Baúl de Recuerdos
Recuerdos, mis pros y mis contras
No creo en la capacidad de memorizar. En la escuela confunden la capacidad de memorizar con la inteligencia. Nuestra mente es poderosa a la hora de borrar cosas de nuestra memoria. Seguramente estaríamos muy mal, si ese proceso de borrado no se diera. Es vital para nuestro cerebro ir borrando eventos pasados. Dijo el filósofo Albert Schweitzer que: “la felicidad no es otra cosa que buena salud y mala memoria.” Los malos recuerdos nos terminan enfermando. Saturar nuestra memoria nos hace más lentos a la hora de pensar y tomar decisiones. Cuando era niño me sabía muchos números telefónicos. Hoy sólo me sé mi número de teléfono móvil personal, el de mi trabajo, el teléfono fijo de mi casa (que ya no usamos), el teléfono de casa de mis abuelos (que ya fallecieron) y el teléfono de casa de mis padres (que ya no existe). ¿Era necesario guardar todos esos números? El recuerdo más lejano que tengo es el de estar en casa de mis padres, cuando aún estaba en construcción. Recuerdo estar en el espacio que estaba destinado para la alacena y recuerdo sentarme ahí con mi madre a comer. Llegamos a esa casa casi cuando cumplí 3 años, así que mi recuerdo es de antes de los 3 años de edad. Otro recuerdo que atesoro y que no me canso de contar, es el de ir al Nuevo Mundo, una tienda departamental en el centro de Monterrey. El Nuevo Mundo tenía dos cosas extraordinarias para mí. En una de las entradas, había una especie de sección de alimentos en donde vendían hot dogs. Era casi obligatorio que cada vez que visitábamos aquella tienda, terminábamos comiendo un hot dog. En aquellos años, un hot dog era algo maravilloso, todo un evento, algo totalmente fuera de lo común. La otra cosa era la sección de discos. Varios anaqueles repletos con discos LP (esos que ahora llaman vinilos) de rock. Podría pasar horas en esa sección, viendo y leyendo las portadas de los discos mientras mis padres visitaban los 3 pisos de la tienda. Me encantaban los colores y los diseños. Veía a detalle por horas discos de AC/DC, Iron Maiden, Ozzy Osbourne y Kiss. Tenía una extraña fascinación por esas obras de arte. Muchas veces no sabía el tipo de música que era, pero me encantaba el arte en aquellas portadas. Cuando mis padres regresaban por mí, les insistía en que me compraran un disco. Mi padre enfurecía y con razón me decía: “No sabes qué es eso, ¿para qué lo quieres?”. Pero aquellas portadas tenían algo mágico. Todos esos discos que, a fuerza de persuasión infantil, terminaron comprándome mis padres, nunca me decepcionaron. Algo me conmovió de gran manera cuando vi a mi hija viendo discos.
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