¿A quién sirve el referéndum?
¿A quién sirve el referéndum?
Por: Alberto Penadés de la Cruz
Tomado de: El País
Los referéndums no son siempre democráticos y, cuando son
democráticos, no son siempre una expresión del poder de los ciudadanos para
conseguir lo mejor para sí mismos. Traen cosas buenas, como el debate y el
sentido de pertenencia; y, a veces, buenos resultados. Pero otras veces se
merecen las palabras de Vincent Auriol, antiguo presidente socialista de
Francia: “el referéndum es un acto de poder absoluto… que ostensiblemente hace
una reverencia a la soberanía popular para después arrebatar la soberanía al
pueblo, en beneficio de uno solo”.
Que no siempre son democráticos se comprueba fácilmente al
observar que las dictaduras convocan referéndums nacionales casi tanto como las
democracias; o, si se prefiere la historia, que los referéndums se inventaron
antes que la democracia —para ratificar todo tipo de constituciones, liberales
y no liberales— y que tuvo que haber muchos plebiscitos autoritarios, pues
Napoleón y todos sus imitadores del globo fueron muy aficionados, antes de que
los emplearan algunas democracias. Donde sí aparecieron como invento democrático
fue en la política local, en Suiza y en EE UU, en la segunda parte del siglo
XIX. Pero no los confundamos: dos de las democracias que más consultas
celebran, EE UU y Alemania, se tienen vedados los referéndums nacionales. La
democracia representativa tardó prácticamente un siglo en comenzar a digerir la
institución del plebiscito nacional, no ha terminado de hacerlo y puede que no
lo consiga.
La razón es que las consultas democráticas no siempre obran
en beneficio de los ciudadanos. La intuición es esta: la democracia
representativa, la única que conocemos, es un sistema con separación de
poderes, y el referéndum puede sumar o restar en ese reparto. En una democracia
no se hace lo que quiere el jefe de gobierno, o sus ministros, o el parlamento,
o los tribunales, o el poder territorial… sino una combinación de aquello que
unos quieren y otros no pueden evitar. Si el referéndum no lo controla ninguno
de los agentes decisivos, entonces suma un poder corrector al sistema; en caso
contrario, lo resta, pues refuerza a quien lo tiene en sus manos, suprimiendo
la resistencia de otros (por ejemplo, al gobierno frente al parlamento). Uno
cede poder al pueblo, otro lo redistribuye.
Controlar significa decidir sobre dos claves: el momento y
la pregunta. Posiblemente, la mayoría de los turcos están a favor de un
refuerzo del poder presidencial, pero, con seguridad, una reforma más moderada
y menos peligrosa para la democracia habría tenido un respaldo mayor. Sin
embargo, Erdogan no escribió su pregunta buscando aquello que preferían los
turcos, sino para acercarse lo más posible a su ideal de autoridad. También
puede que, si cambian las circunstancias —por ejemplo, en situación de paz— los
ciudadanos prefieran volver a limitar los poderes presidenciales, pero no se lo
preguntarán. Cuando la política la dirigen los representantes, las decisiones
se adaptan a la coyuntura, se gradúan negociando, y se fiscalizan mediante
elecciones periódicas. Al hurtar de la decisión la relación de responsabilidad
que tienen los representantes con los representados, la élite convocante puede
aprovechar ventajas circunstanciales para obtener ventajas permanentes.
Es distinto cuando la iniciativa no proviene de un poder
institucional, sino que añade un contrapoder al sistema. Figúrense que alguien,
un presidente autonómico, por ejemplo, siguiendo su olfato político —y una
peste a azufre que, por suerte, es solo imaginaria— propusiera prohibir la
construcción de mezquitas con minarete: el proceso decisorio pasaría por varias
instancias competentes y, seguramente, quedaría en nada. En este contexto, si
al referéndum se le permitiese actuar de abajo arriba, podría intervenir con el
comodín de la democracia directa. Si los ciudadanos suizos no quieren
minaretes, recogen firmas, hacen que se convoque un plebiscito, y votan en
consecuencia. Por eso, desde 2009, en Suiza está prohibido construirlos, aunque
los poderes públicos se oponían a la medida tanto como lo habrían hecho en
España. El referéndum acerca la política a lo que la gente quiere pero el
entramado representativo no les facilita. Da más poder a los votantes, a
expensas de las instituciones, en lugar de pasarlo de una a otra.
Como indica el ejemplo, el resultado no siempre es bello,
pero puede serlo. Si debe aceptarse el riesgo, se entiende que algunas
democracias lo prefieran local.
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