Ayer por la mañana...
Ayer por
la mañana…
Por: Daniel Salinas
Basave
Ayer por la
mañana, luego de seguir la sesión plenaria de la Asamblea General de las
Naciones Unidas y escuchar a Trump hablar de arrasar por completo a Corea del
Norte, tuve la sensación de estar siendo acribillado por una galería del
horror, una catarata de imágenes y palabras que espetan con desparpajo el lado
más infernal de la condición humana. En mi mente desfilaba el rostro de Mara
Castilla, la foto de los adolescentes masacrados en Guerrero, la cabeza
cercenada que fue arrojada a las puertas de un kínder aquí en Rosarito. Con un
ánimo particularmente oscuro empecé a escribir mi columna semanal a la que
titulé Cuando la pantalla escupe Apocalipsis. La envié a las 10:49 de la
mañana, hora de Tijuana. Los niños de la escuela Enrique Rebsamen aún reían.
Faltaban 25 minutos para que la tierra temblara. Después los posts de angustia
y confusión, las primeras imágenes de edificios caídos y antes del mediodía la
conciencia real del horror. Lo que más me hiere es la historia de los niños.
Toda muerte lacera, pero no hay dolor que se compare al de saber que tu pequeño
hijo, al que dejaste en el kínder como todas las mañanas, está entre los
escombros de un edificio de un momento a otro se desmoronó. Cualquier otra cosa
es soportable. Eso no.
Soy
susceptible a la idea de un Eterno Retorno, la histórica como una espiral
siniestra. El que haya sido en 19 de septiembre al final de un verano
particularmente hostil y esta omnipresente sensación de dejá vu me hacen pensar
demasiadas cosas. Y de pronto, en el país que se emborracha de muerte y averno,
surge lo más noble de nuestro espíritu. Miles de mexicanos levantando ladrillos
para sacar al prójimo sepultado, la fuerza de un país que cierra el puño y
planta cara al horror. El suelo bajo nuestros pies, los muros de nuestra vida y
nuestras certidumbres que de un segundo a otro se resquebrajan y son polvo.
Somos estructuras frágiles y efímeras, pero a veces el estar reducidos a
escombro nos hacer fuertes. Esto va a ser un umbral, una frontera. Algo
sucederá a partir de esto. Por ahora es tiempo de ayudar y solidarizarse desde
esta lejana esquina y que nuestra Tijuana ponga sus barbas a remojar.
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