Democracia en crisis



Democracia en crisis

Por Roger Bartra

Tomado de: Letras Libres

Hay en Europa y América Latina muchos ciudadanos desesperados por el mal funcionamiento de la democracia. Ello ha ocasionado que surjan y se fortalezcan alternativas populistas de derecha y de izquierda. También estimula la marginación de muchos, que rechazan en bloque la política por considerarla esencialmente corrupta o maligna. La democracia parece estar siempre acosada por la crisis. Es despreciada por ser incapaz de solucionar los grandes problemas que nos aquejan, por carecer en sí misma de propósitos a largo plazo, por estar sujeta a los vaivenes de una opinión pública inestable, por cobijar escándalos y por ser incapaz de escapar de los efectos perversos que generan políticos volubles con escasos méritos. Así, ciertamente, pode- mos observar que las sociedades democráticas parecen estar sometidas a una crónica inestabilidad, dominadas por la confusión. Predominan el inmediatismo y las acciones precipitadas, y se vive una constante alternancia entre momentos críticos y parálisis, entre la excitación y la inercia. Los medios masivos de comunicación e información, arropados por la libertad de expresión, contribuyen a desorientar o a manipular a la ciudadanía.

Ante esta condición, al parecer inherente a los sistemas democráticos, los regímenes dictatoriales les parecen a muchos una solución adecuada. Una autocracia parece más eficiente, ya que puede mantener en forma estable a tecnocracias y burocracias entrenadas para dirigir las finanzas y la economía por buen camino. Además, son capaces de controlar los medios de comunicación. El hecho de que los experimentos comunistas hayan fracasado no parece desanimar a quienes apoyan las soluciones chinas y rusas o aprecian los autoritarismos populistas al estilo venezolano, que supuestamente se encaminan hacia una “verdadera democracia”.

A quienes se desesperan por la confusión que parece extenderse en las sociedades democráticas, les haría bien leer el libro de David Runciman, profesor de ciencia política en la Universidad de Cambridge, dedicado a analizar el comportamiento errático y crítico de las democracias en los países desarrollados durante el siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI (The confidence trap: A history of democracy in crisis from World War I to the present, Princenton University Press, 2013). Runciman reconoce todos los defectos del sistema democrático. Analiza siete momentos críticos en la historia de las democracias occidentales: hace una disección de los errores y desconciertos que caracterizaron la época en que Alemania es derrotada en la Gran Guerra (1918), la crisis económica y el auge del fascismo (1933), la terrible posguerra (1947), la amenaza de los misiles soviéticos en Cuba (1962), la desilusión masiva (1974), la caída del mundo bipolar (1989) y los desastres económicos (2008). ¿Cómo logra escapar la democracia de las crisis que permanentemente la acosan?

La respuesta de Runciman es sencilla: la democracia en realidad no escapa de las crisis. Pero no se trata de una tragedia en la que el modo de vida democrático está condenado a enfrentar dilemas irresolubles con la certeza de que no habrá un final feliz. Incluso observa que la situación tiene visos cómicos. En realidad, dice, estamos en una trampa; no estamos condenados, estamos encerrados: “La gente debe creer en la democracia para que esta funcione. Cuando mejor funcione, más se cree en ella. Pero cuando más se cree en ella, es menos probable que la gente se dé cuenta de que algo está mal.”

Para escapar de esta jaula se ha dicho que es necesario darle un contenido ideológico a la democracia. Desde luego, es el ideario liberal el que más se suele asociar a ella. Pero hay que advertir que los valores liberales y los derechos que los protegen, que se asocian a la economía capitalista, no son inherentes al sistema democrático. Tampoco lo que hoy llamamos neoliberalismo es un ingrediente indispensable de un régimen democrático. Las ideas socialdemócratas que se expandieron después de la Segunda Guerra Mundial tampoco forman parte indisoluble de la democracia. Y mucho menos los regímenes despóticos poscomunistas, sean en su versión cleptocrática (Rusia) o como capitalismo de Estado (China), logran convertirse en encarnaciones válidas de una democracia ideologizada de nuevo tipo.

Los contenidos ideológicos de los sistemas democráticos corresponden a los idearios de los partidos políticos. La democracia deja de operar cuando uno de ellos se establece como única opción. Runciman observa que parece haber un umbral más allá del cual las democracias ya no recaen en una condición autocrática. Pero es solo una constatación empírica: ningún país con un pib per cápita de más de siete mil dólares ha sufrido una reversión (México atravesó este umbral en 2004). Hay que agregar otro hecho: las democracias no se hacen la guerra entre ellas, pero parecen requerir de rivales o de amenazas para legitimarse.

Acaso la democracia está encerrada, como cree Runciman, pero la puerta de la jaula está abierta: es la esperanza de poder escapar, pero también el peligro de que entren nuevas amenazas...

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