private music: ¿El Último Rugido de Deftones o un Eco Calculado?"
La portada habla antes que las canciones. Colores claros, motivos animales, un eco deliberado del White Pony que cambió todo en el 2000. private music se presenta como heredero directo de ese legado, pero aquí surge la primera contradicción: ¿cómo puede ser "privada" la música de una banda cuyo sonido fue diseñado para llenar estadios? Tal vez Chino Moreno y compañía entienden algo que nosotros apenas comenzamos a descifrar sobre la naturaleza dual de la experiencia musical moderna. Los audífonos transforman cualquier canción en un confesionario íntimo, mientras que Spotify convierte cada escucha privada en data pública.
El título funciona como una profecía autoirrónica. Esta "música privada" está destinada a convertirse en uno de los discos más populares de la banda, alimentada por el consenso digital que ha canonizado a Deftones como arquitectos del sonido de las últimas décadas. Internet no perdona ni olvida, y su algoritmo ha decidido que esta banda de Sacramento merece estar en el panteón del metal alternativo. Pero aquí está la trampa: cuando el inconsciente colectivo y la maquinaria publicitaria se alían, ¿seguimos hablando de música o de producto cultural?
Nick Raskulinecz regresa a la producción después de haber moldeado Diamond Eyes y Koi No Yokan, lo que explica el entusiasmo desbordado entre los devotos más acérrimos. Para ellos, Raskulinecz es el Terry Date del nuevo milenio, capaz de capturar la esencia Deftones sin los riesgos experimentales que a veces descarrilan a la banda. Sin embargo, esta seguridad tiene un precio: private music suena como Deftones interpretando a Deftones, una versión controlada de lo que una vez fue pura combustión espontánea.
Los elementos característicos están presentes pero domesticados. Las guitarras profundas que antes parecían emerger del núcleo terrestre ahora resuenan desde un laboratorio digital. Chino Moreno mantiene esa cualidad etérea que lo conecta con Morrissey —esa capacidad de hacer que el dolor suene hermoso—, pero incluso su voz parece consciente de su propio poder, midiendo cada nota como si fuera moneda de cambio emocional. my mind is a mountain abre con acordes que invocan a Metallica antes de deslizarse hacia territorio Smashing Pumpkins, un movimiento que demuestra tanto la versatilidad de la banda como su tendencia a la nostalgia calculada.
La paradoja se intensifica en temas como locked club y ecdysis. Las guitarras adoptan esos timbres mecánicos que asociamos con Meshuggah, pero sin la precisión obsesiva que hace funcionar a los suecos. Aquí, la repetición se vuelve manierismo, y la atmósfera sofoca lo que debería ser explosión. La batería, elemento crucial en el sonido Deftones, queda relegada a segundo plano por una producción que privilegia las texturas sobre la fuerza bruta. Es como ver a un boxeador peleando con guantes de seda: la técnica está ahí, pero el impacto se diluye.
Sin embargo, private music revela momentos de brillantez genuina que justifican la expectación. infinite source funciona como una cápsula del tiempo que nos devuelve al Deftones más inspirado, mientras milk of the madonna y cut hands demuestran que la banda aún puede acceder a esa intensidad primordial que los convirtió en referencia obligada. Son destellos del poder creativo que una vez hizo que Around the Fur sonara como una revelación, no como una confirmación.
¿Es private music el mejor disco de Deftones? Rotundamente no. Pero tampoco es el desastre que algunos puristas pudieran proclamar. Es algo más interesante: un documento sobre cómo una banda navega la tensión entre innovación y expectativa, entre intimidad artística y relevancia comercial. Se coloca cómodamente junto a White Pony y Diamond Eyes no por superar sus logros, sino por entender que en 2025, la música privada es una contradicción pública que todos, de alguna manera, hemos aprendido a aceptar. La pregunta no es si el disco es bueno o malo, sino si todavía importa esa distinción cuando el streaming ha convertido cada canción en banda sonora de nuestras vidas fragmentadas, haciendo que la música éste cada vez más en el fondo, cómo un elemento ornamental, más que cómo un protagonista.



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