Autopsia en Pasarela: McQueen Despellejado
Isabella Blow, la c茅lebre editora de moda, y disc铆pula de Anna Wintour, no pod铆a creer lo que ve铆a. De inmediato, decidi贸 comprar el desfile completo, todas las piezas. Era 1992 y una colecci贸n de graduaci贸n inspirada en el legendario asesino en serie Jack el Destripador, que nadie m谩s se atrev铆atocar en aquel entonces, captur贸 su atenci贸n. Su creador, un joven de 22 a帽os llamado Lee Alexander McQueen, acababa de descubrir, gracias a las investigaciones geneal贸gicas de su madre, que una de las v铆ctimas del Destripador hab铆a estado alojada en una posada propiedad de sus ancestros en Whitechapel. En alg煤n momento, McQueen coment贸 que estaba convencido de que el Destripador ten铆a alg煤n parentesco con 茅l. La colecci贸n llevaba por t铆tulo Jack el Destripador Acecha a sus V铆ctimas, un nombre que evocaba el estilo de una pel铆cula de Lars von Trier. Era evidente la temprana fascinaci贸n de McQueen por la 茅poca victoriana, la oscuridad y la muerte.
Cada prenda de la colecci贸n inclu铆a un mech贸n de su propio cabello encapsulado entre dos capas de acr铆lico, como una joyer铆a victoriana de luto que celebraba el asesinato. Blow no estaba comprando moda, estaba sellando un pacto de sangre.
Lo que nadie parec铆a entender entonces, y lo que la industria a煤n evade, es que McQueen no dise帽aba ropa. Como un Buffalo Bill de la vida real, sus creaciones eran una "nueva piel". Su fascinaci贸n por el asesino en serie de El Silencio de los Inocentes no era una met谩fora: era un m茅todo. El asesino que despellejaba mujeres para coser su propio vestido femenino comprend铆a algo que la moda siempre ha sabido pero nunca admite: el cuerpo es textil, la piel es tela y la belleza, c贸mo en pel铆cula de John Waters, requiere violencia. McQueen tuvo la honestidad de hacerlo expl铆cito. Mientras Tom Ford vend铆a un sexo pulido y Rei Kawakubo deconstru铆a la silueta, McQueen diseccionaba. Sus referencias abarcaban desde Los 120 d铆as de Sodoma del Marqu茅s de Sade hasta los dise帽os biomec谩nicos de H.R. Giger en Alien, pasando por el sadomasoquismo de los Cenobitas en Hellraiser y las alfombras geom茅tricas obsesivas de Kubrick en El Resplandor. McQueen no creaba ropa, documentaba la arquitectura del trauma puro.
La conexi贸n con Blow fue siempre una aut茅ntica historia de fantasmas. Ella hab铆a trabajado de cerca con Warhol y Basquiat en Nueva York y entend铆a que la moda hab铆a dejado de ser comercio para convertirse en el 煤ltimo gran territorio del arte extremo. Blow hab铆a descubierto a Stella Tennant, Sophie Dahl y Philip Treacy, pero McQueen fue diferente. En 茅l no vio solo talento, sino destino, la misma pulsi贸n autodestructiva que la llevar铆a a intentar suicidarse varias veces antes de lograrlo en 2007 con veneno. Cuando McQueen vendi贸 su marca a Gucci y la excluy贸 del acuerdo, la traici贸n fue absoluta. Blow muri贸 sinti茅ndose como mercanc铆a descartada. McQueen, obsesionado, gast贸 enormes cantidades de dinero los a帽os siguientes, intentando contactarla a trav茅s de m茅diums y espiritistas, que le hac铆an llegar "mensajes" de Blow. McQueen estaba desesperado por hablar con el esp铆ritu de Blow, que lo hab铆a comprado por completo cuando nadie m谩s lo quer铆a.
McQueen odiaba la canci贸n Creep de Radiohead. Detestaba el sentimentalismo grunge, la alienaci贸n como victimizaci贸n y la autocompasi贸n disfrazada de rebeld铆a. En cambio, escuchaba con entusiasmo el Bela Lugosi’s Dead de Bauhaus, nueve minutos de g贸tico postpunk donde la muerte es glamour y el vampirismo es la est茅tica definitiva. Dise帽贸 chaquetas para David Bowie porque entend铆a que Ziggy Stardust hab铆a convertido la androginia en un arma, no en un lamento. Colabor贸 con Bj枚rk en Homogenic, fusionando la tradici贸n islandesa con un futurismo tecno org谩nico, el cuerpo como paisaje. La diferencia era abismal: Radiohead quer铆a que sintieras pena por el monstruo, McQueen quer铆a que entendieras que el monstruo siempre fuiste t煤, vistiendo el traje que alguien cosi贸 con tu propia piel.
Mas all谩 de sus sospecha sobre rl parentesco con Jack el Destripador, la genealog铆a real de McQueen inclu铆a a Elizabeth How, quemada en los juicios de brujas de Salem. McQueen no eleg铆a temas, heredaba maldiciones. Sus desfiles eran rituales funerarios: modelos caminando sobre agua, robots pintando vestidos en tiempo real, cuerpos envueltos en textiles que parec铆an v铆sceras. Mientras Helmut Lang exploraba el minimalismo brutalista y Vivienne Westwood subvert铆a la tradici贸n brit谩nica, McQueen operaba en un territorio m谩s oscuro. Rei Kawakubo, de Comme des Gar莽ons, obsesi贸n de Isabella Blow, hab铆a propuesto la antimoda y el cuerpo reimaginado. McQueen llev贸 esa l贸gica a su conclusi贸n: si el cuerpo es reimaginable, entonces es reemplazable, descartable, material.
El problema de vender tu alma a Gucci es que tu alma seguramente val铆a m谩s de lo que cre铆as. Los recursos financieros masivos y la plataforma global tuvieron un costo: la comercializaci贸n de la transgresi贸n, el control corporativo sobre lo grotesco. Tom Ford, con su glamour pulido de los noventa, y McQueen, con su g贸tico sublime y terrible, coexistiendo bajo el mismo paraguas corporativo, es la gran iron铆a capitalista. Norman Bates en Psicosis vistiendo a su madre muerta, Travis Bickle en Taxi Driver rap谩ndose en mohawk para la guerra urbana, los patrones del hotel Overlook sangrando locura geom茅trica: McQueen entend铆a que Hitchcock, Scorsese y Kubrick no filmaban pel铆culas, sino autopsias. Patrick S眉skind en El Perfume, narrando al asesino que destilaba esencia femenina de cad谩veres (inspirando una canci贸n de Nirvana), J.G. Ballard erotizando accidentes automovil铆sticos en Crash, Pasolini adaptando a Sade en Sal貌: toda una genealog铆a del horror record谩ndonos que la belleza siempre ha sido postmortem.
Cuando McQueen se ahorc贸 en 2010, nueve d铆as despu茅s del funeral de su madre, Bj枚rk cant贸 en su funeral. El c铆rculo se cerr贸: la chica de Islandia, que permiti贸 que el dise帽ador brit谩nico la vistiera de futuro, ahora cantaba sobre su cuerpo. Isabella llevaba tres a帽os muerta. La marca val铆a millones. Las colecciones se siguen vendiendo sin 茅l. Aqu铆 est谩 lo que nadie quiere admitir: McQueen ten铆a raz贸n. La moda es necrofilia elegante, siempre lo fue. Compramos la piel de aquello que matamos, animales, identidades, versiones anteriores de nosotros mismos, y lo llamamos estilo. Buffalo Bill, cosiendo su traje de mujer, no era el villano, sino el cliente ideal. McQueen simplemente mostr贸 el patr贸n de costura. Y en lugar de mirarlo, seguimos caminando por la pasarela, vistiendo los fantasmas de todo lo que despellejamos, para llegar hasta aqu铆, y encontrar al final, la belleza en lo grotesco.



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