Ocho Coronas, Un Trono Roto: La Historia Más Brutal del Bodybuilding



Lee Haney fijó el estándar de la grandeza: ocho victorias consecutivas en el Mr. Olympia, la competencia más prestigiosa del bodybuilding mundial. Ni Sergio Oliva ni siquiera Arnold Schwarzenegger lograron igualar esa marca. Haney fue el emblema vivo de la excelencia y la perseverancia. En un deporte sin contacto físico, permaneció en la cima durante ocho años. Pero la calma nunca dura.

El reto llegó con nombre y apellido: Dorian Yates. En 1993, Yates redefinió el juego con un físico que combinaba tamaño y condición de forma tan brutal que muchos lo llamaron “revolucionario”. Sin embargo, alcanzar esas cimas tuvo un precio altísimo: lesiones en cuádriceps, tríceps y bíceps lo obligaron a retirarse en 1997, con seis títulos a cuestas, incapaz de empatar las ocho victorias de Haney. Aun así, Yates dejó huella: abrió paso a la era de los mass monsters. Nasser El Sonbaty, Paul Dillett y Jean Pierre Fux siguieron sus pasos, llevando sus cuerpos a límites inimaginables de músculo magro. Mientras tanto, figuras como Flex Wheeler, Shawn Ray y Kevin Levrone vieron en la salida de Yates la oportunidad de rescatar la armonía y la estética. Pero nada los preparó para lo que vendría.

En 1997, Ronnie Coleman apenas alcanzó el noveno puesto. Nadie apostaba por él. Sin embargo, en 1998 sorprendió al mundo: añadió tamaño, madurez y definición que lo catapultaron al título. Coleman entendió que mantenerse en la cima exigía algo más que disciplina; requería sacrificio absoluto. En 1999, regresó aún más impresionante, derrotando con aparente facilidad a rivales de élite como Flex Wheeler, Chris Cormier y Kevin Levrone. Para 2001, dominaba el deporte de forma casi tiránica, convirtiéndose en el primer atleta en ganar el Arnold Classic y el Mr. Olympia el mismo año. Nada mal para alguien que, años atrás, hacia pizzas en Domino's y soñaba con entrar a la policía.

En 2003, Jay Cutler surgió como el gran retador. Se preparó durante un año para destronar a Coleman… pero no fue suficiente. Quienes lo vieron describieron el físico de Coleman como “inhumano”. Ese año, Ronnie presentó el mejor cuerpo jamás visto en el bodybuilding. Su entrenamiento era legendario: pesos monstruosos, rutinas brutales y una voluntad indestructible. En 2005, Coleman alcanzó su octava victoria, igualando el récord de Haney. Pero la gloria tiene un precio. En 2007, empezó una cadena de cirugías de cadera y columna para reparar los estragos de años llevados al extremo. Ni las operaciones lograron calmar el dolor. Al final, el hombre que reinó durante casi una década terminó confinado a una silla de ruedas.

Así se despidió “el rey”: no solo del escenario, sino también del gimnasio. Su cuerpo quedó marcado por la grandeza y el sacrificio absoluto, tras llevarlo, como nadie antes, al mismísimo borde de lo imposible.

¿Se ha convertido el bodybuilding, en las últimas tres décadas, en un ritual extremo donde incluso sus mayores leyendas terminan sacrificando salud y bienestar a cambio de un físico imposible? ¿Están condenadas las máximas estrellas de hoy a convertirse en cuerpos tan únicos como irrepetibles, pagando un precio que roza lo inhumano? ¿Acaso ser el mejor ha dejado de ser un sueño glorioso… para transformarse en una sentencia que, a largo plazo, pocos pueden pagar?



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