La Sociedad Rápida


 La Sociedad Rápida

Por: Erreh Svaia

Full Metal Lifehacker

El dicho popular dicta que quien tiene “salud, dinero y amor, lo tiene todo en la vida”, habrá quien tenga uno, quien tenga dos, o tal vez los tres, la secuencia para mi indica el orden de importancia, y no es que tenga nada contra el amor, probablemente puedas vivir sin él (no si eres un bebé que requiere intensamente el contacto humano en sus primeros años de vida), probablemente tengas mucho amor, pero nunca te será suficiente, siempre querrás más, o te resultará incómodo que alguien tenga más que tú.

El dinero, en definitiva no lo es todo, pero por supuesto que ayuda y hace algunas cosas más agradables y sencillas, muchos dirán como los Beatles, "Que el dinero no compra el amor", sería interesante conocer la postura (antes de morir, claro) de Hugh Hefner al respecto (aunque ahí no estaríamos hablando específicamente de amor verdadero, dirán algunos con justa razón), dicen que cuando se acaba el dinero, "el amor sale por la ventana", es posible si consideramos que casi por instinto la mujer busca protección y bienestar, aun así, aunque tuvieras todo el dinero del mundo, siempre querrás más (aquí ya hablamos a niveles en que el dinero empieza a dar poder), sobran ejemplos de personajes con fortunas tal, que ni en generaciones se podrán terminar, y aun así, siguen obsesionados por tener más, y es que en el caso del amor y el dinero, nunca se sabe cuánto es suficiente y siempre se desea más. El caso de la salud, es un caso muy diferente, es prácticamente un absoluto, se tiene o no se tiene, no puedes tener poca o mucha salud (o no te sería tan útil la variación), simplemente la tienes o no la tienes, y si tu enfermedad es irremediable, ni todo el dinero (pregunten a Steve Jobs, los Rockefeller o a la esposa de Carlos Slim), ni todo el amor te pueden comprar o conseguir la salud (aunque éste te pueda ayudar a sobrellevar mejor la enfermedad), de ahí que a consideración de quien escribe éstas líneas, la salud va primero.

Ahora bien, hemos entendido ya que lo verdaderamente valioso no se puede comprar con dinero o canjear por amor, vivimos en un mundo que pareciera ponernos en una carrera por conseguir más dinero o más amor, pero no salud, de hecho, posiblemente participar en esa carrera de forma intensa por dinero o amor, seguramente nos lleve a sacrificar nuestra salud, a darnos nosotros mismos un tiro en el pie, a trabajar de forma extenuante a costa de nuestro descanso o nuestras valiosas horas de sueño, a sacrificar el amor de la familia, o a convertirnos en una caricatura de nosotros mismos, con tal de obtenerlo (implantes de silicón en los pechos o los glúteos, inyecciones de esteroides para desarrollar músculo), una carrera desbocada por tener más y más, un deseo consumista que nada tiene que ver con el llamado capitalismo, ya que si consideramos escuelas como la del comunismo o la del socialismo, en esos casos sólo el estado tiene el monopolio de poder aspirar a tener más (y la gente realiza interminables filas bajo éste sistema para conseguir lo mínimo para vivir, dedicando gran parte de su día para subsistir, ¿Qué más sistema consumista que éste?) Hoy en día llama mi atención los lamentos de desesperados por la "igualdad", la "justicia social", y la queja constante por un nivel de vida inferior al día de hoy, que al de nuestros padres y abuelos (Tendríamos que preguntarnos si nuestros padres o abuelos, con, en su mayoría más miembros por familia, gozaron de las condiciones que mi generación ha tenido, con familias más pequeñas), es posible, hasta cierta instancia, pero también derivado de una conducta hasta cierto punto irracional; Cuando era niño, en mi familia solo había un auto compacto, impensable tener dos (aunque nunca necesitamos más, mi madre me tomaba de la mano y el camión colectivo nos llevaba a todos lados), el auto no tenía sistema de clima, impensable tener uno, si tenías calor abrías una ventana (Podríamos argumentar el tema del calentamiento global, pero no recuerdo que la gente se quejara tanto del calor), si querías escuchar música, colocabas un casete y lo escuchabas completo, lado A y lado B, y después, lo volvías a escuchar hasta que la cinta se volviera casi transparente), si querías comer fuera de casa, la única opción era KFC, en aquel entonces Kentucky Fried Chicken, mucho antes de la connotación "fried" o frito se volviera tan negativa (ahora que unas siglas parecidas a la KGB hasta los hacen sonar "cool"), si tenías sed, bebías agua directamente de la llave, si querías “consentirte” un poco, bebías un refresco de cola en envase de vidrio de 355ml (había una botella más chica para los niños), si veías la televisión, tenías que esperar al día siguiente para saber la continuación del capítulo que habías visto (la ansiedad y el deseo descontrolado no nos hacía victimas fácilmente, las fotos se revelaban en un establecimiento y tardaban días, impensables las hoy famosas “selfies”, seguramente muchos no podrían esperar el día de hoy días para ver sus fotos), una sola televisión era suficiente para toda la familia (y estaba en la sala, no en tu cuarto, y te parabas a cambiar de canal, ante lo cual a veces mejor te quedabas inmóvil viendo algo que en realidad no querías presenciar), tus juguetes eran figuras de madera, o de plástico sin movimiento (el famoso cuadrilátero con cuerdas de liga y los luchadores en dos poses clásicas, nada más), no había la llamada "paradoja de la elección", como diría el psicólogo estadounidense Barry Schwartz, quien señala que a pesar de que hoy tenemos más opciones para elegir, el efecto psicológico es negativo, nos lleva al sufrimiento, al no saber que queremos realmente y al sufrimiento por desear todo a la brevedad posible y no poder tenerlo, incluso hoy tomamos café más por tema de estatus que por gusto, hace 40 años impensable que un adolescente  tomara café en México, era privilegio de los oficinistas, y no por estatus.

Según las enseñanzas de algunos monjes budistas, sobre todo a lo referente a dos de las "cuatro nobles verdades", "toda existencia es insatisfactoria", "el sufrimiento proviene del deseo", o si queremos vernos más académicos y más occidentales por aquello de la sensibilidad posmoderna, podemos pensar en el ensayo del economista inglés E. F. Schumacher, el clásico Small is Beautiful, que va contrario al pensamiento de "Entre más grande, mejor”, y que toca base con algo que ya había comentado aquí respecto a la" economía budista" (¿O estaríamos acercándonos al llamado “Capitalismo Solidario”?) nada que ver con el autoritario socialismo, ya que aquí, las cosas se hacen por voluntad y decisión propia, no se obliga a nada a nadie y se respeta profundamente la individualidad y la libertad, claro.

Hoy, ese concepto del “costo de oportunidad” es probablemente el que más pesa sobre la sociedad, ya no es tanto el no tener, sino la abrumadora realidad de lo que tenemos que dejar por tomar una decisión, Séneca diría “la verdadera pobreza no es tener poco, sino la necesidad de tener más y más.”, o San Agustín quien señalaba que: “no es rico quien más tiene, sino el que menos necesita”, (si tengo salud, en realidad soy más rico que muchos ricos, por ejemplo), la verdadera riqueza es estar bien con lo que tenemos, mientras nos obsesiona un pasado idílico que en realidad nunca existió como queremos imaginarlo (era más bonito, claro, porque tu padre pagaba las cuentas y no eras responsable de una familia o de pagar una casa, ¡O tal vez quizá ya de plano queremos regresar a la tribu y que el patriarca tome las decisiones por nosotros y nos cuide?), y nos pone nerviosos la incertidumbre de un futuro al que no sabemos esperar (lo que remos ¡Ya! Como las “selfies”, los maratones de Netflix, las canciones en Spotify, los taxis de Uber o la “fast food”),  y queremos se nos revele de inmediato frente a nosotros (que llegue a nuestra puerta, como la mayor parte de lo que comemos, ir por él, nunca), y es así como todo el cúmulo de vivencias del presente deja de interesarnos y deja de tener un valor específico, y nos convertimos en un ser sin presente, que llora por un pasado que no existió, y se fuga a un futuro inmediato dándose un “festín” tipo Netflix de lo que puede venir, diría el gurú espiritual alemán Eckhart Tolle en su clásico libro “El Poder del Ahora”:

” Querer creer en un cielo futuro produce un infierno presente”.

Lo cual explicaría el horror de ideologías utópicas como el comunismo, el socialismo o el fascismo.

Nos seguimos auto extinguiendo por dinero y amor, la salud para muchos es un fantasma como el “neoliberalismo”, seguimos refugiándonos en el pasado y pretendiendo forjar un futuro, sin bases en el presente, el presente ya no parece que nos importe.

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