¡Al Diablo Con Las Giras! Por Qué Los Beatles Acertaron, Los Grateful Dead Son Genios y Kiss Te Robó el Alma con Este Truco Sucio...
Corría el año 1966. Los Beatles, agotados y sintiendo que la euforia desmedida de sus fans opacaba su arte, tomaron una decisión radical: ¡no más giras! Parecía una locura, pero para ellos, el frenesí de los escenarios masivos se había convertido en un campo estéril para la innovación musical. Querían ir más allá de los gritos y los desmayos; anhelaban que su música, cada vez más compleja y experimental, fuera apreciada en toda su gloria, tal como la concebían en la intimidad del estudio.
Discos como Rubber Soul y Revolver, y futuras obras maestras nacerían de esta determinación: Sgt. Pepper's, el enigmático "Álbum Blanco" y el icónico Abbey Road. Estas no eran meras grabaciones; eran declaraciones artísticas, llenas de letras profundas, orquestaciones sublimes y técnicas de grabación tan vanguardistas que recrearlas en vivo era, simplemente, una quimera. Para los Fab Four, la verdadera experiencia musical, la conexión profunda con la obra, se encontraba en el disco. Y yo, en lo personal, no podría estar más de acuerdo.
Soy de los que creen que la obra maestra vive en el estudio. Confieso que a menudo siento una punzada de decepción al escuchar las versiones en vivo de mis temas favoritos. Es como si parte de la alquimia se desvaneciera fuera de la burbuja sagrada de la grabación. Coincido con esa visión audaz de los Beatles: para mí, la experiencia de una obra musical culminante es, en gran medida, un viaje íntimo con el disco. Pero, claro, en este fascinante universo sonoro, siempre hay otra cara de la moneda…
Aquí entran los Grateful Dead, una de mis bandas más queridas. Su magia, a diferencia de los Beatles, no residía en el perfeccionismo del estudio, sino en la efervescencia incontrolable del directo. Para ellos, los discos eran apenas un pretexto, una mera hoja de ruta para las improvisaciones cósmicas que desataban en cada concierto. ¿Un tema de cinco minutos en el álbum? En vivo, podía mutar en una odisea de una hora, un "jam" que transportaba a otra dimensión.
La influencia de gigantes del jazz como John Coltrane y Miles Davis era palpable. Los Dead no solo tocaban; creaban música nueva de forma espontánea cada noche, usando sus temas de estudio como simples cimientos. Imagina su frustración a finales de los 60: ¡les resultaba imposible encapsular esa energía arrolladora del directo en un estudio! Su disco de 1968, Anthem of the Sun, fue un intento admirable de lograrlo. ¿El resultado? Algo nunca antes escuchado: caótico, sí, quizás "fallido" para algunos, pero innegablemente fascinante. Fusionaron grabaciones en vivo con aportaciones de estudio, creando una experiencia sonora tan extraña como inesperada.
Con los Grateful Dead, no había dos noches iguales. Los fans lo sabían, por eso se animaban a grabar los conciertos y compartirlos. Así nacieron esas versiones en vivo legendarias, recopilaciones que se convirtieron en tesoros. Dicen que hay tantas grabaciones en vivo de los Grateful Dead que serán la última banda en la Tierra en ser escuchada… irónicamente, ¡en una grabación! El pináculo de su maestría en directo, Grateful Dead, Europe 1972 es una parada obligatoria.
Pero mi disco en vivo favorito, y lo he dicho muchas veces, es Kiss Alive! de 1975. Y no, no es un disco en vivo "típico". Inspirados en parte por los Grateful Dead, Kiss Alive! fue una ingeniosa amalgama de grabaciones de conciertos, mezcladas con tomas de estudio y potenciada por la brillantez del ingeniero Eddie Kramer. El resultado fue un disco que sonaba mil veces más grande que la suma de sus partes. Una jugada maestra, oportunista y estratégica, diseñada para posicionar a Kiss como la banda más feroz del momento en un Detroit sediento de rock duro, justo cuando MC5, The Stooges, New York Dolls y Alice Cooper empezaban su declive.
Esta "técnica" de fusionar grabaciones en vivo con aportaciones de estudio no fue exclusiva de Kiss. Unleashed in the East de Judas Priest, el gran disco en vivo del heavy metal de finales de los 70, fue, quizás con cierta burla, apodado "Unleashed in the Studio".
Luego está The Who, Live at Leeds (1970), considerado por muchos el mejor disco en vivo de rock. Pocas veces he escuchado a The Who tocar con tanta fiereza. Es innegable que el punk y el heavy metal tienen sus raíces en ese álbum explosivo. No sé si The Who sonaba siempre así de brutal en vivo, pero Live at Leeds es un punto y aparte, una genialidad que se sostiene por sí misma. Una banda que, sin duda, crecía hasta la estratosfera en el escenario y también un intento claro de apartarse del concepto de "opera rock", que habían desarrollado en discos anteriores como el legendario Tommy.
Personalmente, me fascina la filosofía del maestro del Afrobeat, Fela Kuti, sobre la música en vivo y las grabaciones de estudio. En los años 70, Fela Kuti y su banda, Africa 70, tocaban versiones preliminares de sus temas en vivo. Estas versiones, de 30 a 40 minutos, se extendían con solos improvisados y la interacción de Fela con el público. Expertos en la improvisación, ajustaban los temas según la reacción del público, eliminando lo que no funcionaba y potenciando lo que encantaba. Este proceso podía durar meses hasta que la banda llegaba a la versión definitiva.
En ese momento, Fela y su banda entraban al estudio, con la única intención de conseguir la versión "perfecta" en una sola toma. Una vez grabada, según Fela, ese tema no se volvía a tocar en vivo. ¿Por qué? Porque el proceso había concluido. Fela rechazaba la repetición constante de temas ya grabados; buscaba evitar que la mecánica rutina les robara el alma. Para él, se trataba de crear una declaración musical impecable, no un mero producto.
Los discos en vivo son, sin duda, una categoría aparte. Un intento, a veces exitoso, de capturar esa energía indomable de una banda en directo. Aunque, como hemos visto, muchas veces se transforman en híbridos fascinantes entre lo vivo y el trabajo de estudio. A pesar de ello, sigo siendo un ferviente admirador de las versiones de estudio. Me cuesta, y mucho, disfrutar plenamente de la versión en vivo de los temas en un concierto. Soy de la firme convicción de que una vez que la pieza perfecta ha sido creada en el estudio, escucharla ser recreada en vivo… bueno, no siempre es la mejor de las experiencias.



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