El Evangelio Según Rosalía



La blasfemia siempre ha sido más interesante que la devoción. Rosalía lo sabe. Por eso Lux abre con Sexo, Violencia y Llantas, un título que suena más a Las Vegas que a Las Apariciones. Los ultraconservadores ven aquí un supuesto regreso a valores religiosos. Se equivocan. Esto no es fe: es apropiación estética. Madonna ya hizo esto en 1989 con Like a Prayer, quemando cruces mientras el Vaticano echaba espuma por la boca. Kate Bush "negoció con Dios" en Running Up That Hill. Kanye West construyó un templo megalómano llamado Jesus Is King. Rosalía simplemente cambió los coros gospel por palmas flamencas y llamó a eso vanguardia.


La verdad incómoda es esta: Lux es Jesus Is King con acento andaluz. Misma obsesión mesiánica, misma urgencia por trascender el pop, mismo resultado ambiguo. West se creía Dios cuando grabó ese disco. Rosalía, más inteligente, se limita sólo a visitarlo. Los arreglos de cuerdas que inundan Lux, omnipresentes hasta el hartazgo, no son una innovación radical: son historia del arte robada. Los Beatles los usaron en Eleanor Rigby. ELO construyó una carrera entera sobre ellos (¿Alguien se acuerda de los cellos en Good Vibrations de los Beach Boys, en Street Hassle de Lou Reed o la viola de John Cale en los Velvet Underground?). Björk los retorció hasta hacerlos irreconocibles en sus mejores canciones. Rosalía los pone bonitos, como flores en un altar. Funcional, efectivo, seguro. Demasiado seguro.


Reliquia trae techno y flamenco directo de El Mal Querer, ese debut del 2018 que todavía es su obra maestra. Aquí suenan más a Nick Cave que a Marcos Witt, más The Boatman's Call que Hillsong. Divinize es Rosalía haciendo cosplay de Björk con un toque de Fiona Apple, mientras las cuerdas recuerdan que Paul McCartney inventó este juego hace sesenta años. Hay momentos genuinos: esos beats minimalistas de hip hop que evocan a Wu-Tang Clan, el trip hop fantasmal de Porcelana que parece sacado de Tricky o del apocalíptico Bish Bosch de Scott Walker. Pero son destellos en un disco que prefiere impresionar antes que arriesgar.


Berghain, el single de lanzamiento, es donde el juego de referencias se vuelve académico. Los cortes abruptos vienen de Kanye. La historia de Berghain, la legendaria discoteca berlinesa, ya la conoces (aunque probablemente no sepas quién es Ben Klock, el DJ residente que convirtió ese búnker soviético en catedral del techno). Los arreglos citan a Vivaldi, Paganini, Carmina Burana de Carl Orff. Todo está ahí, perfectamente catalogado. Lo que falta es Diamanda Galás aullando en las sombras o la demencia progresiva de los Magma. Rosalía estudió para este examen. Pasó con honores. Pero los genios no estudian: canibalizan.


Las colaboraciones salvan momentos enteros. Björk susurra "This is Divine Intervention..." como si estuviera siendo dirigida en Dancer in the Dark. Yves Tumor grita "I'll Fuck You Till You Love Me..." con la violencia sexual que Almodóvar entendería perfectamente. Es La Mala Educación convertida en ópera techno flamenca, Lars von Trier rodando en Sevilla. La Perla roba descaradamente de It's Oh So Quiet de Björk, ese cover juguetón que ahora parece un blueprint. De Madrugá regresa al territorio conocido de El Mal Querer sin añadir nada nuevo. Dios Es Un Stalker intenta fusionar sus tres eras, El Mal Querer, Motomami, Lux, y por un momento suena como A Tribe Called Quest y sus jams con el legendario Ron Carter, pero en un tablao madrileño.


Pero aquí está el problema: Lux es deconstrucción sin reconstrucción. Como Martin Margiela deshaciendo un traje vintage para crear algo "nuevo" que sigue siendo retazos viejos remezclados. Rosalía tomó la megalomanía divina de Kanye, el maximalismo brutalista de su My Beautiful Dark Twisted Fantasy, la estética litúrgica que West confundió con revelación, y lo tradujo a su idioma, o a varios. El resultado es competente, a veces hermoso, nunca necesario. Esto no es Kate Bush encerrada en su estudio durante años pariendo Hounds of Love. No es Björk grabando Vespertine en la oscuridad islandesa. No es Scott Walker desapareciendo una década para regresar con The Drift, ese monstruo inclasificable que nadie pidió y todos necesitábamos.


Lux es el trabajo de una estrella pop que necesita sentir que lo que hace importa más allá de los números de Spotify y los trends de TikTok. Y ese es su problema y su verdad: Rosalía ya es canon sagrado, como Björk o Kanye. Haga lo que haga, seguirá siendo inmensa. Sus fans no compraron un disco: compraron una identidad. La seguirán a donde vaya, incluso si es solo a la iglesia de ella misma, y aunque ya no cante reggaeton. Lux brilla, pero esa luz es reflejo, no fuego propio. La blasfemia hubiera sido mejor que esta devoción calculada.

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