El test de la democracia
El test de
la democracia
Por: Enrique Krauze
Tomado de: Letras Libres
Ese fue el
criterio de Octavio Paz en las revistas que dirigió. Cuando Pinochet asestó el
golpe de Estado al régimen de Allende, Plural repudió inmediatamente el acto.
Cuando la revolución sandinista derrocó a la dictadura de Somoza, Vuelta puso
su esperanza en la pronta celebración de elecciones (que tardaron once años en
llegar). Cuando Argentina cayó en las garras de unos militares genocidas,
Vuelta lo denunció al grado de que su circulación fue prohibida en ese país.
Cuando el
movimiento Solidaridad estalló en Polonia, lo saludamos con el mismo entusiasmo
con que apoyamos y publicamos a los disidentes de la Europa secuestrada (Havel,
Michnik) y a los héroes de la libertad en la propia URSS: Sájarov, Soljenitsin.
Creímos en un desenlace democrático que llegó en unos casos y se desvirtuó en
otros. Pero no nos equivocamos al interpretar el significado de la caída del
Muro de Berlín. Incluso fallamos en percibir su alcance: hoy Alemania es la
vanguardia del mundo libre.
En nuestro
continente, criticamos de manera sistemática al régimen castrista, lo mismo que
a los movimientos guerrilleros que buscaban emularlo en Colombia, Perú,
Salvador, Nicaragua. No erramos: salvo excepciones, los principales países de
América Latina no optaron por la vía revolucionaria sino por la democracia.
Nuestra
premisa era clara: la única legitimidad para acceder al poder, y para
ejercerlo, era la democracia. Respetando sus reglas (en particular la del respeto
a las minorías), honrando las leyes, las instituciones y las libertades, la
competencia ideológica podía ser despiadada. Pero la violación de esas reglas
era absolutamente inadmisible. Con la democracia todo, contra la democracia
nada.
Estas ideas
no eran comunes en el México de los ochenta pero poco a poco se abrieron paso
hasta convencer a un amplio sector de la opinión pública sobre la insostenible
ilegitimidad democrática del régimen que nos gobernaba desde 1929. El que en
México no hubiese militares en el poder o golpes de Estado no atenuaba ese
hecho. La no reelección seguía siendo un legado invaluable del Maderismo, pero
el sufragio no era efectivo y las libertades políticas eran muy limitadas. Por
fortuna, el país optó por la transición pacífica a la democracia.
Llevamos
casi veinte años en esa experiencia inédita para nosotros. Es obvio que nuestra
democracia –lo he repetido muchas veces– es una casa en obra negra pero no por
ello es menos sustancial. Sus defectos son de quienes la ejercen, no de ella,
ni como doctrina ni como sistema. Sería terrible destruirla. Para calibrar el
riesgo, basta ver lo que ha ocurrido en Venezuela.
Venezuela
nos abre la oportunidad de aplicar el test de la democracia a la política
mexicana. Un partido puede ser de derecha o de izquierda, pero la forma de
medir si es demócrata es cotejar su postura ante Venezuela.
La
diplomacia mexicana ha modificado su política. Enhorabuena: no hay doctrina que
justifique la pasividad frente a un tirano. El resto de las fuerzas ha
condenado (con tibieza) al régimen de Maduro, cuya deriva totalitaria ocurre
ante nuestros ojos, día con día. Estamos viendo la rebelión masiva y pacífica
de un pueblo hambriento empeñado en una lucha solitaria por su libertad. Pero
dos partidos (mejor dicho, uno y medio) no sólo se han resistido a llamar por
su nombre al régimen asesino de Maduro, sino que lo apoyan.
En el caso
del medio partido se entiende: los dirigentes del PT son admiradores confesos y
huéspedes frecuentes del régimen de Norcorea. Pero en el caso de MORENA, las
declaraciones son en verdad preocupantes. Según su jefe máximo, la democracia
venezolana es superior a la de México. Y uno de los miembros de su Dirección
Nacional se refirió al "importantísimo papel que puede hacer MORENA en el
gobierno de México, que es el de integrarse con los países de América Latina
que están haciendo los cambios como Venezuela. Digámoslo directo, la
integración de México en la revolución bolivariana".
Queda claro.
Un amplio sector de la izquierda mexicana no pasa el test de la democracia. No
cree que México sea una democracia, pero la utilizará para buscar el poder y,
desde ahí, acabar con ella.
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