AMLO y el ‘test Krauze’
AMLO y el
‘test Krauze’
Por: Ibsen Martínez
Tomado de: El País
“La
democracia es como un tren. Uno se baja de él cuando ya ha llegado a su
destino”.
La sentencia
del presidente de Turquía, Recep Tayipp Erdogan, pronunciada hace casi 20 años,
ha vuelto a las columnas de muchos analistas que, desde todas partes del mundo,
enjuician la sangrienta trayectoria dictatorial de Nicolás Maduro. La última
estación del tren de Hugo Chávez ha sido el criminal “referéndum” del 31 de
julio pasado con el que Maduro ha reducido a la irrelevancia una Asamblea
Nacional de mayoría opositora, elegida por 14 millones de venezolanos.
Desde fines
de marzo, Maduro y sus secuaces han venido desmantelando, en medio de
sangrientas protestas, lo poco que quedaba de la mentirosa escenografía
constitucional bolivariana.
En su empeño
de sofocar la denodada insurrección ciudadana, sus generales han hecho
atravesar a la oposición democrática una ordalía de muerte, encarcelamientos,
inhabilitaciones, censura de medios y exilio como hacía tiempo no se veía en nuestra
América. En el proceso han asesinado a más de 100 manifestantes.
Maduro se ha
bajado al fin del tren del que hablaba Erdogan. ¿Cómo enjuicia la izquierda
continental, que en su mayoría hoy se dice demócrata, esta tragedia a la que
una satrapía narcomilitar llama “revolución”? ¿Cuál es su postura ante la
destrucción de la democracia y el Estado Social de Derecho venezolanos?
La izquierda
latinoamericana, gran parte de ella avenida a usos democráticos que en muchos
países le han dado el triunfo electoral, ha preferido “hacerse la loca”.
Gobiernos afines al chavismo e importantes figuras izquierdistas de oposición
en todo el continente responden con cautelas, anfibologías e hipócritas
llamados al “diálogo” y condenas a la violencia “venga de donde venga”, a
sabiendas de que una mayoría abrumadora de los muertos de Venezuela los ha
puesto la oposición.
Para mal de
esa izquierda, el violento zarpazo dictatorial de Maduro ha ocurrido en
temporada electoral, cuando las afinidades ideológicas y las pasadas
complicidades políticas con el chavismo no pueden ocultarse fácilmente. Es
difícil sustraerse al repudio universal si, galanamente y justo ahora, se
declara uno simpatizante del gobierno venezolano.
Tal vez por
eso Andrés Manuel López Obrador, (AMLO, abrevia la prensa su nombre completo),
candidato del izquierdista Movimiento de Regeneración Nacional mexicano
(Morena), partido probadamente afín al chavismo, ha optado por denunciar la
“calumnia” de que él es “alto pana” de Nicolás Maduro como un desesperado
intento de desacreditarlo ante los electores. “Andan asustando, diciendo que
somos populistas, y nos comparan con Maduro y con Trump”, afirma con cara de
cemento Portland en un spot publicitario.
Al intentar
desmarcarse enfática e hipócritamente del chavismo y de Maduro,
desentendiéndose de la tragedia venezolana provocada por las políticas de una
“revolución” a la que hasta ayer no más Yeidckol Polevnsky, secretaria general
de Morena, brindaba apoyo irrestricto, AMLO solo logra desnudar, sin
proponérselo, la indescriptible crisis social y política que las mismas
políticas que propugna Morena han desencadenado en Venezuela.
Los embustes
de AMLO carecerían de gravedad si no encabezase los sondeos electorales y un
triunfo suyo no representase un verdadero peligro para la democracia en México.
La inviabilidad del populismo extremo solo agrandaría en México los males de la
corrupción y el narcotráfico. La soltura de AMLO al mentir sobre sus designios antidemocráticos
me recuerda a Hugo Chávez, candidato presidencial en 1998.
“Un partido
puede ser de derecha o de izquierda, pero la forma de medir si es demócrata es
cotejar su postura ante Venezuela”. Esto ha observado el historiador Enrique
Krauze en un incisivo artículo, sugestivamente titulado “el test de la
democracia”.
Para mal de
México, AMLO no aprueba el test.
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