El día que murió el verano: Adiós a Brian Wilson, el arquitecto del pop qué retó a los Beatles.



Triste adiós al gran genio que desafió a los Beatles: el enorme Brian Wilson ya no está entre nosotros. Vaya noticia triste la que recibimos el día de hoy. Se nos fue Brian Wilson a surfear de forma metafísica en el más allá.

Así como en su momento se nos fueron Joey Ramone en el 2001, Lou Reed en el 2013 y David Bowie en el 2016. Duele igual. O quizá más. Corríjanme si me equivoco en las fechas, pero lo que no se puede corregir es el vacío que deja. La música de Wilson me conmovió de gran manera por mucho tiempo. Pet Sounds sigue siendo uno de mis 3 discos favoritos.

Hace apenas unas horas se confirmó que el fundador y alma de los Beach Boys había abandonado este mundo. Como dicen los gringos, he’s gone to the great gig in the sky. Y sí, la noticia duele. Mucho. Por alguna razón, suelo enterarme de estas noticias cuando estoy en mi casa.

Admiré a Brian desde hace muchos años atrás. Brian Wilson no fue solo un gran músico: fue una anomalía hermosa, un solitario brillante, alguien que en su momento se atrevió a mirar de frente a los mismísimos Beatles. Wilson los retó de una manera creativa y casi los superó cómo pocos lo han hecho. 

¿Quién más podía hacer eso en aquellos años? Tal vez Bob Dylan. Tal vez Hendrix. Tal vez Clapton. Pero solo tal vez. Porque Brian Wilson no necesitaba una banda como Lennon y McCartney. Él solo, con su voz frágil y su mente volcánica, era suficiente para plantarles cara. Wilson se metía en el estudio y producía sinfonías salidas de su mente cómo ningún otro.

Y es que mientras medio mundo tarareaba letras sobre chicas, surf y fiestas en la playa, Brian tenía otros planes. Fue por ahí del 65, cuando su mente dijo basta. Sufrió un colapso mental que lo sacudió todo. Pero lejos de rendirse, comenzó a construir algo diferente. Algo inmenso. Wilson reclutó a los músicos de estudio más vanguardistas de la época. 

Dejó atrás el short, las olas y las palmeras, y se sumergió en un universo más introspectivo, más emocional, más humano. Justo en ese mismo momento, en el Reino Unido, Lennon y McCartney pensaban lo mismo: había que llevar al pop hacia otra dimensión. Hacerlo más serio. Más ambicioso. Más artístico. Llevar al Pop hasta sus más recónditos límites creativos.

Brian lo entendió antes que nadie. Quiso introducir técnicas de grabación avanzadas, armonías vocales complejas, letras profundas. Quiso hacer música que no solo sonara bien, sino que dijera algo. Y cuando llegó con estas ideas a los Beach Boys, lo miraron como si estuviera loco. “¿Qué es esto, Brian?”, le dijeron. “¿Qué tipo de música es esta? ¿Qué significan estas letras?”.

Pet Sounds debió haber sido un disco solista. Porque lo que hizo ahí no fue simplemente un álbum: fue un manifiesto personal. Un parteaguas. Un grito de auxilio en forma de sinfonía pop. Un testamento emocional disfrazado de armonías dulces. Lo del Pet Sounds era algo más allá de la música pop. Era nueva música clásica para jóvenes. 

Pero en su momento, Wilson y su nuevo disco fueron rechazados por todos. La crítica no lo entendió. El público lo ignoró. Nadie quería pensar. Nadie quería crecer. Todos querían seguir bailando en la playa. Lo de Wilson era en extremo disruptivo. Psicodélico dirían algunos unos años más adelante. 

Y ahí estaba él, hablándonos de lo difícil que es madurar, del dolor de convertirse en adulto, del peso de sentirse solo en medio de una multitud. De la música cómo algo más que entretenimiento intrascendente. 

Mientras tanto, los Beatles tomaban nota. Y unos meses después, respondieron con Sgt. Pepper’s. Ellos sí fueron abrazados por el mundo. Pet Sounds, en cambio, fue visto como un desvarío de un genio roto.Y eso, a Brian, lo destruyó. No había un Lennon, un McCartney o un George Martin qué entendiera los sonidos qué salían de su cabeza.

Después del Pet Sounds, cuando Brian comenzó a trabajar en SMiLE, su proyecto más ambicioso, su mente dijo “basta” otra vez. La carrera creativa con los Beatles lo había llevado al extremo. La incomprensión de su banda lo aisló. Otro colapso. Otro abismo. Y esta vez, se perdió. Se aisló. Se apagó. Se volvió una sombra de lo que fue. Los Beatles le habían derrotado. 

Tuvieron que pasar casi 40 años para que Brian regresara y pudiera terminar ese disco y presentarlo al mundo. Tarde, sí. Pero lo hizo. La versión terminada del SMiLE fue todo un triunfo, pero fue un triunfo que estaba ya fuera de contexto. No sé si el SMiLE hubiera podido superar al Sgt. Pepper’s, pero una cosa si es segura, junto a la música de los Beatles, Wilson había creado algo trascendental.

Brian Wilson fue mucho más que un Beach Boy. Fue el pionero de la música psicodélica. Fue el artesano del pop experimental. El que se atrevió a romper todas las reglas sin pedir permiso. Sin miedo al qué dirán. No existirían los Ramones sin Brian Wilson. No existirían los The Jesus & Mary Chain sin Brian Wilson. No existiría Radiohead sin Brian Wilson. No existiría Tame Impala, ni Mercury Rev, ni Animal Collective. No existiría ese pop introspectivo, emocional, imperfecto, honesto. Porque él lo inventó. Lo parió en soledad, con un piano y muchas dudas y todo en contra.

Duele porque se va un pedazo del verano, una luz del sol que ya no brillará igual. Porque Brian Wilson no era solo música. Era emoción pura. Era humanidad convertida en sonido. Y ahora que se ha ido, lo único que nos queda es escucharlo una vez más. Nos queda poner God Only Knows a todo volumen. Y dejar que nos abrace. Como solo él sabía hacerlo.

Gracias, Brian.



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