Ser Hombre Hoy: Sospechoso, Culpable y Políticamente Incorrecto



Bueno, ya pasó el Día del Padre. Imagino que Elon Musk tuvo un día bastante ocupado visitando a su ejército de bebés creados con bioingeniería. Aunque, siendo sinceros, hay quienes opinan que sería mejor si se hiciera cargo económicamente de ellos... y que no los dejara al cuidado de Donald Trump como niñera, considerando los archivos de Epstein. Ayer debió ser un día triste para Peter Parker, Bruce Wayne y Matt Murdock.

El Día de las Madres en México siempre tiene un aire especial. A muchas mujeres les dan el día libre; a otros, al menos medio día, para poder visitar a sus madres o esposas. En cambio, el Día del Padre se celebra en domingo, cuando nadie trabaja. Prácticamente pasa desapercibido. No es un día fijo. No es un día que detenga nada. Es como si no importara tanto.

Personalmente, el Día del Padre no significa mucho para mí. Aunque es común que muchos se pregunten por qué no se le da la misma relevancia que al Día de la Madre. Supongo que es una cuestión cultural: en nuestro país se valora profundamente a la madre, mientras que el padre... bueno, no tanto. Seguramente a muchos padres les gustaría ocupar un lugar igual de significativo, pero en este mundo políticamente correcto, la izquierda ha centrado su discurso en las mujeres, dejando a los hombres un poco fuera del marco.

En México, nos tomamos tan en serio la corrección política que acabamos de tener a dos mujeres como candidatas presidenciales. Era impensable que un hombre pudiera ser realmente competitivo en esta contienda. En Estados Unidos pasa algo parecido: aunque parece casi imposible que una mujer gane en un país tan machista y conservador, la izquierda insiste en postular mujeres o personas de color. Si es una mujer de color, mejor aún.

Tengo dos hijas, y me emociona saber que pueden crecer con la idea de que no hay límites para ellas. Me encanta que puedan aspirar a lo que quieran, sin que el género sea una barrera. Pero me preocupa que el discurso de victimización se utilice como atajo para avanzar. Se dice que hoy, el hombre nace culpable y la mujer, víctima. Y eso no está bien. Ni todos los hombres son criminales, ni todas las mujeres son víctimas.

No sé si tenga relación, pero en los años 80 —la época dorada de los asesinos seriales— casi todos eran hombres blancos: John Wayne Gacy, Ted Bundy, Jeffrey Dahmer, Richard Ramírez. En los 90, llegaron los tiroteos escolares, y otra vez, los perpetradores eran, en su mayoría, hombres jóvenes y blancos. Hoy, los “incels”, radicalizados en foros de internet y representados en series como Adolescence, siguen el mismo patrón: hombres jóvenes y blancos. Parece que ser hombre ya es motivo suficiente para ser culpable de algo, para tener que andar con cuidado. Pero no todos somos Bundy, Dahmer, Harris o Klebold.

Hace poco vi Straw, de Tyler Perry, una película que ha sido un fenómeno en Netflix. Me llamó la atención lo explícito del estereotipo. La protagonista: mujer de color, madre soltera, hija enferma, trabajo precario. Su mejor amiga: otra mujer de color, leal hasta el final. La gerente del banco, tras sufrir un asalto, se identifica con la asaltante solo por ser también mujer y de color. La detective: mujer de color que lo deduce todo casi por instinto.

Del otro lado, tenemos al padre ausente. Al gerente de supermercado, indiferente ante la situación de la madre soltera. Al jefe de policía, desbordado e incapaz de controlar la situación. A un detective que acusa a la madre a los dos segundos de conocerla. Y claro, a otro policía abusivo que detona todo por amenazarla. Ah, y los hombres del FBI... son ineptos. Lo peor de lo peor.

Straw es una historia de suspenso, sí, pero también un manifiesto cargado de una ideología peligrosa. Todas las mujeres son víctimas. Todos los hombres, culpables. Bajo ese lente, todos terminamos siendo Dahmer o Bundy. Y claro, nadie menciona a Samuel Little —el mayor asesino serial en la historia de EE.UU.— porque no encaja en el perfil: era un hombre de color. No hay espacio para matices. Bajo esa lógica, las mujeres no triunfan; se victimizan para avanzar.

En 1993, el actor Michael Douglas se había convertido en el arquetipo perfecto de la victimización masculina. Mujeres como Glenn Close, Sharon Stone y Demi Moore abusaban del pobre Douglas, pero en la cinta Falling Down, tuvo su venganza, a su manera. En la cinta, su personaje, como la protagonista de Straw, simplemente tiene un muy mal día. Y decide también tomar las armas, y desquitar su furia y coraje, contra quien cruzara su camino. Pero ahí terminan las similitudes.

Mientras que ella —una mujer de color, madre soltera, víctima del sistema— termina siendo una heroína admirada, el personaje de Douglas es abatido a tiros. Literalmente. Así de simple. Así de brutal.

Vaya, parece que ser mujer de color sí tiene sus ventajas: no solo no te llevas una bala, sino que encima te ganas legiones de fans. Inevitablemente, Douglas también tuvo los suyos… aunque, irónicamente, muchos vinieron de círculos neonazis de la época. ¿Una señal profética? ¿O el síntoma incómodo de un malestar que Hollywood ya empezaba a predecir?

¿Será por eso que en Estados Unidos, los demócratas políticamente correctos no pueden imaginar candidatos que no sean mujeres o personas de color? ¿Y será esa la razón por la que tantos hombres blancos se aferran a figuras tan cuestionables como Donald Trump, como una manera desesperada de decir: “¿Ahora sí soy culpable de algo?”




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