Soundgarden: El Metal Mutante que Nadie Vio Venir
Louder than Love es mi disco favorito de Soundgarden. Fue el primero que escuché de ellos, y aún hoy sigue siendo el que más me sacude. Publicado en 1989, muchos ya conocen la historia. Yo los descubrí gracias a una reseña en la revista Hit Parader. Decía que Soundgarden sonaba parecido a Jane's Addiction. Con eso bastó para despertar mi curiosidad.
Cuando lo escuché por primera vez, quedé en shock. Era una experiencia cruda, con una sección rítmica brutalmente progresiva y ritmos que no parecían de este mundo. Las guitarras sonaban como si las hubieran arrancado de un disco de Killing Joke. Y encima de todo, la voz de Chris Cornell. Poderosa, salvaje, como un Robert Plant en esteroides. Imposible no rendirse ante eso.
Después me fui hacia atrás: escuché Ultramega OK y Screaming Life. Pero Louder than Love era otra cosa. Desde el primer segundo era evidente: querían sonar más pesados, más intensos, más desafiantes (¿Qué los Melvins? ¿Qué Tad?). Por eso recurrieron a Terry Date, productor con credenciales en bandas de metal como Metal Church, Sanctuary, Dream Theater y The Accused. Soundgarden quería un disco que sonara como un golpe de un mazo en la cabeza. Y lo lograron.
El título también lo decía todo, aunque con una buena dosis de ironía. Las primeras opciones fueron Louder than Shit y Louder than Fuck. Incluso consideraron Louder than God, pero Blue Cheer ya se les había adelantado décadas antes. La disquera, claro, no permitió poner obscenidades en la portada. Así que eligieron Louder than Love (¿O era una referencia a sus amigos y rivales. Los Mother Love Bone?), un título ambiguo, que confundía y se burlaba de todo a la vez.
La portada mostraba a Chris Cornell en blanco y negro, en una toma en concierto, intensa y borrosa. "El joven enojado por excelencia", bien podría haber sido el subtítulo. La banda, en ese entonces, era puro sarcasmo. El nombre, la imagen, la voz, el sonido… todo apuntaba a lo mismo: a tomar el heavy metal, sus raíces (Black Sabbath, Led Zeppelin), a los Black Flag, MC5, Flipper, Killing Joke, Melvins, y llevarlo al límite. Hasta que rozara la parodia.
Terry Date se encargó de hacerlo sonar así: sucio, espeso, violento. Kim Thayil, que parecía un personaje sacado de una película de Cheech & Chong, escupía riffs como si Black Sabbath hubiera grabado Paranoid bajo ácido. Pero la base rítmica lo empujaba a lugares más punk, más abstractos, más viscerales.
Ugly Truth abría el disco como una criatura híbrida de Led Zeppelin, Black Sabbath y MC5. Un sonido que no había escuchado antes en ninguna otra banda. Ni siquiera en Jane's Addiction o Killing Joke. Aunque sí había ecos de Flipper, Killdozer o Skin Yard. Seattle estaba empezando a gestar algo, con bandas como Melvins, Green River, Malfunkshun, Tad, Nirvana. Pero Soundgarden apostaba por el metal, y con Matt Cameron, con una gran influencia de Bill Bruford, detrás de la batería, no tenían competencia.
Heads All Over parecía algo escrito por Killing Joke en plena crisis nerviosa. Las líneas de bajo de Hiro Yamamoto eran completamente desquiciadas. Y las guitarras de Thayil, más cercanas al post-punk mutado que al funk elegante de Dave Navarro. Lo más fascinante era cómo, dentro de todo ese caos, se filtraban toques de blues. Un blues sucio, primitivo, que dejaba espacio a Cornell para mostrar una emotividad casi inesperada.
Gun empieza como si Black Sabbath hubiera decidido tocar a cámara lenta. También recuerda a Budgie, pero en trance. En cambio, Power Trip me sigue pareciendo una joya oculta. Un tema denso, amenazante, como el blues pesado que Glenn Danzig había empezado a explorar con su banda solista. Quizás solo The Cult lograba algo parecido en esa época.
Get on the Snake es otro viaje. Difícil de describir. Un poco MC5, un poco Budgie, o los Stooges del Fun House, pero sobre todo Soundgarden reinventando el metal, retorciéndolo, expandiéndolo. La rítmica es anómala, impredecible. Es en este tema donde la banda demuestra de forma deslumbrante que no buscaban imitar a nadie: estaban creando algo nuevo.
Con Full On Kev’s Mom, simplemente se sueltan. Vuelven al hardcore punk más frenético, como lo habían hecho con Circle of Power en su disco anterior. Y después están Loud Love y I Awake, piezas que se mueven entre el blues más oscuro y la psicodelia pesada, como si Muddy Waters hubiera enchufado una guitarra eléctrica y se hubiera ido a grabar con Howlin’ Wolf en una cabaña llena de humo. Aquí, el peso denso recuerda a Melvins, pero el blues lo hacía distinto. Muy pocos —quizás Kyuss o Alice in Chains un par de años después— lograban ese equilibrio.
Big Dumb Sex es, quizás, la canción más controversial del disco. Las letras provocaron que algunas tiendas se negaran a venderlo. Pero era una parodia directa al hair metal californiano. Y lo más curioso es que, pese a su intención burlesca, es uno de los mejores temas del álbum. Sonaba como un Black Sabbath irónico, sumido en un blues posmoderno y degenerado.
Louder than Love es un disco espectacular. No es fácil de digerir, especialmente si no estás familiarizado con bandas como MC5, Flipper o Killing Joke. Pero si logras entrar, si te dejas arrastrar por su fuerza, entenderás por qué marcó una época. Estaba en la misma sintonía que Melvins, Skin Yard o Nirvana en 1989. Solo que Soundgarden tenía algo más: una rabia elegante, un metal que se reía de sí mismo mientras lo reinventaba. Una revolución sónica que, un par de años después, tomaría el mundo por asalto.



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