El Observador
Hace apenas tres semanas que todo comenz贸, aunque el tiempo se ha vuelto el谩stico desde entonces. Recuerdo salir a trabajar esa primera ma帽ana, mi rutina intacta como siempre: caf茅, ducha, corbata y las llaves del auto. Lo vi ah铆. Sentado en la cochera de la casa abandonada que colinda con la m铆a, esa propiedad que lleva dos a帽os pudri茅ndose en los tribunales mientras la pareja que la habit贸 se destroza mutuamente a trav茅s de abogados. Una noche antes, los perros del barrio hab铆an enloquecido. Aullidos que parec铆an venir de todos lados y de ninguno, como si el aire mismo fuera una amenaza.
Ten铆a ojos enormes, pero no de la manera que uno describe a alguien atractivo. Eran 贸rbitas que parec铆an haber visto demasiado, como esas fotograf铆as de soldados que regresan de guerras que oficialmente nunca ocurrieron. Su cara recordaba a los primates del zool贸gico metropolitano, esos que te miran desde detr谩s del cristal con una comprensi贸n terrible, como si supieran exactamente qu茅 tipo de animal eres t煤. Sus ropas colgaban de 茅l como piel muerta. No me acerqu茅. El instinto reptiliano que todos llevamos dentro me gritaba que corriera, as铆 que sub铆 al auto y me fui. Cuando regres茅 esa noche, segu铆a ah铆. Exactamente en la misma posici贸n, como si fuera una estatua que alguien hubiera colocado para una broma de mal gusto.
Los vecinos ya se hab铆an organizado. La se帽ora Mart铆nez hab铆a intentado darle un s谩ndwich; el se帽or P茅rez, una botella de agua. Nada. No los rechazaba ni los aceptaba. Simplemente exist铆a alrededor de esos gestos como si fueran irrelevantes. "Es como si se estuviera derritiendo ah铆", me dijo P茅rez, y ten铆a raz贸n. Cada hora que pasaba, el hombre parec铆a fundirse m谩s con el concreto, volverse parte de aqu茅l paisaje urbano de manera obscena. La polic铆a hab铆a venido y se hab铆a ido con esa indiferencia burocr谩tica que caracteriza a quienes han visto demasiada miseria para seguir fingiendo que les importa. "No le hace da帽o a nadie", dijeron, sin entender que hay formas de da帽o que no aparecen en los manuales.
Esa noche, sentado en el sill贸n de mi sala, solo una pared de ladrillo me separaba de 茅l. Fue entonces cuando sucedi贸 lo imposible. Comenc茅 a escucharlo. No con los o铆dos, sino con algo mucho m谩s 铆ntimo y violatorio. Sus pensamientos se filtraron en los m铆os como tinta negra en agua clara. Vi lo que 茅l ve铆a: calles que se estiraban infinitamente en la madrugada, sombras que se mov铆an con prop贸sito propio, voces que susurraban instrucciones desde las alcantarillas y las l铆neas telef贸nicas. A veces las voces sonaban como su madre muerta, otras como el presentador de noticias de la televisi贸n que hab铆a en el lobby del hospital psiqui谩trico donde pas贸 tres a帽os. Pero la mayor铆a del tiempo, las voces le ped铆an cosas. Cosas espec铆ficas que involucraban cuchillos y desconocidos que caminaban solos por la noche.
Me levant茅 del sill贸n como si me hubieran electrocutado. En la pared que daba a la cochera, su rostro se hab铆a materializado como una mancha de humedad que cobra forma. No era una alucinaci贸n. Era algo peor: era real de esa manera en que las pesadillas son reales cuando despiertas gritando. Sub铆 a mi habitaci贸n tratando de convencerme de que el cansancio me estaba jugando una mala pasada, pero sab铆a que estaba ah铆 afuera, procesando un flujo constante de horror que har铆a que las pel铆culas de terror parecieran comedias familiares. Vivir dentro de esa cabeza, aunque fuera por unos minutos, hab铆a sido como sumergirse en un oc茅ano de cristales rotos. Ahora entend铆a por qu茅 respiraba as铆, por qu茅 sus ojos ten铆an esa calidad vidriosa. No era un vagabundo. Era un contenedor humano desbordando locura.
Al d铆a siguiente sal铆 de casa y ah铆 segu铆a, pero algo hab铆a cambiado. Su cuerpo comenzaba a perder definici贸n, como si estuviera hecho de arena y la lluvia lo estuviera disolviendo lentamente. Cada d铆a que pasaba se volv铆a m谩s bidimensional, m谩s plano contra la pared. Sus extremidades se difuminaban hasta volverse sugerencias de extremidades. Lo 煤nico que permanec铆a n铆tido eran esos ojos que me segu铆an con la precisi贸n de un sistema de rastreo militar. Ya no parec铆a humano. Parec铆a un graffiti que cobra vida, una ilustraci贸n de horror que alguien hab铆a dibujado directamente sobre la realidad.
Las im谩genes en mi cabeza se intensificaron. Cada vez que me sentaba en el sill贸n, su locura se derramaba en mi cr谩neo como 谩cido. Lo ve铆a no solo desde afuera, sino desde adentro de mi propia casa, como si hubiera encontrado una manera de existir simult谩neamente en ambos lados del muro. La f铆sica hab铆a dejado de aplicar. Tom茅 un mazo del garaje, decidido a romper la pared, a acabar con su rostro que ahora era una caracter铆stica permanente de mi hogar. Pero entonces me detuve. ¿Y si al romper el muro lo liberaba completamente? ¿Y si lo despertaba de su metamorfosis hacia algo incluso peor? Golpe茅 la pared con los pu帽os hasta que me sangraron los nudillos, grit谩ndole que se fuera, que me dejara en paz. Su respuesta lleg贸 directamente a mi corteza cerebral, sin pasar por mis o铆dos: "Ya no me voy a ir de aqu铆."
Esta ma帽ana baj茅 a la cocina y ah铆 estaba, sentado en mi silla como si hubiera pagado renta y fuese un inquilino m谩s en mi casa. La transformaci贸n estaba completa. Ya no era el vagabundo que hab铆a aparecido en la cochera. Era algo completamente diferente, algo que hab铆a usado su locura como veh铆culo para materializarse en mi realidad. Me observaba con esos ojos de primate sabio y respiraba con la agitaci贸n de alguien que est谩 ahog谩ndose en aire. Le pregunt茅 qu茅 hac铆a ah铆, sabiendo que era una pregunta est煤pida. Se levant贸 con movimientos que desafiaban la anatom铆a humana y camin贸 hacia mi sala, se sent贸 en mi sill贸n como si reclamara un territorio ancestral. Llam茅 a la polic铆a, pero mientras marcaba lo vi subir las escaleras con esa manera de moverse que ten铆an los son谩mbulos en las pel铆culas de terror de los a帽os setenta.
Ahora est谩 en mi dormitorio, de pie frente a mi cama como un mobiliario que no recuerdo haber comprado. Sus ojos fijos en algo que no puedo ver pero que sospecho est谩 justo detr谩s de m铆, respirando cada vez m谩s r谩pido, como si estuviera llegando al cl铆max de una experiencia que solo 茅l comprende. Su voz resuena nuevamente en mi cabeza, pero esta vez viene acompa帽ada de im谩genes: yo, durmiendo en esa cama, noche tras noche, mientras 茅l me observa. Mientras aprende. Mientras decide qu茅 hacer conmigo ahora que ya no tiene que irse de aqu铆. Nunca.



Comments
Post a Comment