Año Cero de la Cuarta Transformación
Año Cero de la Cuarta Transformación
Por: Alberto Fernández
Tomado de: Letras Libres
Todos los gobiernos entrantes en cualquier parte del mundo
buscan establecer nítidos contrastes entre su gestión y la de la administración
pasada. Para ello exageran los fracasos ajenos y los efectos esperados de las
buenas intenciones y planes propios. La idea de un reajuste es común a todas
las alternancias. La diferencia en México es que el gobierno de Andrés Manuel
López Obrador ha llevado este contraste entre administraciones entrantes y
salientes a una oposición irreductible expresada en términos absolutos: no solo
el gobierno anterior, sino todos los gobiernos del “neoliberalismo” fueron
inherentemente malos, y el gobierno actual, el primero de un nuevo régimen
llamado Cuarta Transformación, representa el triunfo final del bien.
En la nueva historiografía oficial el neoliberalismo inició
el 1 de diciembre de 1982, con la llegada a la presidencia de Miguel de la
Madrid Hurtado en medio de la peor crisis económica de la segunda mitad del
siglo XX, y terminó el 1 de diciembre de 2019, con la toma de protesta de López
Obrador. En esta larga noche de seis sexenios, sigue el relato, nada ocurrió
que sea rescatable y digno de continuidad. Al contrario, la política económica
fue uniformemente empobrecedora, la justicia se vendió al mejor postor y la
sociedad entera terminó por compartir una pérdida generalizada de “valores”.
Como en la película Volver al futuro, la cuarta transformación parte de la
premisa de que México se desvió de su línea temporal en 1982 y es preciso
regresar en el tiempo para reencauzar al país en el camino que le es propio,
cualquiera que este sea. En el año 0 de la cuarta transformación (1983 en el
viejo calendario), la prioridad del gobierno en funciones es borrar todo lo que
ocurrió durante los últimos 36 años.
Ello es problemático por varias razones: porque es
imposible, en primer lugar, pero también porque ese periodo ahora condenado al
incinerador de la memoria ha sido uno de las más dinámicos en la historia de la
sociedad civil en México. En otro texto escribí que una de las características
del periodo neoliberal en México, no del todo diferente a otros países de
América Latina, fue que las reformas económicas coincidieron con la apertura
política. Decenas de experiencias de movilización social, la autogestión chilanga
durante los sismos de 1985 y 2017, las insurgencias cívicas contra el fraude
electoral, la campaña por la paz con justicia y dignidad de los 90, el fin del
régimen colonial del gobierno federal sobre la Ciudad de México, la pluralidad
legislativa, la multiplicación de las organizaciones de derechos humanos y
rendición de cuentas, las caravanas de las víctimas de la guerra contra las
drogas, son todos ejemplos de la gran vitalidad de la sociedad civil mexicana
que dejó profundas huellas en las instituciones y las formas de hacer política
en México.
Ahora todo ello se quiere hacer irrelevante de un plumazo.
Desde su púlpito mañanero, el presidente se ha embarcado en el muy pernicioso
ejercicio de negar el pasado cuando ni él ni sus huestes tuvieron protagonismo.
Por ejemplo, cuando la Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió en mayo una
recomendación contra la decisión del gobierno federal de cancelar estancias
infantiles, López Obrador acusó a la comisión de guardar silencio durante la
tragedia de la guardería ABC en 2009. En realidad, la CNDH también había
emitido una recomendación contra la administración de Felipe Calderón por las
graves omisiones de las autoridades que resultaron en la muerte de 49 infantes.
De igual forma, el presidente acusó a la prensa de callar ante los actos de
corrupción de sexenios anteriores, a pesar de que los medios impugnados
estuvieron entre quieres destaparon varios casos emblemáticos de corrupción,
como la llamada “estafa maestra”.
Al tratar de invisibilizar el pasado que no se ajusta a su
relato, estos excesos presidenciales alientan falsificaciones verdaderamente
grotescas entre sus propagandistas. Recientemente, el señor Abraham Mendieta,
asesor de Morena en el Senado, entre otros encargos, escribía que al entregar
libros de texto de primaria, a destiempo y sin cobertura nacional completa, el
gobierno de AMLO estaba resolviendo una de las “grandes deudas del estado
mexicano”. Tuvo que venir Luis Hernández Navarro, colaborador de La Jornada y
veterano de décadas de lucha social, a informarle que los libros de texto
gratuitos se entregan en México desde 1960.
Al presidente que quiere abrir un agujero de gusano entre
1982 y 2019 le entregaron una administración pública con muchísimos problemas,
con mejoras recientes y no pocos retrocesos, pero que camina y exige cierta
continuidad para cumplir con funciones básicas, como permitirles a niños con
cáncer seguir recibiendo su tratamiento. Existe en el gobierno en funciones una
enorme tensión entre el afán de borrón y cuenta nueva y la realidad de los
problemas que exigen continuidad con algunos programas iniciados en el pasado
reciente, que no por caer, según el relato oficial, en los años oscuros del
neoliberalismo dejan de cumplir una función social de vital importancia.
En el área de la seguridad pública y el combate al crimen
organizado esta tensión que menciono raya en la esquizofrenia. El presidente
que iba a desmilitarizar al país para borrar el legado neoliberal, le golpeó
con tal fuerza la brutal situación de violencia que tuvo que resignarse a
proseguir con la estrategia militar de sus dos predecesores en el cargo, para
luego acordarse de tanto en tanto que su relato blanco-negro sobre el pasado le
exige repetir el mantra de que no “usará al Ejército para reprimir al
pueblo”. Las organizaciones criminales,
que entienden poco sobre hegemonía postneoliberal, pero captan a la primera
cuando el discurso traiciona las dudas, indecisiones y falta de compromiso del
presidente, han tomado estas vacilaciones del gobierno como una señal para
continuar la temporada de caza. Como resultado, los índices de violencia en el
país rompen récords todos los meses.
Al país le está costando muy cara esta fantasía presidencial
del cambio de régimen, repetida ad nauseam por los propagandistas del nuevo
gobierno, y el rechazo de bulto a todo lo que se denuncia como “legado
neoliberal”, sea la corrupción de Pemex o las becas de posgrado en el
extranjero. La oposición a este estado de cosas pasa por insistir en la
complejidad de los saldos de las últimas décadas en México y el balance entre
las continuidades y los cambios.
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