1972: El Año en que un Extraterrestre Cambió el Rock para Siempre



Es imposible entender el fenómeno completo de The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars sin conocer el contexto histórico que lo precede. Cuando David Bowie lanzó este disco en 1972, junto a su inseparable cómplice Mick Ronson, el rock acababa de perder a sus dioses: Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison. En apenas un par de años, el movimiento hippie se había desplomado y sus íconos fueron cayendo uno a uno, creando un mito que consolidó la figura del “rock star” como un ser casi divino... y condenado.

Bowie, siempre un paso adelante, con una inteligencia aguda y una habilidad escénica magnética, entendió que la música ya no podía seguir igual. Decidió entonces crear su propio mito: un extraterrestre venido a la Tierra, mitad mesías, mitad estrella de rock, que venía a salvarnos, enloquecernos... y autodestruirse. Ziggy Stardust nació de ese caos, y fue moldeado a partir de varias figuras: Vince Taylor, el desquiciado ídolo caído; Little Richard, el rey del exceso; Iggy Pop, la furia salvaje de los Stooges; Marc Bolan, el glam personificado; y, por supuesto, Syd Barrett, el genio trágico de Pink Floyd cuya mente fue consumida por los ácidos. La visión cósmica de Barrett —y antes, la de Brian Wilson en los Beach Boys— había calado hondo en Bowie desde sus días con Space Oddity. Ziggy era la evolución de ese “hombre de las estrellas”.

Cuando el disco salió, Bowie aún no era una superestrella. Pero su concepto, el estrellato mismo, se volvió profecía autocumplida. En el Reino Unido, el fenómeno fue inmediato; en cambio, la conservadora América se mostró reticente. El Bowie andrógino inquietaba, igual que lo había hecho Lou Reed unos años antes con The Velvet Underground, al introducir temas de sexualidad no normativa. Pero esa incomodidad era parte del plan. Bowie no quería agradar. Quería incomodar. Sacudir. Fascinar. Ziggy Stardust era glam rock con corazón punk, una ópera espacial tejida con maquillaje, guitarras eléctricas y ambigüedad sexual.

Musicalmente, el disco arranca con una joya: Five Years. Una batería sencilla da paso a un crescendo dramático que anuncia el apocalipsis con una belleza que estremece. Con este primer track, Bowie deja atrás su etapa más folk y adulta para abrazar la juventud con una narrativa de muerte y renacimiento, que pudo ser inspirada por Jaques Brel o Scott Walker.

Soul Love es una de mis favoritas. Su ritmo, sus coros, destilan la influencia directa de Marc Bolan, viejo amigo de Bowie y, más adelante, su principal rival. Ambos compartirían, por cierto, al productor Tony Visconti, testigo y actor clave en esa rivalidad creativa. Luego viene Moonage Daydream, una deliciosa mezcla de guitarras acústicas y eléctricas donde Bowie y Ronson se lucen con una sensibilidad casi épica. El resultado es un sonido que, para su tiempo, suena peligrosamente moderno.

Starman, otra favorita absoluta, es un milagro pop. Contagia con su ritmo, pero lo que verdaderamente hipnotiza es cómo Bowie encarna a Ziggy: un narrador alienígena, profético, encantador y oscuro al mismo tiempo. Y sí, aunque aún explotaba sin pudor el legado de Bolan, aquí ya era evidente que había tomado vuelo propio.

El piano violento y la batería propulsiva de Star muestran con claridad la influencia de The Velvet Underground. La idea del "rock star" como eje del relato se plasma sin filtros. Y esa estética sería adoptada más tarde, casi literalmente, por Paul Stanley de Kiss, quien se colocaría una estrella en el ojo como homenaje —o robo descarado.

En Hang On to Yourself, usando a los Stooges como base, Bowie se adelanta al punk con una precisión profética. Escuchar ese tema hoy es como descubrir un boceto secreto de los Ramones antes de que existieran.

El clímax llega con Ziggy Stardust, la canción. Aquí está todo: el ascenso, la gloria, la decadencia. La historia del rock contada en tres minutos. Una opera prima que bien podría haberse inspirado en las óperas rock de The Who. Y como todo gran personaje, Ziggy también tendría su regreso años después, resucitado por Bauhaus en una versión oscura y deliciosa.

Suffragette City es pura energía. Ronson se desborda en las guitarras y deja claro por qué sería reclamado luego por leyendas como Lou Reed o incluso Morrissey para producir sus discos. Y por último, el final que corta la respiración: Rock ’n’ Roll Suicide. Bowie cierra el telón de manera brutal. Su personaje no se apaga: explota. La canción se convertiría, un par de años más tarde, en el tema con el que Bowie mataría en vivo a Ziggy durante un concierto histórico. Fue ahí donde anunció, ante un público atónito, que ese era el último show que harían como Ziggy Stardust.

Y con ese gesto, inventó algo que hoy nos parece habitual: la reinvención. Bowie no sólo enterró a Ziggy. Se liberó de él. Se permitió mutar, algo que más tarde imitarían artistas como Prince, Madonna, Bono o Marilyn Manson. Pero Bowie lo hizo primero. Y, como casi todo lo que hizo, lo hizo con estilo.



Comments

Popular Posts