Cuando tenga 64
“La economía, la vida moderna, algo falta, algo se está perdiendo…, y
el mundo está envejeciendo…”
Erreh Svaia
Por: Pascal Beltrán del Río
Tomado de: Excelsior
Llevo dos días pensando en el hombre que –todo indica– se
suicidó colgándose de un puente en un lugar céntrico de la Colonia del Valle.
Para quien no lo sepa, esta colonia, en la delegación Benito
Juárez del Distrito Federal, tiene la mayor concentración de adultos mayores o
personas de la tercera edad en el país.
Uso esas expresiones para no ofender a nadie, pero cuando yo
llegue a determinada edad pediré que me llamen “viejo” e incluso “anciano”
porque me parece un error pensar que esas palabras encierran algo peyorativo.
Hay sociedades en las que ser anciano no sólo no está mal
visto sino que es motivo de honor, por la sabiduría que se asocia con la edad.
Quizá sean cada vez menos y, estoy seguro, no es el caso de
México, porque en buena parte del mundo, como aquí, prospera una visión hedonista
que implica ser permanentemente joven, aunque la biología diga otra cosa.
Pero vuelvo al caso del hombre que cometió suicidio. He
leído que, antes de quitarse la vida, se puso lo que era quizá su mejor traje y
se boleó los zapatos. Y dejó escritas un par de cartas en las que expone sus
razones.
De eso es lo que quiero hablar. El hombre tomó esa decisión
porque, escribió, no tenía “ataduras ni apegos materiales” ni tampoco “deudos
ni deudores ni familiares a quienes incumba este acto”.
Quiero entender que este hombre, que usaba perfectamente el
castellano y entendía de física y matemáticas, estaba solo.
Se suicidó en su cumpleaños 64. Y una de las últimas cosas
que hizo en vida, antes de atarse una cuerda al cuello y saltar de un puente
peatonal de la glorieta Mariscal Sucre –a unos pasos de “mi bien amada iglesia del Inmaculado Corazón de
María”– fue escuchar una canción de The Beatles: When I’m 64 (Cuando tenga 64
años de edad).
Grabada en diciembre de 1966 (año en el que nací), esta
canción fue escrita por Paul McCartney cuando la banda no era conocida más allá
de Liverpool.
Se había quedado a medias y el grupo sólo echaba mano de
ella, contó McCartney, cuando estallaba algún amplificador, pues podía
interpretarse sólo al piano.
La decisión de desempolvarla e incluirla en el álbum Sgt.
Pepper’s Lonely Hearts Club Band –aparece en su lado B– ocurrió cuando el padre
de McCartney celebró su cumpleaños 64.
Usted quizá ya sacó cuentas. Tengo 49. Dentro de 15 años
tendré 64. Pero no es en mí en quien pensé cuando leí la historia del hombre
que se suicidó sino en los adultos mayores de hoy… y muchos de los de mañana.
Procuro cuidar mi salud y mis finanzas para tener que
depender de muy pocas personas cuando sea viejo, pero eso no es garantía de que
no me sentiré solo y abandonado.
Lo digo porque este hombre no parecía enfrentar problemas
económicos. O, si sí, no eran la causa de su desazón.
Un número creciente de personas de la tercera edad están en
esa situación, me dijo ayer Eugenia Callejas, una abogada que fundó la
organización Alerta Plateada, dedicada a evitar el extravío de adultos mayores
(por ella me entero que, a pesar de esfuerzos como ese, 12 se pierden
diariamente, en promedio, en calles de esta ciudad).
Cuando yo tenga 64, estaré a punto de cumplir la edad de
jubilación, y lo que sé es que millones de personas que tendrán esos y más años
de vida no tendrán una pensión como resultado de su trabajo.
Los problemas económicos de los adultos mayores de hoy –y
los de mañana– son una penuria adicional a la soledad que se cierne sobre
ellos.
Sé que no están completamente desprotegidos. Organizaciones
no gubernamentales e instituciones públicas tienen programas para asistirlos.
Sin embargo, Eugenia Callejas me dice que eso no es
suficiente porque muchas veces los adultos mayores no se enteran de su
existencia… porque no utilizan redes sociales.
Esta sociedad tiene que guardar sus teléfonos inteligentes,
tiene que hacer una pausa en sus conversaciones virtuales, tiene que bajarse
tantito de la corredora y tiene que olvidarse un momento de sus dietas de la
eterna juventud, y voltear a ver a los viejos.
Los jóvenes de hoy, incluso los adultos que se niegan a
envejecer, serán los ancianos de mañana.
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