El Romance Como Canibalismo: Una Autopsia del Género

 


Disfruto las películas románticas sin la menor vergüenza. Soy ese romántico empedernido que defendió The Materialists de Celine Song, cuando en redes sociales me crucificaban por declararla una de las grandes obras maestras del año. El mismo que señaló que Anora de Sean Baker sería legendaria mucho antes de que Mikey Madison se convirtiera en la nueva "diosa del método" por su interpretación de Anora Mikheeva. Pero aquí viene la revelación que nadie quiere masticar: para que el romance cinematográfico contemporáneo pueda funcionar, requiere operar exactamente como el horror moderno. Ambos géneros deben hacer que las reglas existen para ser violadas, preferiblemente con instrumentos quirúrgicos y cero anestesia.


Anora no jugó el juego seguro de Pretty Woman; se transformó en bisturí que abre en canal el capitalismo sexual sin preservativos emocionales. The Materialists tampoco siguió el manual rosado de Nora Ephron; ejecutó una vivisección del amor en tiempos de algoritmos de citas y terapia por Zoom, hasta ser acusada de propaganda para "hombres rotos". Estas películas comprenden algo que Hollywood negó durante décadas: el romance auténtico siempre fue antropofagia emocional. La diferencia es que ahora podemos admitirlo sin metáforas de autoayuda.


Luca Guadagnino lo entendió cuando nos regaló Bones and All en 2022. La premisa es tan brutal como honesta: dos adolescentes enamorados que terminan devorándose literal y figurativamente en la América reaganiana de los ochenta. No es coincidencia que Guadagnino sitúe esta historia cuando el sueño americano comenzó a consumirse a sí mismo como ouroboros capitalista. Taylor Russell y Timothée Chalamet protagonizan el Badlands de los caníbales, donde cada parada incluye vísceras frescas y existencialismo adolescente servido al punto. Es Natural Born Killers filtrada por la sensibilidad de Call Me By Your Name, como si Oliver Stone hubiera crecido leyendo a Poppy Z. Brite en lugar de Hunter S. Thompson.


La película opera como si Jennifer Lynch hubiera dirigido Twilight después de una sobredosis de podcasts de true crime y anfetaminas filosóficas. Russell entrega una actuación que trasciende el body horror para adentrarse en soul horror puro, arrastrando el abandono paterno como quien carga un cadáver en descomposición permanente. Navega un Estados Unidos donde Reagan promete prosperidad mientras ella busca su próxima comida humana en truck stops abandonados. Cada encuentro con otros "eaters" funciona como terapia grupal en el purgatorio capitalista, donde el consumo se vuelve obscenamente literal. Es pura terapia de grupo dirigida por Hannibal Lecter.


Trent Reznor y Atticus Ross componen una banda sonora que suena como Joy Division sobreviviendo para descubrir el metal industrial en una América post-apocalíptica. El resultado supera a cualquier playlist depresiva de Lana Del Rey en términos de melancolía existencial, y eso requiere talento quirúrgico de nivel Black Dahlia. La música funciona como morfina para el alma mientras presencias atrocidades, creando esa disonancia cognitiva que caracteriza al trauma generacional. Por momentos evoca el universo devastador de la legendaria Kids de Larry Clark, pero Guadagnino nunca permite olvidar su deuda con el body horror visceral de Raw de la genial Julia Ducournau.


Guadagnino demuestra por qué Bones and All eclipsa tanto su pretencioso remake de Suspiria como su reciente y fallida Queer. Mientras Suspiria se perdió en masturbación visual dario-argentesca y Queer se ahogó en referencias literarias de semestre universitario, Bones and All encuentra ese equilibrio imposible entre visceral y tierno que define al cine memorable. No alcanza la perfección obsesiva de Challengers —esa sinfonía erótica del tenis que redefinió el triángulo amoroso moderno— pero las supera porque comprende una verdad fundamental: el amor verdadero siempre requirió consumir al otro hasta los huesos.


El italiano nos entrega una película que funciona como si Gaspar Noé hubiera adaptado una novela de Cormac McCarthy mientras escuchaba Godspeed You! Black Emperor en bucle infinito durante un mal viaje. Es Romeo y Julieta reimaginado por Clive Barker, con el presupuesto emocional de Requiem for a Dream y la delicadeza narrativa de There Will Be Blood. La búsqueda maternal de Maren se convierte en odisea americana que haría sollozar a Jack Kerouac, asumiendo que Kerouac tuviera tendencias antropófagas y adicción a TikTok. Ethel Cain debe estar muriendo de envidia desde su estética gótica sureña.


No sé si Guadagnino conseguirá superar Bones and All algún día. Volver a crear una obra que combina romance, drama y terror con esta maestría no es tarea para mortales. Su trabajo en esta cinta en particular, lo posiciona como heredero legítimo, en partes iguales, de las andanzas visuales de Rainer Werner Fassbinder, John Cassavetes y David Cronenberg, aunque por sus trabajos anteriores y posteriores queda claro que encasillar su talento es como intentar domesticar un lobo: posible en teoría, desastroso en la práctica. Y quizás esa sea precisamente la lección: el mejor arte, como el mejor amor, siempre termina devorándote.

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