La Familia Tenía su Propio Club de la Pelea



Mi tío, mis primos y esa bonita tradición familiar de agarrarse a golpes.

Mi tío era un auténtico luchador. Vestido con una máscara, ataviado con calzoncillos sobre mallas, se lanzaba al cuadrilátero para protagonizar una coreografía de combate contra rivales. Su hijo, mi primo (quien, a diferencia de Tyler Durden, era una figura real), desde su más tierna infancia respiraba el ambiente de la lucha libre. Durante su niñez, solía resolver muchos de sus conflictos a base de golpes, mostrando incluso una inclinación por sumergirse en las aguas cuando la escuela primaria quedaba inundada por la lluvia. Aunque personalmente no era aficionado a los enfrentamientos físicos, la compañía constante de mi primo en las calles hacía inevitable que muchas situaciones desembocaran en peleas.

Mi primo solía arrastrarme a sus escaramuzas de una manera bastante desafortunada. Cuando se acercaba el momento del enfrentamiento y su oponente se quitaba la camisa, él aprovechaba cualquier distracción para ensuciarla, escupirla o cubrirla de tierra, señalándome después como el responsable. En más de una ocasión, terminaba siendo arrastrado a peleas callejeras sin haberlo buscado. Con el tiempo, descubrí que adoptar una actitud desafiante y mostrarme dispuesto al enfrentamiento, a menudo disuadía a la otra parte de continuar con la pelea. A veces bastaba con aparentar ser un bravucón para evitar un altercado, sabiendo que pocos se arriesgarían a confrontar a alguien así. A pesar de ello, siempre existía la posibilidad de que algún individuo decidiera responder con violencia. En varias ocasiones, recibimos golpizas, aunque mi altura me proporcionaba cierta ventaja sobre mi primo, lo que hacía que los potenciales adversarios lo pensaran dos veces antes de enfrentarme.

Con el tiempo, me di cuenta de que si quería evitar conflictos, necesitaba fortalecer mi cuerpo además de mi estatura. Así que, decidí dedicarme al gimnasio, pasando de 78 a más de 100 kilos de músculo. Hasta el día de hoy, muchos reconsideran la idea de enfrentarme, pues no me intimida la perspectiva de un enfrentamiento físico. A veces, recibir algunos golpes es necesario para sentirse verdaderamente vivo, aunque con la edad, el dolor de los golpes se vuelve más agudo.

Gracias a mi estatura y al físico que desarrollé en el gimnasio, obtuve un aspecto imponente y respetable. A diferencia de mi primo, quien siguió los pasos de mi tío sin mucho éxito debido a su baja estatura y constitución promedio. En cierto momento, mientras trabajaba en una oficina, surgió el rumor de que yo también era luchador, lo cual generaba murmullos tanto en el trabajo como en el gimnasio.

Recuerdo una conversación en el gimnasio con un veterano luchador, ubicado en el centro de la ciudad, bajo una sala de velación. Quedó impresionado por mi fuerza y físico, y me preguntó si yo también luchaba. Le expliqué que no era así, pero curiosamente resultó ser discípulo de mi tío. A menudo me pedía noticias sobre él, aunque yo apenas lo veía. Mientras tanto, mi primo abandonó las luchas tras casarse con la dueña de un restaurante.

A pesar de los años, mi tío sigue apareciendo en casa de mis padres, cojeando visiblemente debido a los innumerables golpes y caídas que ha sufrido. Por mi parte, sigo con mi rutina en el gimnasio, convencido de que un físico robusto inspira respeto en las calles y ayuda a evitar problemas. Cada uno sigue en su propio "club de la pelea", encontrando su propio camino en la vida.

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