¿Prometeo Moderno?
Guillermo del Toro aprendi贸 a narrar viendo telenovelas mexicanas. Antes de que eso suene como insulto, dejemos algo claro: las telenovelas de los setenta y ochenta eran m谩quinas perfectas de emoci贸n, estructuras dram谩ticas tan bien calibradas que cruzaban fronteras sin necesidad de subt铆tulos. Del Toro absorbi贸 ese ADN: el melodrama sin verg眉enza, la tragedia como moneda corriente, los personajes que sangran en pantalla. Y lo transform贸 en algo propio cuando lleg贸 a El laberinto del Fauno. Tom贸 la esencia de Cuna de Lobos y la mezcl贸 con el terror g贸tico europeo. El resultado fue cine que no ped铆a disculpas por sentir.
Su verdadero laboratorio fue La Hora Marcada, esa serie maldita de 1989 que nadie vio y que quienes la vieron jam谩s olvidaron. Ah铆, entre presupuestos rid铆culos y episodios de treinta minutos, Del Toro descubri贸 que los monstruos funcionan mejor cuando cuentan historias sobre personas reales. Ese aprendizaje lo llev贸 a Cronos, despu茅s al desastre controlado de Mimic (donde los estudios le arrebataron el control creativo) y finalmente a Hellboy, su primera gran victoria tras el tropiezo con Blade II. Luego vino Pacific Rim, un paso en falso disfrazado de robots gigantes. Pero incluso sus fracasos ten铆an m谩s personalidad que la mayor铆a de lo que Hollywood produce en una d茅cada.
El problema con Frankenstein no es que sea mala. El problema es que es segura. Del Toro tiene acceso ilimitado al dinero de Netflix, puede construir sets victorianos que har铆an llorar de envidia a cualquier director, puede contratar a los mejores actores disponibles. Y usa todo eso para hacer… ¿qu茅 exactamente? Una adaptaci贸n bonita. Correcta. Elegante. Muerta. Una mezcla entre los traumas paternales de Willy Wonka y el monstruo incomprendido que roba el coraz贸n de las chicas, como en Edward Scissorhands, ambas de Tim Burton.
Mary Shelley escribi贸 Frankenstein en 1818 como un texto radical: una joven de veinte a帽os imaginando un mundo donde los hombres juegan a ser Dios y fracasan estrepitosamente; donde la creaci贸n se rebela contra el creador porque nadie le ense帽贸 a ser humano. Era ciencia ficci贸n feminista antes de que existiera el t茅rmino. Era un tratado sobre paternidad ausente, sobre masculinidad t贸xica disfrazada de genio cient铆fico, sobre qu茅 significa ser monstruo cuando la sociedad te niega humanidad.
Del Toro ten铆a en sus manos la oportunidad de actualizar todo eso: inteligencia artificial, manipulaci贸n gen茅tica, la arrogancia de Silicon Valley creando cosas sin pensar en las consecuencias. Y aun as铆 eligi贸 hacer una pel铆cula de 茅poca impecable que no dice nada nuevo.
Mientras tanto, Robert Eggers tom贸 Nosferatu y lo convirti贸 en un estudio sobre represi贸n sexual y poder patriarcal. Ryan Coogler us贸 Sinners para hablar de opresi贸n racial a trav茅s del vampirismo. Estos directores entienden que el cine de monstruos solo importa cuando los monstruos representan algo real, algo que duele, algo que reconocemos en el espejo.
Del Toro lo sab铆a. Lo demostr贸 en El Espinazo del Diablo, donde los fantasmas eran la guerra civil espa帽ola. Lo demostr贸 en El Laberinto del Fauno, donde el verdadero monstruo era el fascismo. ¿Qu茅 pas贸?
La respuesta inc贸moda: demasiados recursos. Del Toro siempre fue mejor cuando ten铆a que inventar, cuando la limitaci贸n presupuestaria lo obligaba a ser ingenioso. Cronos cost贸 casi nada y sigue siendo su pel铆cula m谩s personal. El Espinazo del Diablo se hizo con migajas y es perfecta. Ahora tiene dinero infinito y lo usa para construir escenarios espectaculares donde no pasa nada que importe.
Su Frankenstein es hermosa como una postal victoriana y tan vac铆a como una. Intenta abarcar todos los temas de la novela original en dos horas y termina no profundizando en ninguno. La criatura es impresionante t茅cnicamente, pero nunca se siente humana. Victor Frankenstein es pat茅tico, pero no tr谩gico. La pel铆cula quiere conmover y solo consigue decorar.
Lo m谩s triste es que Del Toro sigue siendo un maestro visual. Cada plano de Frankenstein podr铆a colgarse en un museo. Pero el cine no es solo est茅tica. Es narrativa. Es emoci贸n. Es riesgo. Es decir algo que incomode, que provoque, que permanezca despu茅s de los cr茅ditos. Del Toro alguna vez supo hacer eso. Ahora hace pel铆culas que Netflix puede vender como “evento”, pero que nadie recordar谩 en cinco a帽os.
El monstruo que cre贸 esta vez no es la criatura de Shelley. Es su propia ambici贸n sin direcci贸n: acceso ilimitado a recursos sin una historia lo suficientemente fuerte para sostenerlos. Y, a diferencia del monstruo de Shelley, este ni siquiera tiene la decencia de rebelarse.



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