Los J贸venes Mexicanos Ante la Elecci贸n
Los j贸venes mexicanos ante la elecci贸n
Por: Enrique Krauze
Tomado de : El Pa铆s
En las pr贸ximas elecciones del 1 de julio en M茅xico votar谩n por primera vez los millennials, cerca de cuarenta millones de j贸venes menores de 29 a帽os que han dado muestras de su solidaridad social y c铆vica (fueron heroicos en el pasado terremoto del 19 de septiembre) pero que, por razones obvias, carecen de memoria hist贸rica sobre los tiempos de la presidencia imperial mexicana. Los mayores solo conocieron de ni帽os la crisis del PRI a finales del siglo pasado y todos padecieron los err谩ticos gobiernos de la transici贸n en este siglo. Hartos de la violencia, la corrupci贸n, la impunidad y la desigualdad social, tienen razones suficientes para reclamar un cambio.
La juventud, por definici贸n, es y debe ser rebelde. Lo 煤ltimo que quiere escuchar son consejos de abuelo. Por ello es dif铆cil predicarles que ese cambio de gobierno puede desembocar en la reedici贸n (corregida y aumentada) del pasado autoritario. Pero eso es justamente lo que he intentado hacer en una gira por universidades del interior del pa铆s: ofrecer un panorama comparativo entre los tiempos autoritarios que viv铆 y la era actual, en espera de que esa comparaci贸n enriquezca su criterio al instante de votar.
Este es el recuento sint茅tico que les hago. Durante aquel r茅gimen que dur贸 71 a帽os y que llam茅 “la presidencia imperial”, el presidente ten铆a el monopolio de la violencia leg铆tima y de la violencia impune. Adem谩s de los inmensos poderes (pol铆ticos, econ贸micos, militares, diplom谩ticos) que detentaba constitucionalmente, el presidente imperaba como un sol sobre los planetas que giraban en torno suyo. Los poderes formales (Congreso, Suprema Corte, los gobernadores, los presidentes municipales) depend铆an del presidente. Los bur贸cratas, los obreros sindicalizados y las uniones campesinas congregadas en el PRI se subordinaban al presidente. Los empresarios y la Iglesia segu铆an las directrices del presidente. Las empresas descentralizadas y paraestatales obedec铆an los lineamientos del presidente. La Hacienda P煤blica y el Banco de M茅xico se manejaban discrecionalmente desde la casa presidencial de Los Pinos. Los medios de comunicaci贸n masiva eran “soldados del presidente”. El presidente saliente nombraba al entrante. El Gobierno organizaba las elecciones y el PRI (con su complicada “alquimia”) obten铆a —seg煤n expresiones de la 茅poca— “carro completo”, las ganaba “de todas, todas”.
Desde 1939 —les recuerdo—, la 煤nica oposici贸n democr谩tica la ejerc铆a el PAN. Despu茅s del crimen de 1968, la oposici贸n de izquierda se refugi贸 en las universidades p煤blicas y la revolucionaria se fue a la guerrilla. Solo algunos peri贸dicos, casas editoriales, revistas e intelectuales eran independientes y cr铆ticos (Octavio Paz y los escritores de la revista Vuelta, entre ellos). Aunque en los a帽os ochenta y noventa el sistema hizo leves concesiones a la oposici贸n de izquierda, que se incorpor贸 paulatinamente a la vida parlamentaria, el orden autoritario perdur贸, con leves cambios, hasta el fin de siglo.
Desde hace veinte a帽os —contin煤a mi explicaci贸n—, M茅xico ha cambiado porque adopt贸 los valores y principios de la democracia liberal. La presidencia imperial ha desaparecido, como lo prueba el hecho palmario que estamos a punto de atestiguar: al Gobierno que no cumple se le castiga con el voto. El presidente solo puede hacer uso (bueno o malo) de sus poderes constitucionales. Hay una genuina divisi贸n de poderes: en el Congreso se confrontan varios partidos y la Suprema Corte de Justicia es aut贸noma. El federalismo se ha vuelto real: los gobernadores son sus propios due帽os y, si hacen un uso corrupto e impune de su poder local, corren el riesgo —que no corr铆an antes— de que la prensa los denuncie y la justicia los llame a cuentas. Los grandes sindicatos del sector p煤blico no son transparentes ni democr谩ticos pero tampoco obedecen ya al presidente. Los grupos empresariales gozan de una autonom铆a que no ten铆an entonces, la Iglesia act煤a sin ataduras, lo mismo que los medios masivos. Ahora M茅xico cuenta con una decena de instituciones p煤blicas aut贸nomas que son un baluarte contra las distorsiones en que incurr铆a el poder p煤blico: el Banco de M茅xico (la m谩s antigua), el INAI (transparencia), el INEGI (informaci贸n estad铆stica), Cofetel (competitividad), etc茅tera.
El Instituto Nacional Electoral, no el Gobierno —concluyo—, se hace cargo de las elecciones. Cerca de dos millones de ciudadanos intervendr谩n en el conteo y la supervisi贸n del pr贸ximo proceso. La oposici贸n al PRI, partido en el poder, es mayoritaria. La ejercen Morena, el PAN, Movimiento Ciudadano, el PRD y otros partidos diversamente coaligados. Aunque acosada brutalmente por el crimen organizado (aliado muchas veces a pol铆ticos locales), en el 谩mbito federal existe una razonable libertad de expresi贸n y cr铆tica. La ejercen revistas, peri贸dicos, estaciones de radio, comunicadores, acad茅micos, intelectuales, grupos de la sociedad civil y, desde luego, las redes sociales.
Respetuosos, reflexivos y atentos, no encuentran mucha raz贸n en mis palabras. Aunque en d铆as recientes algunos han manifestado su entusiasmo por el joven candidato del Frente Ciudadano Ricardo Anaya, la intenci贸n de voto parece estarse canalizando hacia el advenimiento de un l铆der que con su sola presencia lo resolver谩 todo de una buena vez y abrir谩 una nueva era. Ese desenlace —les digo con franqueza— significar铆a la reaparici贸n puntual del viejo sistema de supeditaci贸n pol铆tica con un nuevo partido hegem贸nico (Morena) y un agravante may煤sculo: el poder sin contrapesos en manos de un caudillo populista que se ve a s铆 mismo —y alienta que el pueblo lo vea— como el redentor de M茅xico. Podr铆a ser el fin del ensayo democr谩tico mexicano. Y, a riesgo de importunarlos, les insisto: los pueblos que desesperan de la democracia rara vez encuentran el camino para restablecerla.
Por desgracia, los tiempos que corren no son propicios para los matices y las distinciones. Es dif铆cil pedir a los j贸venes que cuiden el fr谩gil edificio de la democracia que construyeron las generaciones anteriores. Es dif铆cil advertirles que la libertad de expresi贸n est谩 en riesgo por la v铆a de la censura y la autocensura: ¿qui茅n tendr谩 el valor de enfrentar a los ej茅rcitos medi谩ticos de la verdad oficial?
Los j贸venes aprender谩n por la 煤nica v铆a infalible: la experiencia. Si L贸pez Obrador triunfa en las urnas el 1 de julio y restaura una presidencia imperial que, como la antigua, busque eternizarse, estos mismos j贸venes que acaso votar谩n por 茅l ser谩n los primeros en ponerle diques. Comprender谩n que la libertad, como el aire, solo se aprecia cuando se pierde.
Por: Enrique Krauze
Tomado de : El Pa铆s
En las pr贸ximas elecciones del 1 de julio en M茅xico votar谩n por primera vez los millennials, cerca de cuarenta millones de j贸venes menores de 29 a帽os que han dado muestras de su solidaridad social y c铆vica (fueron heroicos en el pasado terremoto del 19 de septiembre) pero que, por razones obvias, carecen de memoria hist贸rica sobre los tiempos de la presidencia imperial mexicana. Los mayores solo conocieron de ni帽os la crisis del PRI a finales del siglo pasado y todos padecieron los err谩ticos gobiernos de la transici贸n en este siglo. Hartos de la violencia, la corrupci贸n, la impunidad y la desigualdad social, tienen razones suficientes para reclamar un cambio.
La juventud, por definici贸n, es y debe ser rebelde. Lo 煤ltimo que quiere escuchar son consejos de abuelo. Por ello es dif铆cil predicarles que ese cambio de gobierno puede desembocar en la reedici贸n (corregida y aumentada) del pasado autoritario. Pero eso es justamente lo que he intentado hacer en una gira por universidades del interior del pa铆s: ofrecer un panorama comparativo entre los tiempos autoritarios que viv铆 y la era actual, en espera de que esa comparaci贸n enriquezca su criterio al instante de votar.
Este es el recuento sint茅tico que les hago. Durante aquel r茅gimen que dur贸 71 a帽os y que llam茅 “la presidencia imperial”, el presidente ten铆a el monopolio de la violencia leg铆tima y de la violencia impune. Adem谩s de los inmensos poderes (pol铆ticos, econ贸micos, militares, diplom谩ticos) que detentaba constitucionalmente, el presidente imperaba como un sol sobre los planetas que giraban en torno suyo. Los poderes formales (Congreso, Suprema Corte, los gobernadores, los presidentes municipales) depend铆an del presidente. Los bur贸cratas, los obreros sindicalizados y las uniones campesinas congregadas en el PRI se subordinaban al presidente. Los empresarios y la Iglesia segu铆an las directrices del presidente. Las empresas descentralizadas y paraestatales obedec铆an los lineamientos del presidente. La Hacienda P煤blica y el Banco de M茅xico se manejaban discrecionalmente desde la casa presidencial de Los Pinos. Los medios de comunicaci贸n masiva eran “soldados del presidente”. El presidente saliente nombraba al entrante. El Gobierno organizaba las elecciones y el PRI (con su complicada “alquimia”) obten铆a —seg煤n expresiones de la 茅poca— “carro completo”, las ganaba “de todas, todas”.
Desde 1939 —les recuerdo—, la 煤nica oposici贸n democr谩tica la ejerc铆a el PAN. Despu茅s del crimen de 1968, la oposici贸n de izquierda se refugi贸 en las universidades p煤blicas y la revolucionaria se fue a la guerrilla. Solo algunos peri贸dicos, casas editoriales, revistas e intelectuales eran independientes y cr铆ticos (Octavio Paz y los escritores de la revista Vuelta, entre ellos). Aunque en los a帽os ochenta y noventa el sistema hizo leves concesiones a la oposici贸n de izquierda, que se incorpor贸 paulatinamente a la vida parlamentaria, el orden autoritario perdur贸, con leves cambios, hasta el fin de siglo.
Desde hace veinte a帽os —contin煤a mi explicaci贸n—, M茅xico ha cambiado porque adopt贸 los valores y principios de la democracia liberal. La presidencia imperial ha desaparecido, como lo prueba el hecho palmario que estamos a punto de atestiguar: al Gobierno que no cumple se le castiga con el voto. El presidente solo puede hacer uso (bueno o malo) de sus poderes constitucionales. Hay una genuina divisi贸n de poderes: en el Congreso se confrontan varios partidos y la Suprema Corte de Justicia es aut贸noma. El federalismo se ha vuelto real: los gobernadores son sus propios due帽os y, si hacen un uso corrupto e impune de su poder local, corren el riesgo —que no corr铆an antes— de que la prensa los denuncie y la justicia los llame a cuentas. Los grandes sindicatos del sector p煤blico no son transparentes ni democr谩ticos pero tampoco obedecen ya al presidente. Los grupos empresariales gozan de una autonom铆a que no ten铆an entonces, la Iglesia act煤a sin ataduras, lo mismo que los medios masivos. Ahora M茅xico cuenta con una decena de instituciones p煤blicas aut贸nomas que son un baluarte contra las distorsiones en que incurr铆a el poder p煤blico: el Banco de M茅xico (la m谩s antigua), el INAI (transparencia), el INEGI (informaci贸n estad铆stica), Cofetel (competitividad), etc茅tera.
El Instituto Nacional Electoral, no el Gobierno —concluyo—, se hace cargo de las elecciones. Cerca de dos millones de ciudadanos intervendr谩n en el conteo y la supervisi贸n del pr贸ximo proceso. La oposici贸n al PRI, partido en el poder, es mayoritaria. La ejercen Morena, el PAN, Movimiento Ciudadano, el PRD y otros partidos diversamente coaligados. Aunque acosada brutalmente por el crimen organizado (aliado muchas veces a pol铆ticos locales), en el 谩mbito federal existe una razonable libertad de expresi贸n y cr铆tica. La ejercen revistas, peri贸dicos, estaciones de radio, comunicadores, acad茅micos, intelectuales, grupos de la sociedad civil y, desde luego, las redes sociales.
Respetuosos, reflexivos y atentos, no encuentran mucha raz贸n en mis palabras. Aunque en d铆as recientes algunos han manifestado su entusiasmo por el joven candidato del Frente Ciudadano Ricardo Anaya, la intenci贸n de voto parece estarse canalizando hacia el advenimiento de un l铆der que con su sola presencia lo resolver谩 todo de una buena vez y abrir谩 una nueva era. Ese desenlace —les digo con franqueza— significar铆a la reaparici贸n puntual del viejo sistema de supeditaci贸n pol铆tica con un nuevo partido hegem贸nico (Morena) y un agravante may煤sculo: el poder sin contrapesos en manos de un caudillo populista que se ve a s铆 mismo —y alienta que el pueblo lo vea— como el redentor de M茅xico. Podr铆a ser el fin del ensayo democr谩tico mexicano. Y, a riesgo de importunarlos, les insisto: los pueblos que desesperan de la democracia rara vez encuentran el camino para restablecerla.
Por desgracia, los tiempos que corren no son propicios para los matices y las distinciones. Es dif铆cil pedir a los j贸venes que cuiden el fr谩gil edificio de la democracia que construyeron las generaciones anteriores. Es dif铆cil advertirles que la libertad de expresi贸n est谩 en riesgo por la v铆a de la censura y la autocensura: ¿qui茅n tendr谩 el valor de enfrentar a los ej茅rcitos medi谩ticos de la verdad oficial?
Los j贸venes aprender谩n por la 煤nica v铆a infalible: la experiencia. Si L贸pez Obrador triunfa en las urnas el 1 de julio y restaura una presidencia imperial que, como la antigua, busque eternizarse, estos mismos j贸venes que acaso votar谩n por 茅l ser谩n los primeros en ponerle diques. Comprender谩n que la libertad, como el aire, solo se aprecia cuando se pierde.



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