El Arte de la Guerra sin Uniforme: La Maestría Estratégica de Ucrania en la Era Digital
Parecería que no hace falta usar traje ni corbata para ser un genio estratega. Una vez más, Ucrania ha superado a Rusia en el tablero militar y le ha asestado un golpe devastador, dejando malherida a una de las potencias militares que hasta hace poco se consideraba intocable. Y lo ha hecho sin necesidad de una ofensiva masiva. Kiev sabe perfectamente que Moscú no tiene hoy la capacidad de lanzar un ataque a gran escala. Por eso ha apostado por una estrategia de inversión gradual, golpe a golpe. Pero esos golpes han sido, en muchos casos, pura brillantez táctica.
Ucrania no solo ha resistido el embate físico, sino también el digital. Ha logrado frenar el aparato propagandístico ruso —ese que ha logrado envenenar a Occidente por años— con una precisión que solo puede calificarse como genial. Conocen cada truco, cada narrativa. Y la han desactivado desde adentro, como quien corta los hilos de una marioneta enemiga.
Volodímir Zelenski, ese presidente con pasado de comediante, ha vuelto a demostrar que su liderazgo no es una anécdota mediática. Su capacidad táctica ha dejado atrás, y por mucho, a quien muchos consideraban el gran estratega de la geopolítica contemporánea. Putin ya no parece un espía frío de la KGB, sino un burócrata desfasado, atrapado en un pasado que ya no existe. Su ejército, expuesto y torpe, está lejos de ser esa maquinaria de guerra que una vez inspiró temor.
Una fuerza terrestre lenta, que fracasó en tomar Ucrania en días. Una inteligencia digital incapaz de desacreditar a Zelenski o dividir a su pueblo. Y un músculo militar que luce oxidado, urgido de juventud, de relevos norcoreanos y de asesoría iraní. Rusia, en pleno siglo XXI, está peleando con herramientas del siglo pasado.
Y entonces llegó la Operación Telaraña.
El más reciente triunfo de la inteligencia ucraniana. Una flota de drones de alta tecnología logró infiltrarse en territorio ruso, acercarse a puntos estratégicos de su fuerza aérea y lanzar un ataque quirúrgico que ha sido descrito como el Pearl Harbor ruso. El resultado: cerca del 40% de las aeronaves militares rusas devastadas. Un golpe brutal, sin víctimas civiles, que ha obligado a Rusia a sentarse, aunque sea a regañadientes, a hablar de diplomacia. ¿Reagrupamiento? ¿Intento de frenar la humillación? Sea lo que sea, fue Ucrania quien puso a Moscú contra las cuerdas.
Ni Trump, el autoproclamado "gran negociador", logró poner fin al conflicto en dos días, como prometía. Ni Rusia doblegó a Ucrania en una semana, como tantos imaginaron. Al contrario, mientras Trump exponía a Zelenski ante los medios occidentales, la Unión Europea cerraba filas con Kiev. Porque Europa entiende que lo que está en juego va más allá de Ucrania: es un nuevo proceso de regionalización que tendrá lugar en territorio europeo, en el norte de África y en Medio Oriente. Y ahí, la inteligencia rusa ya no ataca con tanques, sino con propaganda y nacionalismo, buscando dividir desde adentro.
Pero esta vez, "las cartas" están sobre la mesa. Y varias de ellas, contrario a lo que pensaba Trump, están hoy en manos de Zelenski y de Ucrania. El pueblo ucraniano ha desarrollado una fuerza de inteligencia militar compacta, eficaz, con la que Europa no cuenta. Su cercanía a la Rusia bélica los ha convertido en una especie de Israel europeo: un país pequeño enfrentando con éxito a un enemigo colosal.
Todo indica que Europa necesita más que nunca a Ucrania. No solo para defenderse, sino para proyectarse. Ucrania se ha convertido en un aliado estratégico clave, una pieza fundamental para el futuro de la seguridad europea, no solo en sus fronteras, sino también más allá de ellas.



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