De Titanes a Influencers: Cómo la IFBB Cambió la Gloria del Bodybuilding por Membresías y Likes




¿Hubo una época cuando ser profesional de la IFBB significaba algo más que tener una cuenta de Instagram verificada? Déjame contarte una historia que va a cambiar completamente tu percepción sobre el mundo del bodybuilding moderno. Esta es la crónica de cómo una organización legendaria vendió su alma al algoritmo, convirtiendo décadas de tradición en un esquema de franquicias más predecible que el menú de McDonald's.

Sam Sulek lo logró. Dos competencias. "Dos". Y ya es profesional de la IFBB. Mientras leo esto, no puedo evitar pensar en los guerreros de los ochenta que sangraban, sudaban y sacrificaban años enteros persiguiendo ese estatus dorado. Entonces, ganar varias competencias nacionales era apenas el "boleto de entrada" para soñar con competir a nivel mundial. El estatus profesional no se regalaba; se conquistaba plaza por plaza, repetición por repetición, en un campo de batalla donde solo los verdaderos titanes sobrevivían.

En aquella época dorada, ser profesional de la IFBB equivalía a portar una corona invisible. Significaba que tenías el calibre real para pelear codo a codo con los dioses del Olympia, del Universe, del Mundo. No era un título; era una declaración de guerra contra la mediocridad. Hoy, esa corona se ha convertido en una gorra de papel que cualquiera puede comprar en el drive-thru de la fama instantánea.

Lee Haney no habla por hablar. Ocho veces Mr. Olympia, una leyenda viviente que dominó el escenario cuando el bodybuilding aún tenía dientes. Sus palabras cortan como bisturí: el prestigio de ser profesional de la IFBB se ha "diluido". Y no es solo nostalgia de veterano; es matemática pura y dura.

¿Cien credenciales profesionales en una sola competencia? Piénsalo. Es como si Harvard decidiera graduar a toda su ciudad natal de una vez. La exclusividad, ese elemento que transformaba a los profesionales en semidioses, se evaporó más rápido que el agua en el desierto de Nevada. Haney ve lo que muchos prefieren ignorar: cuando todos son especiales, nadie lo es.

Aquí está el plot twist que nadie vio venir: antes, la IFBB daba visibilidad a sus atletas. Hoy, son los atletas quienes dan visibilidad a la IFBB. ¿Captaste la inversión? Es como si los empleados de repente fueran los que pagaran el salario a la empresa, no al revés.

Los "profesionales" modernos funcionan como "escaparates vivientes", anuncios ambulantes en redes sociales que promocionan a la organización que supuestamente los respalda. Se han convertido en vendedores de su propia credencial, influencers del músculo que compiten más por likes que por trofeos. El resultado es una generación de bodybuilders que saben más de engagement rates que de técnicas de entrenamiento avanzado.

La IFBB argumenta que más profesionales equivale a mayor popularidad del deporte. Y técnicamente tienen razón... si tu definición de "deporte" incluye vender membresías como si fueran Happy Meals. Cada competidor se ha convertido en una franquicia que debe pagar para mantener su estatus "profesional". Es el capitalismo del músculo en su expresión más pura y descarada.

McDonald's al menos garantiza que su Big Mac en Tokio sabe igual que el de Times Square. La IFBB, en cambio, ha creado un sistema donde la calidad varía drásticamente de una "franquicia" a otra. Algunos profesionales podrían competir en Olympia; otros apenas calificarían para una competencia local de fin de semana.

Los hechos son brutales y están ahí para quien quiera verlos. En los últimos diez años, solo Big Ramy ha logrado repetir como Mr. Olympia, ganando dos veces consecutivas. Compara eso con las dinastías de Haney, Yates, o Coleman, que dominaron el escenario con una superioridad física que rayaba en lo sobrenatural. ¿Coincidencia? Difícilmente.

La fragmentación del dominio no habla de "mayor competencia"; habla de una caída generalizada en el nivel de excelencia. Incluso el propio Mr. Olympia ha perdido brillo frente a competencias como el Arnold Classic, que mantiene estándares más rigurosos y selectivos, y premios que mejoran considerablemente cada año. Es como si el Super Bowl perdiera audiencia frente a un partido de temporada regular.

Aquí viene el golpe de gracia: mundialmente, apenas el 1% de los profesionales de la IFBB genera ingresos reales compitiendo. En México, con su creciente ejército de "profesionales", solo tres o cuatro obtienen ganancias significativas clasificando alto en competencias prestigiosas internacionales. Los demás son, literalmente, suscriptores premium de un club exclusivo que ya no es exclusivo.

La IFBB enfrenta la paradoja del crecimiento moderno: expandirse sin explotar. En sus manos está la responsabilidad de alimentar a la bestia económica que han creado, sin sacrificar completamente los estándares que alguna vez la hicieron grande. Es el dilema clásico entre cantidad y calidad, entre likes y legado.

Los atletas, mientras tanto, se ven forzados a convertirse en personalidades de redes sociales para sobrevivir económicamente. No es solo una evolución; es una revolución completa en la naturaleza misma del bodybuilding profesional. La pregunta que todos evitamos hacer es simple pero devastadora: ¿en qué momento exacto se cambió la grandeza por la viralidad?


Comments

Popular Posts