que salte a la vista. Pero basta una sola escucha para entender que Thunderball no es una obra menor. Es un disco abrasivo, filoso, con una carga sonora que se acomoda perfectamente dentro del catálogo más audaz de los Melvins. Se mueve dentro de su faceta más experimental, aquella que coquetea sin pudor con el noise electrónico y rinde homenaje a titanes como Throbbing Gristle o Merzbow.
El álbum arranca con "King of Rome", una pieza furiosa de punk rock con riffs demoledores que dejan clara la devoción de Buzz por bandas como Discharge y Black Flag. La batería de Dillard y la guitarra de Osborne dialogan con una precisión quirúrgica, mientras Maitres y Manes suman capas de ruido electrónico con una sutileza que sorprende, considerando el caos que reina entre cuerdas y tambores.
"Vomit of Clarity" ya abre la puerta a la locura. Aquí la banda se lanza sin freno hacia su lado más salvaje y experimental, construyendo un paisaje sonoro que no pide permiso ni ofrece concesiones.
"Short Hair With a Wig" es, simplemente, brillante. La tensión se respira en cada segundo. La fusión entre los Melvins y sus colaboradores alcanza un punto álgido: guitarras épicas, distorsión impredecible y una atmósfera tan densa como fascinante. Incluso para los estándares de los Melvins, esto es terreno inexplorado.
"Victory of the Pyramids" evoca, curiosamente, a Roxy Music. Quizás por la batería sólida de Dillard o por esos riffs de Osborne que parecen flotar entre estilos sin querer encajar en ninguno.
Luego llega "Venus Blood", donde el ADN clásico de los Melvins se manifiesta con claridad: tempos lentos, voces psicodélicas y una energía que remite tanto a Flipper como a Saint Vitus. Es un guiño al pasado sin renunciar a la experimentación.
Thunderball es, incluso para los Melvins, un disco extraño. Pero no es inaccesible. Hay momentos de claridad, de groove, de estructura. Y es justo ahí donde se revela su verdadero poder: la banda está abandonando su zona de confort sin caer en la trampa de lo indescifrable. Thunderball no es un capricho hermético. Es una obra surrealista que captura a los Melvins en su forma más libre, más salvaje y más honesta.
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