Reformar el poder
Reformar el poder
“Sobre la urgencia de
la ciudadanía de exigir nuevos partidos y un
nuevo sistema de gobierno en México.”
Erreh Svaia
Por: Luis Rubio
Tomado de: http://www.elnorte.com/
El periodista Alexander Woollcott cuenta que le preguntó a
Chesterton sobre su visión de la diferencia entre poder y autoridad. "Si
un rinoceronte fuera a entrar a este restaurante en este momento, nadie podría
negar que de súbito adquiriría un enorme poder. Pero yo sería el primero en
levantarme para asegurarle que no tiene ninguna autoridad".
Así es la relación del Gobierno con los mexicanos: mucho
poder, pero poca autoridad. La autoridad se gana en las urnas y, luego, en el
ejercicio cotidiano de la función gubernamental.
En México, llevamos décadas de pobre desempeño gubernamental
producto de un sistema de gobierno que ha dado de sí y que ya no satisface los
requerimientos de un país tan grande, diverso y conectado al mundo.
En lugar de resolver los problemas, hemos buscado
subterfugios para no hacerlo o, en contadas excepciones, adoptado mecanismos
para aislar determinados asuntos (como la inversión del exterior) de la
naturaleza errática de nuestros gobernantes. Esos instrumentos han permitido
navegar a través de los problemas cotidianos, pero le impiden al País dar el
"gran paso" hacia un nuevo estadio de desarrollo.
Para comenzar, el sistema fue concebido, construido y
administrado desde la lógica de un poder concentrado, en control pleno del País
y con disposición a emplear la fuerza para acallar cualquier disidencia, así
fuera esto excepcional. Esa caracterización fue válida por poco tiempo antes de
la creación del PNR en 1929, pero su propio éxito la fue alterando.
Ochenta y cinco años después, la sociedad mexicana en nada
se parece a la de entonces: su tamaño, diversidad, conocimientos, conexiones
internacionales y dispersión geográfica son radicalmente distintos.
El problema no es que el País se pudiera desquiciar, sino
que no logra salir de su letargo, por más que se han hecho intentos de la más
diversa índole: reformas económicas y políticas, alternancia de partidos en el
poder, adopción de mecanismos externos para conferir garantías y nombramiento
de funcionarios ciudadanos a funciones sensibles.
El paso del PAN por la Presidencia o del PRD por el DF son
ejemplos convincentes de que el sistema perdura independientemente de quien
esté nominalmente a cargo. En esta circunstancia, no es casualidad que los
enfoques cambian, pero los problemas permanecen.
El Gobierno que prometía eficacia con un convincente
historial de desempeño se atoró a la primera de cambios porque no existen los
mecanismos idóneos para que interactúe la Presidencia con los partidos
políticos y los Gobernadores, pero sobre todo con la ciudadanía.
Una reforma del poder sólo funcionaría si es resultado de
una negociación que no sólo involucre a las partes relevantes, sino también -y,
principalmente- a la ciudadanía. Es decir, para que goce tanto de legitimidad
como de defensores a lo largo y ancho del País requeriría de un sustento
virtualmente universal. En una palabra, tendría que ser fundacional.
Hace algunos meses un político de la (muy) vieja guardia
hacía una reflexión que podría orientar la discusión respectiva. Su punto de
foco era la ausencia de un sentido claro de lo que podría llamarse el
"interés nacional" para fines del desarrollo.
Afirmó que por muchas décadas hasta los 70 existió la
llamada "Secretaría de la Presidencia", que tenía funciones de
planeación y presupuesto, pero también de confección de leyes. El director
jurídico de aquella entidad operaba como abogado de la Nación, en el sentido
que velaba por el conjunto.
Aunque se trataba de la era monopartidista, el concepto que
describía era significativo: cuando se desmantela esa Secretaría, la función
del director jurídico pasó a la casa presidencial y, con ello, cambió
radicalmente. Mientras que antes veía al conjunto y procuraba fomentar
estructuras institucionales sólidas, ahora pasó a ser el defensor de los
intereses y asuntos del Presidente.
El mensaje era muy simple: los problemas son cada vez más
complejos y no se pueden resolver con medidas parciales; urge pensar en grande,
construir una nueva plataforma institucional que atienda y resuelva los temas
medulares que el País enfrenta y que son fuente de eterno conflicto: desde lo
electoral hasta el funcionamiento del poder legislativo, la corrupción y la
tortura.
Es decir, lo imperativo es construir la estructura
institucional del siglo 22, dando un salto cuántico que permita olvidar las
rencillas de hoy y haga posible la consolidación de un país moderno que crece,
cuida a su población y aprecia a su Gobierno.
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