Fascista Mexicano

Fascista Mexicano

Por: Erreh Svaia
Dispersión Caprina

El fascista Mexicano vive en la ambigüedad, no toma partido y le dice a todas sus audiencias justo lo que quieren escuchar, cuando se halla a sí mismo comprometido frente a todos sus “carismados”, agacha la cabeza  se encoje, no sabe que decir y busca donde esconderse, si se trata de debatir; se dice abierto al debate, más nunca abierto a asumir públicamente un partido, una posición sincera, siguiendo la tradición del alguna vez ideólogo del nazismo, Carl Schmidt (de quien es posible apreciar parte de su historia brillantemente narrada en el ensayo “La Idiotez de lo Perfecto” de Jesús Silva Herzog Márquez), quien no está con él, simplemente es parte del problema, o de los "malos", esa ideología heredada de Schmidt y transmitida a Latinoamérica sigue hoy latente en los escritos de gente como Ernesto Laclau y sus teorías sobre el populismo, no es extraño que el fascista Mexicano evoque las ideas de izquierda que no entiende o que adapta a su conveniencia para decirse con el pueblo y asumir de forma abstracta su "forma", pero el fascista Mexicano se abstiene de asumir una forma real, en lugar de definirse a sí mismo  se define en base a sus oponente, él es simplemente todo lo contrario a ellos, y todo lo que se opone a él, por dogma es malo; ya lo decía Fidel Castro, "Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada", revelando su verdadera naturaleza fascista descendiente directa de las proclamas del padre del fascismo, el italiano Benito Mussolini, “El Duce”, que afirmaba "Todo en el estado, nada fuera del estado, nada contra el estado", del fascismo toma ese carácter abstracto que le permite asumirse como "pueblo", sin serlo, como magistralmente lo relata el historiador Enrique Krauze en su libro “El Pueblo Soy Yo”, o peor aún, designarse con una misión casi divina, autocrática, denominándose como Luis XIV, "El Estado Soy Yo"; quienes están contra él, son sencillamente enemigos del "pueblo y del estado", “vende patrias”, “corruptos”, acabando de tajo con la puridad de pensamiento, al fascista Mexicano le disgustan las críticas, ya que según él, no vienen del razonamiento, sino de conspiraciones, de un todo ajeno a él, que por su definición es malo, para el fascista Mexicano sólo su partido (a través de él, claro), es capaz de lograr el "renacimiento" del país, sólo a través de él (el caudillo), se sale de la "decadencia", que como campaña permanente no se cansa de anunciar y exacerbar, manipula tramposamente los números, sólo el tiene la verdad, sólo sus números son los correctos, si se equivoca, cualquiera puede equivocarse, si se equivocan sus adversarios, es un pecado mortal, el fascista Mexicano acusa a los demás partidos de formar alianzas incongruentes en su contra, pero a sus espaldas elabora alianzas incongruentes sumisas ante él, acusa de la imaginaria existencia de un PRIAN, mientras que en las filas de su partido se forma un verdadero PRIAN, acusa a todos sus adversarios de corruptos, pero cuando éstos “cruzan la calle” y buscan cabida en su partido, los recibe sin objeciones y los señala como “arrepentidos” que han corregido el camino, para el fascista Mexicano, no hay más opciones que él, él es la única opción, aunque lejos de ser una “opción”, se manifiesta como una imposición a sus correligionarios, partidos se erigen para que él sea candidato, y ningún otro candidato dentro del partido debe “hacerle sombra”, por el contrario, debe ser un instrumento para que él y sólo él siga en constante campaña; exacerba aquello que se denomina “nacionalismo populista”, enaltece la violencia “revolucionaria” que crea divisiones entre ricos y pobres, todos ellos partes de la sociedad, generando un fanatismo irracional de gran escala, que se alimenta de las emociones y no del racionamiento de sus seguidores; el fascista Mexicano denuncia los malos manejos de la división de poderes en el país, pero les dice a los seguidores, después de anunciar su gabinete, con bombo y platillo, que será el y sólo él quien se encargue de todas las decisiones en el gobierno si gana la elección, en un gesto que denota su desprecio total por la democracia.

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