Economía del suicidio



Economía del suicidio

“Acabo de ver The Fool, película rusa sobre la corrupción y la deplorable situación social en Rusia, lo más angustiante es que no estamos muy lejos de eso, capitalismo de cuates, cleptocracia...”
Erreh Svaia

Por: Juan Ramón de la Fuente
Tomado de: El Universal

La confianza en la economía global está en su nivel más bajo desde que el Foro Económico Mundial desarrolló un coeficiente para medirla. El asunto no es menor, toda vez que ese think tank económico ha adquirido una influencia creciente en el mundo. El 72% de sus expertos han dicho que no confían en la economía mundial en los próximos 12 meses, en tanto que 53% de ellos piensan que ha aumentado la probabilidad de que se desencadene una “gran turbulencia social”.

Con su opinión, los expertos de este selecto club confirman un diagnóstico que, para muchos, ha sido de graves consecuencias. En abril de este año, Dimitris Christoulas, un ciudadano griego de 77 años, se pegó un tiro en la cabeza frente al Parlamento para denunciar que no se podía ya vivir con un mínimo de dignidad, luego de enterarse del recorte dramático que había sufrido su pensión de jubilado. Pronto se convirtió en el símbolo de una tragedia nacional:

“Todos somos Dimitris” fue el lema de las marchas multitudinarias ocurridas en ese país emblemático de la cultura occidental. Su hija dijo frente a una manifestación popular: “Mi papá nunca pudo aceptar que nos robaran nuestra democracia y nuestra soberanía junto con las llaves de nuestro país”. Semanas después, un músico de 60 años que había quedado desempleado, y su madre de 90, se tiraron desde la azotea del edificio en el que vivían en Atenas. Los testigos relataron que Antonis, un hombre afable, se levantó temprano ese día, se vistió, ayudó a vestirse a su madre y subió con la anciana a la azotea del edificio en el que vivían; ahí se tomaron de la mano y se lanzaron al vacío. En su blog de internet relató que, a pesar de haber vendido todo lo que había podido, se habían quedado sin dinero y ya no tenían para comer. “¿Alguien conoce alguna solución?”, fue lo último que escribió.

Grecia tenía una de las tasas de suicidio más bajas del mundo, incluso menor que México; ahora es la más alta de Europa. En los últimos dos años los suicidios en Grecia han crecido en 40%. En Italia, en donde se reportan en promedio dos suicidios al día, ocurrió una marcha insólita: empresarios y trabajadores se dirigieron al Panteón, en Roma, para exigir en silencio “No más suicidios”. Se trata, dijo uno de los pequeños empresarios que la encabezaron, de rebelarse contra un sistema insensible que no acierta a entender la gravedad de la situación. En Cerdeña, un hombre de 55 años no pudo afrontar el hecho de tener que despedir a sus dos hijos de su pequeña empresa familiar. Después de explicarles la situación, se fue al campo y se dio un tiro en la cabeza. Poco antes, otro hombre desesperado se prendió fuego frente a una Oficina del Tesoro. La prensa italiana habla ya de “suicidios económicos”, cuyas víctimas más frecuentes son empresarios endeudados, jubilados sin pensión y jóvenes sin esperanza.

Estos y muchos otros casos no son más que algunos ejemplos que ponen en relieve lo que realmente está ocurriendo, porque a los suicidas generalmente se les niega su lugar no sólo en el cielo, sino también en el entramado social, en las estadísticas y, hasta hace poco tiempo, en los periódicos, donde se ha vuelto imposible disimular lo inocultable.

El premio Nobel de Economía Paul Krugman se ha referido a la actual crisis como “El suicidio económico de Europa” y se ha preguntado hasta qué grado han sido los actuales líderes europeos quienes han tomado la decisión de cometer ese suicidio económico, que ha dejado de ser metáfora para convertirse en realidad en muchas personas, con nombre y apellido. Otro Nobel de Economía, Gary Becker, muestra sensibilidad y juicio educado al sostener, con razón, que cuando la gente sufre una caída intempestiva en su nivel de vida y descubre disminuida su condición social aumenta la tendencia suicida.

La austeridad recesiva, que ha sido el tratamiento prescrito para sanear a la maltrecha economía, no sólo parece excluir cualquier concesión que procure el crecimiento y el empleo en el corto plazo, sino que ha logrado convertir, en no pocos casos, la crisis en tragedia.

Esa crisis, que en un principio fue financiera y económica, es ahora, además, una crisis política, de liderazgos y de legitimidad: una crisis social.

Si la prioridad de un gobierno frente a una crisis es ocuparse más en tratar de tranquilizar los mercados y recuperar su confianza que atender a la gente y tratar de proteger su dignidad con un mínimo de esperanza, mucho me temo que el fenómeno continuará y tarde o temprano nos va a alcanzar, si es que no lo ha hecho aún.

Sin pretender simplificar los complejos procesos de causa y efecto (y más allá de los casos anecdóticos, que, aunque estremecen, no constituyen evidencia científica), existen estudios serios que han documentado, por ejemplo, que los desempleados tienen mayores probabilidades de suicidarse en comparación con los que tienen empleo; o bien, cómo después de la gran depresión de 1929, la tasa de suicidios en Estados Unidos casi se duplicó. De hecho, el Centro para el Control de Enfermedades de Atlanta, que goza de gran prestigio internacional, emitió un comunicado reciente en el que señala que reconocer el aumento de los suicidios durante las recesiones económicas y su descenso en etapas de estabilidad financiera es importante porque permite tomar medidas preventivas adicionales. La Red Europea de Servicios de Empleo destaca, por su parte, que entre aquellos que se encuentran sin empleo y sin derecho a una pensión los suicidios se han disparado en cerca de 30%. La correlación entre suicidio y desempleo tiene, pues, sólidas bases estadísticas.

La tasa de suicidios en México también ha crecido. En tan sólo una década aumentó 74% entre los jóvenes de 15 a 24 años, y es ya la tercera causa de muerte para ese grupo de edad. ¿Hasta qué grado influyen la desesperanza, la falta de expectativas, el limitado acceso a la educación superior y el desempleo en el incremento de estas cifras? Hace algunas semanas, una nota aparecida en este mismo diario acusaba textualmente: “Teresa de Jesús, de 51 años, y su hija Brenda, de 28, se tomaron de la mano al ver llegar el tren a la estación Insurgentes, de la Línea 1, del Sistema de Transporte Colectivo Metro, y se arrojaron juntas al paso del convoy. Lo acordaron y lo cumplieron. 

Una semana antes en la estación Viveros, de la Línea 3, un joven de 25 años se quitó la vida de la misma forma”. ¿Serán signos de la misma epidemia?

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