El arte de la maldad
El arte de
la maldad
Por: Juan Claudio
Lechin
El
violinista Wuilly Arteaga acudió a protestar en Caracas haciendo sonar su
violín. La Guardia se lo rompió. Joven pobre, lloró. No tenía dinero para
comprar otro. Alguien le regaló uno de mejor calidad. Su fama libertaria creció
y fue recibido en el congreso norteamericano. Esta efectividad comunicacional
—no lograda por una oposición pusilánime y sin ideas (cuando no traidora)— fue
castigada. Al regresar, lo atacaron en la calle. Del hospital dio un mensaje de
paz con el rostro desfigurado. Al salir, lo apresaron y le dieron golpes
dirigidos a su órgano musical: el oído. Estaba sordo cuando llegó ensangrentado
a la prisión de Ramo Verde. Lo han callado, exhibiendo, sin vergüenza, la
violencia más abyecta.
La semana
pasada, el capitán Juan Caguaripano tomó una base militar e hizo un buen
impacto mediático y militar. Anoche se difundieron detalles truculentos de su
captura que han detonado la desconfianza pública en el sublevado. Ya se
sospecha que su acción fue un psicosocial del G2 cubano para desalentar las
esperanzas populares. Desprestigiándolo, lo están neutralizando.
Probablemente,
ahora mismo lo están torturando.
Con
desvergonzada violencia o engaño, la sofisticada ocupación cubana destruye lo
más efectivo de la lucha venezolana. En cambio, la oposición “unida” es de una
mediocridad abrumadora. Fuera del acomodo oportunista y de la retórica
legalista, es incapaz de organizar (y ejecutar) tácticas complejas que golpeen
a la ocupación cubana; incapaz de denunciar sistemáticamente la violencia
cínica, incapaz incluso de ser la autoridad que diga quiénes son los aliados
del pueblo. Esta sostenida incapacidad le facilita a la ocupación cubana
ejecutar permanentemente en Venezuela el arte de la maldad sin consecuencias.
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