El Mecánico y el Destino

 



En 1982, mientras Van Halen vendía millones de discos, la banda se desintegraba desde adentro. David Lee Roth quería regresar al caos primitivo del debut. Eddie Van Halen quería sintetizadores. La pelea no era sobre música: era sobre quién controla el legado y quién decide cuándo la repetición se convierte en traición. Eddie miraba hacia Yes, King Crimson, Genesis y su acercamiento a la new wave. Quería ser compositor, no un simio de circo ejecutando solos infinitos para adolescentes borrachos. Jimi Hendrix nunca lo habría entendido. Eric Clapton tampoco. Pero Eddie no era guitarrista. Era músico antes que cualquier cosa. Y los músicos evolucionan o se pudren.


1984 nació de esa tensión. Se convirtió en el disco más exitoso desde el debut y también en su sentencia de muerte. Roth se fue en 1985, llevándose a Ted Templeman, ese productor que al inicio de la banda lo detestaba, como trofeo de guerra. Eddie necesitaba cantante nuevo. Intentó con Patty Smyth, la vocalista pop. Rechazó. Luego con Daryl Hall de Hall & Oates, quien había grabado con Robert Fripp y conocía el lado oscuro del rock. También rechazó. Eddie estaba desesperado, incluso se habló de considerar a Donny Osmond.

Entonces sucedió lo imposible: el mecánico de Eddie, que también reparaba los autos de Sammy Hagar, recomendó al cantante. Un mecánico decidió el futuro de Van Halen. Hagar había liderado Montrose, los "Led Zeppelin americanos" que inventaron el sonido que Van Halen perfeccionó a finales de los setenta. La elección parecía obvia, casi poética. Pero las obviedades rara vez son correctas.


Mientras tanto, en Inglaterra, Blaze Bayley, gran fan de Ronnie James Dio, gritaba en bares sucios con Wolfsbane. Su voz era una mezcla imposible: la teatralidad psicótica de David Lee Roth con la fuerza operática de Bruce Dickinson. Rick Rubin, el productor que había fusionado hip hop con rock y convertido Reign in Blood de Slayer en escritura sagrada del thrash metal, quería fabricar la banda perfecta de hard rock. Intentó con Samhain, con Glenn Danzig, con The Cult. En 1989, luego de varios demos, produjo el debut de Wolfsbane. La banda odió el resultado y lo abandonó. Rubin seguía buscando.


Aquí está la pregunta que nadie hizo: ¿qué hubiera pasado si Eddie Van Halen hubiera conocido a Blaze Bayley? Si el mecánico hubiera reparado el auto equivocado. Si Rubin hubiera conectado los puntos. Eddie adoraba Powerage de AC/DC. Rubin considera a AC/DC la banda definitiva de rock. Bayley tenía la brutalidad que Hagar ya no poseía, la intensidad que Eddie necesitaba para no convertirse en caricatura de sintetizadores y baladas para divorciados como Journey. Con Rubin produciendo, Van Halen pudo haber regresado al salvajismo controlado de sus primeros discos, pero con la madurez compositiva que Eddie perseguía. En lugar de 5150, imagina algo sucio, peligroso, con la voz de Bayley desgarrando cada nota como si su vida dependiera de ello. Algo como Manhunt de Wolfsbane.


Llevemos la especulación más lejos: si Bayley hubiera entrado a Van Halen, Sammy Hagar quedaba libre. Iron Maiden buscaba vocalista a principios de los ochenta tras la partida de Paul Di'Anno. Maiden eran fanáticos de Montrose, habían tocado sus covers en vivo. Hagar tenía la voz, la experiencia, el carisma escénico. No pienses en el Sammy Hagar de "Can't Stop Lovin' You" o "Dreams". Piensa en el Sammy Hagar de "Bad Motor Scooter", de "Rock the Nation", de "This Planet's On Fire". Bruce Dickinson es irreemplazable, pero en un universo paralelo, Hagar pudo haber sido el hombre. La nueva ola del heavy metal británico con acento californiano. The Number of the Beast cantado por alguien que creció en el desierto de Mojave. No parece mala idea. Un inglés al frente de Van Halen. Un californiano al frente de Iron Maiden, ¿Por qué no?


Nada de esto pasó. Eddie eligió a Hagar. Bayley eventualmente reemplazó a Dickinson en Maiden durante los años más oscuros de la banda, The X Factor y Virtual XI, discos que los fans todavía pretenden que no existen. Rubin produjo a Johnny Cash en su resurrección artística y a Red Hot Chili Peppers en su apogeo comercial. La historia tomó su curso. Pero las historias alternas no son ejercicios inútiles de nostalgia. Son recordatorios de que el destino del rock no lo deciden los genios ni los empresarios. Lo decide un mecánico en un taller de Los Ángeles que conoce a dos cantantes y menciona un nombre. Lo deciden las llamadas telefónicas que nunca se hacen. Las audiciones que nunca suceden.


El rock se construye sobre decisiones estúpidas, coincidencias imposibles y gente que rechaza ofertas que cambiarían sus vidas. ¿Cuántas películas extraordinarias rechazó Will Smith? Afortunadamente para nosotros. Eddie Van Halen quería evolucionar. Lo logró. Pero sacrificó el peligro en el proceso. Hagar convirtió a Van Halen en una máquina de éxitos radiales con títulos de canciones que parecían creados por expertos en mercadotecnia, "Why Can't This Be Love", "Dreams", "Right Now". ¿Hubiera podido Bayley convertir a Van Halen en leyenda nuevamente? La diferencia entre éxito y trascendencia, en ocasiones es elegir al cantante correcto. O al mecánico correcto.

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