Songs of A Lost World: El Último Resplandor de una Leyenda Oscura Llamada The Cure



The Cure ha alcanzado un estatus curioso en la historia de la música. Más que la pasión por su música actual, genera un respeto inquebrantable por su figura y su impacto en los 80. Una afirmación compleja, pero justificada: desde el metal extremo hasta la música bailable, una amplia gama de bandas exhibe hoy la huella indeleble de The Cure, una banda que, paradójicamente, no ha lanzado un álbum realmente relevante desde los años 80. Aquella década dorada fue el pináculo de The Cure, donde Smith logró mezclar el rock gótico con el pop, llevando la oscuridad subterránea al mainstream, perfilándose como el rostro definitivo de un género nacido en los 70 durante la época del post punk.

Sin embargo, los años 90 cambiaron las reglas del juego. Smith, quien ayudó a moldear la estética oscura y angustiada de esa década, comenzó a desvanecerse en una era donde el grunge, el pop punk y la música industrial tomaban el protagonismo. Aunque álbumes como Wish demostraban la maestría de The Cure, se empezaba a sentir el estancamiento creativo; la innovación se iba apagando. Para cuando llegó Wild Mood Swings, ya era evidente que la banda estaba en serios problemas, mientras nuevas corrientes musicales, irónicamente, inspiradas en The Cure, ganaban terreno.

Al entrar en los 2000, Smith y su banda apenas lograron editar Bloodflowers, una especie de reencuentro emocional con sus mejores momentos pasados, principalmente de Pornography y Disintegration. Aunque profundamente introspectivo, Bloodflowers apenas conseguía replicar la magia de antaño, sin el brillo que había caracterizado sus momentos más intensos. Luego, siguieron álbumes como The Cure y 4:13 Dream, que llevaron a Smith a reconocer públicamente que su banda parecía llegar al final de su viaje creativo.

Ahora, con Songs of a Lost World, The Cure enfrenta la ambiciosa tarea de reconectar con la esencia de su época dorada sin quedarse en un simple reflejo nostálgico. Smith ha decidido centrar este álbum en las sombras, rescatando una versión de sí mismo marcada por la pérdida y la reflexión. Temas como "I Can Never Say Goodbye", un homenaje a su hermano fallecido, capturan esta angustia con una intensidad conmovedora. En una especie de ciclo de influencias, donde el sonido actual de The Cure se alimenta de bandas como My Bloody Valentine, quienes, a su vez, deben su estilo al mismo Smith. La conexión se vuelve palpable en "All I Ever Am", donde Smith parece rendir tributo a Kevin Shields, llevando su propio estilo al límite en un cruce emocional y estilístico.

El primer sencillo, "Alone", refleja esta esencia melancólica con una sutileza que evoca los temas más minimalistas de Disintegration, como "Plainsong", pero despojados de sus elementos pop. El experimento continúa en "Drone: No Drone", donde Smith apunta hacia una innovación sutil, con influencias de Trent Reznor que, si bien son claras, quedan en la intención.

Y entonces llega Endsong. Aquí, Smith alcanza la cúspide de lo que su visión actual puede ofrecer. En esta pieza, épica y de una belleza brutalmente oscura, el posible "canto de cisne" de The Cure encuentra su voz final, un último resplandor de gloria que parece asegurar que Smith y su banda quedarán grabados en la posteridad. Es el tipo de canción que eleva a Smith al podio que merece, un lugar donde su influencia trasciende generaciones.

Songs of a Lost World es un resurgir singular. Aunque solo alcanza a superar de forma mínima lo que fue Bloodflowers, es un esfuerzo valioso, un eco sombrío y melancólico que se alza entre los pocos discos rescatables de The Cure en las últimas cuatro décadas.


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