El Precio de un Disparo

 


La palabra Golem significa "masa sin forma" en hebreo. Rabinos invocaban estas criaturas de barro durante persecuciones, guardianes silenciosos que proteg铆an guetos cuando las autoridades miraban hacia otro lado. Las leyendas persistieron hasta la Segunda Guerra Mundial. Quentin Tarantino entendi贸 esto cuando le dio a Eli Roth un bate de b茅isbol en Inglourious Basterds y lo convirti贸 en el sargento Donnie Donowitz, apodado "The Bear Jew". Los nazis susurraban que era un Golem. No lo era. Era algo peor: un hombre que hab铆a descubierto que la venganza tiene textura, peso, y hace un sonido espec铆fico cuando el cr谩neo cede.


En 2005, Roth dirigi贸 Hostel despu茅s de encontrar algo en la Deep Web que nadie quer铆a confirmar: un sitio que ofrec铆a viajes a Tailandia donde por diez mil d贸lares pod铆as matar a alguien. Sin consecuencias. Se lo cont贸 a Tarantino, quien le dijo exactamente tres palabras: "Haz la pel铆cula". Lo que sigui贸 fue una franquicia que los cr铆ticos despreciaron bajo el t茅rmino "torture porn", acu帽ado por David Edelstein con toda la condescendencia de quien ve arte donde otros ven atrocidad empaquetada. Pero la etiqueta fall贸. Hostel no era pornograf铆a. Era un documento comercial. Un reconocimiento de que todo tiene precio si encuentras al comprador indicado.


La pel铆cula funciona porque toca un cable expuesto: turistas estadounidenses en Europa del Este, seducidos por promesas de placer barato, convertidos en inventario. Roth citaba Audition de Takashi Miike como influencia, esa obra maestra japonesa donde el horror crece en silencio hasta que una cuerda de piano corta m谩s que tendones. Pero Hostel rechaza el silencio. Su horror es transaccional, expl铆cito, capitalista. Un mercado eficiente donde la oferta encuentra demanda sin intermediarios morales. Eso es lo insoportable. No la sangre. La factura.


Lo que casi nadie menciona es que esto ya hab铆a ocurrido. No en una pantalla, sino en las monta帽as que rodeaban Sarajevo durante el asedio m谩s largo de la historia moderna, 1992 a 1996. Mientras la ciudad mor铆a de hambre bajo granadas y francotiradores, algo peor suced铆a en las colinas: llegaban turistas. Empresarios del norte de Italia, arist贸cratas de Francia, Alemania, Rusia y EEUU. Mercenarios jubilados con dinero, hartos de cazar en la Selva Negra, que viajaban desde Trieste hasta Belgrado bajo el eufemismo "turismo de guerra". Ocultos en las monta帽as de viernes a domingo y despu茅s de regreso a sus vidas normales. Pagaban hasta cien mil euros por disparar contra civiles atrapados abajo. Safaris humanos. Eleg铆an blancos: una mujer cargando agua, un ni帽o cruzando la calle, un anciano en una ventana. Se hablaba de una lista de precios. Lo m谩s caro: poder disparar a un ni帽o. Los ancianos eran gratis. Disparaban. Pagaban. Se iban. El documental Sarajevo Safari del director Miran Zupani膰 denunci贸 los hechos. Muchos lo desestimaron como "leyendas urbanas" o propaganda. No lo eran. Fue hasta la investigaci贸n del escritor italiano Ezio Gavazzeni, quien reuni贸 testimonios y documentaci贸n, que la historia comenz贸 a tomarse en serio.


Eduard Limonov estuvo all铆. El poeta ruso, disidente punk en el Nueva York de los setenta, nacionalista err谩tico en el Mosc煤 post sovi茅tico, viaj贸 a esas monta帽as en 1992 y dispar贸 hacia Sarajevo frente a c谩maras. El video sigue disponible. Emmanuel Carr猫re, el escritor franc茅s de ascendencia rusa que ahora se arrepiente de esa herencia, lo inmortaliz贸 en Limonov, convirti茅ndolo en personaje literario: brillante, repulsivo, magn茅tico. Limonov hab铆a sido figura del underground neoyorquino, cofundador del Partido Nacional Bolchevique junto al fil贸sofo Alexander Dugin y el punk fugitivo Yegor Letov, a帽orando el imperialismo sovi茅tico sin su comunismo. Letov se volvi贸 leyenda del punk post sovi茅tico. Dugin se convirti贸 en el ide贸logo de cabecera de Putin. Limonov termin贸 como opositor del r茅gimen junto a Garry Kasparov. Pero en Sarajevo, en 1992, solo era un turista con un rifle en las monta帽as, junto al ej茅rcito serbio, responsable de genocidio.


La conexi贸n con Hostel no es met谩fora. Es continuidad. Roth construy贸 un infierno donde millonarios torturan turistas en s贸tanos de Eslovaquia. Sarajevo demostr贸 que ese infierno ya funcionaba, solo que al aire libre, con rifles de largo alcance en lugar de sierras el茅ctricas. Ambos escenarios operan bajo la misma l贸gica: el dinero como llave maestra de cualquier puerta moral. Si puedes pagar, puedes hacer lo que sea. La v铆ctima deja de ser persona y se convierte en producto. En experiencia premium. En servicio exclusivo. Hostel se estren贸 en la d茅cada de Abu Ghraib y Guant谩namo, cuando las im谩genes de tortura dejaron de ser ficci贸n de esp铆as y se volvieron contenido de noticieros. El asedio de Sarajevo ocurri贸 mientras Europa celebraba el fin de la Guerra Fr铆a, convencida de haber enterrado los fantasmas del siglo XX. Pero los fantasmas no desaparecen. Evolucionan. Aprenden a usar tarjetas de cr茅dito y criptomonedas. Se vuelven eficientes.


Limonov disparando desde las colinas y los clientes an贸nimos de Hostel responden a la misma pregunta: ¿qu茅 sucede cuando el poder,pol铆tico, econ贸mico, cultural, se encuentra con un vac铆o moral absoluto? Ambas historias concluyen lo mismo: para ciertas personas, la vida ajena no tiene valor intr铆nseco. Solo tiene precio de mercado. Y si el precio es correcto, la transacci贸n se completa. Sin testigos. Sin juicio. Sin memoria. Tal vez Hostel duele porque no miente. Y tal vez las im谩genes de Sarajevo siguen siendo insoportables por la misma raz贸n. Ambas historias nos muestran algo que preferimos ignorar: cuando la violencia se convierte en negocio, deja de importar qui茅n muere. Solo importa qui茅n paga. Y en ese momento preciso, todos, v铆ctimas, testigos, espectadores, dejamos de ser personas. Nos convertimos en extras de una pel铆cula que nadie quiere ver pero que nunca deja de filmarse.

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