La Tumba Sin Abrir de Augusta Gein y el Zapato que se Comi贸 Werner Herzog
Ed Gein nunca fue el monstruo que creemos conocer. Ah铆 est谩 la trampa. Dahmer coleccionaba cuerpos como souvenirs, Bundy seduc铆a para destruir, Gacy enterraba adolescentes bajo su casa. Gein apenas asesin贸 a dos personas. El resto lo desenterr贸. No era un depredador sino un carro帽ero, un hijo roto por una madre tir谩nica que hurgaba en cementerios rurales de Wisconsin para tapizar su granja con piel humana. Los nazis le ense帽aron que los cuerpos pod铆an ser materia prima. Su mente destruida hizo el resto. Tan deteriorado estaba que lo declararon incompetente para juicio. Tan inofensivo parec铆a que las familias de Plainfield le dejaban cuidar a sus hijos.
La paradoja de Gein es brutal: nadie quiere hablar del hombre real, pero todos explotan su sombra. Robert Bloch escribi贸 Psycho inspir谩ndose en 茅l. Hitchcock lo convirti贸 en Norman Bates. Tobe Hooper lo deform贸 hasta crear Leatherface en The Texas Chain Saw Massacre. Jonathan Demme lo refin贸 en Buffalo Bill para The Silence of the Lambs. Slayer le dedic贸 "Dead Skin Mask" y lo pint贸 como un demonio versi贸n thrash metal. La cultura popular construy贸 un imperio sobre los huesos de Gein, pero el propio Gein, ese pobre diablo atrapado en una granja infernal, no da para mucho. No hay glamour en la enfermedad mental severa. No hay thriller posible en un hombre que fabrica pantallas con rostros humanos porque su madre le prohibi贸 entender el sexo.
Plainfield quer铆a olvidarlo. Todos menos uno. Errol Morris, un estudiante de filosof铆a sin rumbo que ya hab铆a entrevistado al asesino en serie Ed Kemper, quer铆a entender las ideas detr谩s de los actos de Gein. Quer铆a sentarse frente a 茅l en el hospital psiqui谩trico y preguntarle por qu茅. Morris no era cineasta todav铆a, pero ten铆a una teor铆a perturbadora: Gein hab铆a profanado docenas de tumbas alrededor de la de su madre Augusta, pero nunca la de ella. ¿O s铆? Morris especulaba que Gein hab铆a cavado un t煤nel lateral desde alguna tumba vecina para llegar hasta Augusta sin dejar rastro visible. La pregunta era obscena y necesaria: ¿Segu铆a el cuerpo de la madre en su ata煤d?
En 1976, Morris le cont贸 su teor铆a al director de cine Werner Herzog. Ambos se hab铆an conocido por casualidad, dos outsiders obsesionados con los m谩rgenes de la experiencia humana. Herzog, que ya hab铆a filmado en selvas y desiertos persiguiendo verdades inc贸modas, vio en la idea de Morris algo cinematogr谩ficamente perfecto. Propuso una soluci贸n directa: comprar dos palas, ir de noche al cementerio de Plainfield, desenterrar a Augusta Gein y filmarlo todo para un documental llamado Digging Up the Past. No era broma. Herzog lleg贸 al cementerio con pala y c谩mara. Morris nunca apareci贸.
Herzog abandon贸 el documental pero no Wisconsin. La atm贸sfera de Plainfield, ese g贸tico americano hecho de granjas abandonadas y secretos enterrados, lo sedujo. Film贸 ah铆 Stroszek, su desgarradora historia sobre un acordeonista alem谩n que busca el sue帽o americano y encuentra solo desolaci贸n. Morris acus贸 a Herzog de robarle su material. Herzog, lejos de ofenderse, le lanz贸 un desaf铆o: "Haz tu propia pel铆cula". Y agreg贸 una promesa imposible: si Morris lograba estrenar su primer largometraje, Herzog se comer铆a su zapato.
Dos a帽os despu茅s, Morris estren贸 Gates of Heaven, un documental sobre cementerios de mascotas que disecciona la muerte, el capitalismo y la negaci贸n americana con una precisi贸n quir煤rgica. Herzog cumpli贸. Frente a c谩maras y testigos, hirvi贸 su zapato de cuero, lo sazon贸 y se lo comi贸. El corto documental se llama Werner Herzog Eats His Shoe. La escena es absurda y conmovedora. Herzog mastica con dignidad porque un hombre de palabra no retrocede, ni siquiera ante el cuero cocido. Celebraba que Morris finalmente hab铆a encontrado su voz.
La tumba de Augusta Gein nunca fue abierta. Nadie confirm贸 la teor铆a del t煤nel. Pero la obsesi贸n de dos cineastas por un asesino mediocre y su madre muerta gener贸 algo m谩s valioso que cualquier respuesta: una apuesta sobre el arte, la locura y hasta d贸nde estamos dispuestos a llegar por una historia. Gein no era el monstruo. El monstruo era la necesidad de convertirlo en uno. Herzog entendi贸 eso. Morris tambi茅n. Y entre ambos, con palas que nunca tocaron tierra y un zapato hervido, demostraron que la verdad m谩s perturbadora no est谩 en las tumbas que abrimos, sino en las que nunca nos atrevemos a tocar.



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