La Estupidez Política
La Estupidez Política
Por: Roger Bartra
Tomado de: El Norte
Hay muchas formas
de clasificar a los políticos, según ponderemos su ideología, su agresividad,
su carisma, su preparación, su resistencia, su locuacidad o su apariencia
física. Podemos colgarles muchas etiquetas y los políticos mismos se encargan
de lanzarse unos a los otros toda clase de calificativos.
Los
adjetivos que vuelan y que nosotros les arrojamos son de muy diversa índole:
derechistas o izquierdistas, violentos o pacíficos, simpáticos o antipáticos,
duros o blandos, parlanchines o callados, feos o guapos. La lista es casi
infinita, y según sea nuestro punto de vista consideramos cada rasgo como
positivo o negativo.
Podemos
hacer una apología de la dureza y la violencia o defender el izquierdismo y la
simpatía. Pero hay algunos calificativos que molestan mucho a los políticos y
los dañan especialmente, como ser considerados corruptos.
Pero entre
todos los defectos que puede tener un político, hay uno que es especialmente
peligroso: la estupidez.
Un buen
profesor de historia económica, Carlo Cipolla, definió con agudeza las
"leyes fundamentales" de la estupidez. Según su libro clásico, las
personas estúpidas son las más peligrosas de todas.
Un estúpido
es una persona que causa daños a otras sin que con ello gane nada importante.
Además, para colmo, estas personas abundan y son irracionales.
En su famosa
gráfica de coordenadas Cipolla describió a cuatro tipos de personas: los
indefensos (pierden ellos, pero ganan los demás), los inteligentes (se
benefician a sí mismos y también a los demás), los bandidos (ganan ellos, pero
ocasionan pérdidas a otros) y los estúpidos (pierden todos, ellos y los demás).
Según el
autor de "Las leyes fundamentales de la estupidez humana" (1976),
siempre tendemos a creer que hay menos idiotas que los que realmente hay.
Podemos comprender que cuando la estupidez ocurre en la política, un líder
puede causar muchos estragos.
Quiero poner
unos ejemplos recientes. Cuando el Primer Ministro conservador inglés David
Cameron impulsó en 2016 un referéndum para decidir si los británicos
abandonaban la Unión Europea cometió una gigantesca estupidez, apoyada por
millones que votaron a favor del Brexit y que con ello condenaron al Reino
Unido a sufrir considerables pérdidas económicas y políticas.
Muchos
laboristas, incluyendo a Jeremy Corbyn, apoyaron directa o indirectamente el voto
reaccionario de vastos sectores obreros y populares que por miedo u odio a los
inmigrantes cometieron la torpeza de votar a favor del Brexit.
Con la
propuesta de abandonar Europa no se ganó nada y se provocó un daño que afectará
a muchos durante décadas.
Otra
descomunal estupidez ha sido la de Nicolás Maduro, Presidente de Venezuela, que
ha sumido a su país en una terrible crisis y ha provocado un desastre sin
precedentes.
Las
estupideces se habían acumulado desde la época de Hugo Chávez, pero su sucesor
multiplicó la tontería a un grado superlativo para evitar que la mayoría de los
venezolanos lo eche del poder, y para salvarse está intentando instaurar una
dictadura apoyada en el Ejército. Con ello dañó a muchos, incluyendo a los
chavistas.
Y desde
comienzos del año, el nuevo Presidente de Estados Unidos se ha convertido en la
persona posiblemente más estúpida que haya llegado al máximo poder.
Donald Trump
ha ofrecido el gran espectáculo de su tontería a escala global y ha dejado
azoradas a millones de personas que no acaban de creer que haya sido posible
semejante fenómeno político. El Partido Republicano, que postuló a Trump, ha
sido gravemente dañado.
Estos
tropiezos han ocurrido en contextos democráticos. Podemos suponer que son
síntomas de malformaciones del sistema político, de un funcionamiento
deficiente de los filtros que deberían impedir el ascenso al poder de personas
cuya estupidez pueda atentar contra la civilidad.
Hay un
trastorno de los mecanismos meritocráticos que deberían tamizar los flujos de
líderes que alimentan a las élites políticas. Acaso hay condiciones
escleróticas en sistemas viejos, como los de Estados Unidos y el Reino Unido, que
además son afectados por la falta de proporcionalidad. En Venezuela y en otros
países de Latinoamérica la corrupción ha sido un poderoso disolvente de la
cultura democrática.
Son señales
muy preocupantes que deberían mantenernos atentos.
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