Adolescence: La Serie que Expone un Mundo Oculto y Peligroso



La serie de Netflix Adolescence ha captado la atención del ciberespacio últimamente. Ha logrado lo que pocos creían posible: superar el rating de un programa de televisión abierta dentro de una plataforma de streaming. Un logro digno de reconocimiento, especialmente considerando la presencia de tres creativos de peso: el director Philip Barantino, el guionista Jack Thorne y el actor Stephen Graham.

Podríamos hablar de la increíble historia que han creado o de la magistral dirección de Barantino, con esos episodios filmados en una secuencia continua. No por nada figuras como Nicolas Cage han volteado al mundo de las series, viéndolas como un medio de expresión más eficaz que el cine. Pero lo que realmente me atrapó de Adolescence fue su tratamiento de un tema oscuro sobre el que escribí hace un tiempo: los incels y la masculinidad tóxica.

El término incel proviene de involuntary celibate (célibe involuntario). Se refiere, por lo general, a jóvenes varones con dificultades para relacionarse con el sexo opuesto, lo que a menudo deriva en un profundo resentimiento hacia las mujeres. La masculinidad tóxica, por otro lado, son normas culturales impuestas a los hombres que dictan cómo “deben” comportarse: los hombres no lloran, no pueden ser débiles, deben ser proveedores y lo masculino es superior a lo femenino. Estas ideas vienen de un pasado anclado en la irracionalidad, donde ser hombre equivalía a ser fuerte y dominante. Un pasado que se niega a evolucionar y que no sabe cómo encajar en un mundo en constante cambio.

En los años 90, con la expansión de internet, estos jóvenes solitarios empezaron a formar comunidades y foros donde crearon su propia lógica y universo. Así surgió una teoría conspirativa: la "red pill" o píldora roja, esa "verdad que nadie quiere ver", que el mundo estaba secretamente dominado por mujeres que solo elegían al 20% de los hombres, aquellos con “estatus alto”. Según esta visión, el otro 80% era considerado de poco o nulo valor, condenado a la soledad, el rechazo y la desesperación.

La combinación de soledad y automenosprecio es peligrosa. Alimenta el odio y, en muchos casos, la violencia. Es ahí donde se encienden las alarmas sobre los incels, ya que sus ideas no se quedan solo en foros de internet. Se materializan en actos de misoginia, acoso, agresión y, en los casos más extremos, ataques violentos contra mujeres.

Hace 50 o 100 años, estas normas eran la norma. Tener una hija era considerado una desgracia. Las mujeres eran “vendidas” en acuerdos económicos. Su lugar estaba en el hogar, no en la escuela ni en una empresa. A los hombres nunca se les enseñó a lidiar con la igualdad, la empatía o el respeto. Para muchos, ser masculino era sinónimo de ser dominante. Aún hoy, hay quienes no soportan la idea de que una mujer tenga un mejor sueldo, un auto más caro o que sea su jefa en el trabajo.

Esta incapacidad para aceptar los cambios los deja en desventaja en el mundo actual. Y esa frustración se convierte en rabia. Antes, cuando nacía una hija, los padres decían: “Ojalá sea bonita para que se case rápido. El hombre, como sea, se casa”. Y si no era agraciada, la condenaban a cuidar a sus padres. Un mundo brutal para las mujeres.

El sistema siempre benefició al hombre. Tenía acceso a la educación, el derecho a heredar negocios familiares y el poder económico para elegir a una esposa, incluso si aún era una niña. Las mujeres no tenían opciones ni voz. Pero eso ha cambiado. La brecha se reduce y el mundo ya no funciona bajo esas reglas. Sin embargo, hay quienes se niegan a aceptarlo.

Los foros incel se han convertido en refugios para estos jóvenes. Pero también en cámaras de eco donde se reciclan ideas de desesperación y odio. Son el caldo de cultivo perfecto para ideologías extremistas que prometen “un regreso a los valores tradicionales”, es decir, al mismo sistema que despojó a las mujeres de su autonomía durante siglos.

El mundo subterráneo que nos muestra Adolescence sigue ahí: oculto, furioso, atrapado en un resentimiento que lo consume y que, en el peor de los casos, lo impulsa a hacer daño.


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