El Nobel de la paz, para George Soros
El Nobel de la paz, para George Soros
Por: Guy Sorman
Tomado de: ABC
El diablo habría nacido en Budapest, hace 86 años; viviría
en Nueva York, habría hecho fortuna en las finanzas y sería de origen judío.
Cada año, la fundación, que lleva por nombre Sociedad Abierta, distribuye,
siguiendo las instrucciones de este diablo, mil millones de dólares para causas
progresistas como la democracia, la lucha contra la toxicomanía y la
reinserción social de los presos, entre otros ejemplos. Este diablo se llama
George Soros y atormenta en sus pesadillas a los dirigentes nacionalistas de
Hungría y de Polonia, a los comunistas en Pekín, que le han prohibido la
entrada en el país, y a los republicanos estadounidenses, que sospechan que
interviene de manera oculta en cuanto los medios de comunicación la emprenden
con Trump.
A decir verdad, George Soros no lo cree así. Está convencido
de que hace el bien y de que no encarna el Mal desde que, a principios de la
década de 1980, empezó a redistribuir su fortuna siguiendo el modelo de los
grandes filántropos estadounidenses. Y a diferencia de un Bill Gates, por
ejemplo, Soros es un millonario y un donante más bien discreto. Antepone la
eficacia, mide con rigor los resultados concretos de sus donaciones y no se
mueve rodeado de un ejército de comunicadores y de expertos en relaciones
públicas. Por eso ve con incredulidad cómo le atacan ahora por todos lados,
empezando por aquellos a quienes permitió ascender políticamente.
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en la década de
1980, era un joven líder de un movimiento liberal que contribuyó a la
transición sin violencia del régimen comunista a la democracia. Orbán recibió
después una beca de la Fundación Soros y se benefició de la educación de
calidad impartida por la Universidad de Europa Central, fundada por Soros en
Budapest. Recuerdo que la primera, y muy modesta, iniciativa de Soros en Europa
del Este consistió en repartir fotocopiadoras para que los textos a favor de la
libertad de expresión de los intelectuales y de los periodistas húngaros
pudiesen reproducirse y distribuirse. Ese mismo Orbán, reconvertido a un
nacionalismo digno del fascismo húngaro de la década de 1930, denuncia ahora a
Soros por querer borrar la cultura húngara y sustituirla por un cosmopolitismo
judaizante a las órdenes del gran capital.
Orbán en Hungría y Alexander Kaczynski en Polonia han creado
un verbo a partir del nombre de Soros: desorosizar. La consigna de los
nacionalistas de Europa del Este es desorosizar Polonia y Hungría. Los ucranios
prorrusos y los eslovacos de extrema derecha han adoptado este lema imperativo.
En Macedonia, donde la Fundación Soros apoya la democracia y el acercamiento a
la Unión Europea, los nacionalistas han creado un movimiento llamado «Stop
operación Soros». Los dirigentes rusos, que sospechan que Soros ha organizado
los levantamientos democráticos en Ucrania, en Bielorrusia y en Uzbekistán,
expulsaron a la fundación en 2015. Los Gobiernos de Bielorrusia y de
Uzbekistán, que son prorrusos, acaban de hacer lo mismo. Desde su despacho
neoyorquino, Soros, un personaje reservado, poco locuaz, de párpados caídos y
que no sonríe, evidentemente está abatido, pero no desanimado.
El populismo de Trump, su hostilidad hacia la Unión Europea
y la retirada del Acuerdo de París le han incitado a dar quinientos millones de
dólares más este año para los movimientos que luchan contra el trumpismo en
EE.UU. y en Europa. En esta línea, financia campañas electorales
estadounidenses, y ahora, después de la derrota de Hillary Clinton, a la que
apoyó, se dedica a fortalecer las bases de la democracia estadounidense
financiando las campañas de los fiscales que considera progresistas, es decir,
que no son racistas.
Pero sea cual sea el activismo de Soros, el hecho de
atribuirle, como hacen los nacionalistas de EE.UU., Europa del Este y China,
todas las disidencias y los activismos antiautoritarios, se debe a la manía del
complot. Mil millones de dólares cada año no cambian el mundo, ni explican las
rebeliones democráticas. Eso sería atribuir a Soros el poder del diablo.
Entonces, ¿por qué se odia tanto a este filántropo solitario? ¿Cómo puede ser
acusado de bolchevismo por la derecha estadounidense y de capitalismo por la
derecha húngara?
El padre de George Soros, Tivadar Soros, un superviviente
del Holocausto, describió esta antigua paradoja en sus memorias: «A los judíos
–escribe– se les acusaba de manipular al mismo tiempo el capitalismo
estadounidense y el bolchevismo ruso». Resulta que un diputado republicano
estadounidense, Steve King, ha tildado a George Soros de «millonario marxista»,
que es una paradoja tan antigua como el Protocolo de los Sabios de Sión, una
obra antisemita que se reedita constantemente en El Cairo y en Moscú. En
realidad, Soros solo se identifica con una filosofía, la del británico Karl
Popper, que antaño fue su profesor en Londres y autor de un famoso ensayo
titulado «La sociedad abierta y sus enemigos». En nuestra época, en la que la
sociedad abierta se ve acosada, considero que habría que otorgar a Soros el
Premio Nobel de la Paz. Y él también, por cierto.
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