Infinity Pool: Un Hipnótico Descenso a la Perversión y el Caos

Brandon Cronenberg no es su padre, David Cronenberg, y con Infinity Pool lo deja más claro que nunca. Su cine no es solo una extensión del horror corporal de su progenitor; es una mutación con vida propia, más febril, más incómoda, y tal vez, más retorcida. Aquí, el joven Cronenberg no se limita a provocar con imágenes perturbadoras, sino que nos sumerge en un abismo de decadencia moral donde el placer y la brutalidad se funden en un espectáculo hipnótico. Y lo hace con un extraordinario reparto dispuesto a llegar hasta el límite: Mia Goth, desbordante de sadismo y carisma, y Alexander Skarsgård, atrapado en una espiral de degradación absoluta.

Si Antiviral y Possessor ya nos habían mostrado su inclinación por la pesadilla tecnológica y la manipulación de identidades, Infinity Pool es un salto cuántico en su filmografía. Aquí, la clonación no es solo un recurso de ciencia ficción, sino el detonante de una feroz crítica al privilegio, al hedonismo extremo y al vacío existencial de la élite. Es un cóctel venenoso donde se mezclan el fascismo, el clasismo y la destrucción total de la moral. Y en el centro de todo, Skarsgård, desmoronándose ante nuestros ojos.

Su personaje, James Foster, es un escritor fracasado que ha publicado su único libro gracias a la influencia de su suegro. En busca de inspiración, viaja con su esposa a un exclusivo resort en un país exótico, un paraíso ilusorio cercado por alambre de púas. Afuera, la pobreza y el resentimiento hierven. Adentro, la impunidad es absoluta para quienes pueden pagarla.

Es ahí donde conocen a Gabi (Mia Goth) y su esposo, una pareja de millonarios con un brillo inquietante en la mirada. La seducción es inmediata. Los llevan fuera del resort, a lo prohibido. Alcohol, deseo, transgresión. Pero un accidente lo cambia todo: James atropella a un hombre y, según las leyes locales, el castigo es la ejecución.

Aquí es donde Infinity Pool revela su verdadero rostro. Para quienes tienen dinero, la muerte es un espectáculo, no un destino. James descubre que, por una suma exorbitante, puede ver a su propio clon morir en su lugar. Es un rito de iniciación. Un pasaje a un mundo donde el crimen es un pasatiempo y la culpa no existe. ¿Quién necesita redención cuando puede comprar una nueva vida?

A medida que la trama avanza, James se hunde más en esta orgía de violencia y nihilismo. La relación con Gabi se vuelve enfermiza, una mezcla de devoción, humillación y sadismo. Goth despliega aquí una de sus interpretaciones más escalofriantes: primero, una musa seductora; después, una dominadora implacable. Skarsgård, por su parte, encarna con maestría la degradación absoluta: de turista ingenuo a juguete roto.

Pero hay un enigma persistente: ¿quién muere realmente cuando un clon es ejecutado? ¿Es el James original quien sobrevive o es una copia sin alma? Cronenberg no nos da respuestas, solo nos empuja más hondo en la incertidumbre.

Cuando su esposa lo abandona, James decide quedarse con Gabi y su séquito de depredadores. Cada crimen es más brutal, cada juego más retorcido. Pero mientras ellos disfrutan su impunidad, él se convierte en su entretenimiento. Nunca fue uno de ellos. Siempre fue su presa.

El clímax es un espectáculo de horror psicológico. Gabi lo somete a pruebas cada vez más crueles, despojándolo de todo rastro de humanidad. No hay escapatoria. No hay regreso. Solo un último verano de sangre y desenfreno antes de la nada absoluta.

Infinity Pool no es solo una película perturbadora. Es un virus que se instala en la mente, un laberinto de imágenes y preguntas imposibles de olvidar. ¿Hasta dónde podemos llegar si no hay consecuencias? ¿Cuántas veces puedes morir antes de dejar de existir? Cronenberg no responde. Solo deja la puerta abierta y nos invita a cruzarla.